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Entre el lawfare y las reservas

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Altri tempi. Massa con Lilian Tintori, opositora venezolana. | telam

Esta semana, en la reunión de la Celac, la cuestionada comandita política de Maduro, Díaz Canel, Lula, Petro y el dúo Alberto-Cristina Fernández le rendirá tributo político  a “nuestros hermanos mayores” (China y Rusia). Parte de un show con apelaciones contra el “lawfare” personal, sea el de Lula o el de la vice argentina, como si una corporación judicial e internacional se conjugara en las alturas para condenar a caudillos de la región, todos de un mismo signo. Cuesta a los visitantes extranjeros entender el fenómeno que, según ella, padece Cristina. Retazos de Fidel, de Chávez y su favorito chofer –como alguna vez lo señalara el español Felipe González–, empeñados en revitalizar a parte de una historia ocurrida en los últimos 70 años. Cuesta a los visitantes extranjeros, a pesar de la militancia y la solidaridad, entender el fenómeno judicial argentino:  Cristina denuncia un ataque sistemático de la Corte Suprema que es mayoritariamente peronista. Como ella. Mientras los misiles contra los magistrados son producto de radicales encumbrados como el gobernador Zamora (Santiago del Estero) y los Moreau, familia del mismo partido. Pero los turistas no vienen a entender, sino a respaldar. Justo en ese marco proceloso, Sergio Massa ultimará tratativas para viajar a Beijing entre marzo y abril, fecha en que tal vez, abra la boca sobre su candidatura. Públicamente, claro. Hoy su emprendimiento paralelo ya superó la etapa de los pañales, a pesar de ensuciarse con deposiciones como la última compra de deuda para bajar el dólar.

Massa, como ministro postulante necesita recomponer reservas a cualquier costo por el brutal agujero de la sequía y requiere –entre otras demandas– de un uso más amplio del swap chino (canjear yuanes por dólares, operación de monto menor ya realizada en el 2009), y seducir con una financiación para la segunda etapa del gasoducto. Entre otras súplicas del lado argentino. Del lado oriental, misterio como siempre. Como hábito, Massa toca todos los timbres, algunos responden (parece que el Brasil de Lula podría conceder préstamos comerciales para evitar el rojo del Banco Central, trámite demorado y en espera como la moneda única), otros son sordos (Qatar), quedan medio hipoacúsicos algunos bancos para tentarse con el repo. Tal vez obtenga además unos mil millones con una iniciativa por  fondo ad-hoc de YPF que, como dicen los almaceneros, tienen un destino específico, pero lo importante es que la mercadería ingrese al BCRA. Para la empresa de gobierno cristinista, en este concierto es vital que la orquesta no devalúe: si llegara a ocurrir lo que pregonaba el segundo de Massa, Gabriel Rubinstein, la caída en picada de la compañía sería desastrosa cuando sus papeles justo han retomado altura desde el subsuelo.   

Hiperactivo, Massa consulta sus decisiones a Cristina, y se las notifica a Alberto

Hiperactivo, Massa consulta sus decisiones a Cristina, también lo notifica a Alberto. Flexible, manda a sus diputados a la Comisión para dañar a la Corte Suprema, pero seguramente en el recinto la actitud será otra. Es lo que dicen y permite la vicepresidenta. Sorprende, eso sí, la copiosa agenda del ministro con el círculo rojo y las páginas en blanco de la presidencial. Nadie pide audiencias en la Rosada y su inquilino se entretiene viajando por el interior e inaugurando sociedades de beneficencia en sus interminables ratos libres. Solo piensa en hostigar a su odiado Mauricio Macri hasta amargarle el cumpleaños el próximo 8, mientras levanta la promesa soñada de que se hará reelegir este año. Sin el apoyo de Cristina, claro (Daniel Scioli, quien sabe de lo inútil del propósito, cuenta las horas para ver cuándo le traslada la posta de la candidatura). A pesar del empoderamiento de Massa y de que se ha vuelto imprescindible para la dupla presidencial, se inclina ante la reverenda y finge ante el simbólico mandante: solo le falta asistir a la Celac y abrazarse con el venezolano Nicolás Maduro, a quien supo lanzarle sapos y culebras dandole albergue inclusive a la esposa del perseguido opositor Leopoldo López, Lilian Tintori, en su propia casa, cuando el opositor sufrió un lawfare carcelario. Otros tiempos, los derechos humanos se doblan, pero no se rompen. Si lo sabrán Cristina y Alberto.

Este tema, con la invasión a la intimidad, obligó a desempolvar al general Milani, ya bendecido en su momento por Hebe de Bonafini como si no hubiera estado en el Ejército de los años de plomo, acusado ahora de promover una “mesa militar” en el Patria para escuchar el teléfono de los enemigos del Instituto. O de la Patria, que es lo mismo para ellos. Como abundan las grabaciones, la “mesita” de Milani parece que fuera una organización clave o semejante a lo que fue la “mesa judicial” del macrismo, cuyo autor intelectual –Pepín Rodríguez Simón– se pasea en el exilio de Punta del Este del brazo de un conmilitòn cuyo nombre enardecería a Moreau y a Tailhade (dicen que el exilado está molesto con periodistas a los cuales cobijó y ahora lo ignoran). Volvió Milani a la superficie como si fuera un adelantado de la tecnología cuando, se comenta, sus habilidades siempre consistieron en la política presupuestaria de los denarios, tan conocida por Cristo y los romanos, eficaz cuando Cristina estaba en el Gobierno y se enloquecía por conocer el nombre del gendarme que había filmado a su funcionario Juan Cabandié cuando éste, en una parada en la ruta, trató al agente de control en forma humillante y déspota. No conseguía el nombre en Gendarmería hasta que funcionó el método Milani, quien en esos tiempos ingresaba al poder de la mano del influyente Carlos Zannini, discutiendo paradójicamente sobre “el ser nacional” y “el hombre nuevo”, prescindiendo ambos del ministro de turno, entonces Agustín Rossi. Ese puenteo antipático terminó cuando Milani, en un exceso de poder, se entrevistó con Julio Cobos: para Cristina fue intolerable, el mendocino era uno de los hombres que más odiaba. Lo pagó Milani, lo disfrutó Rossi, hoy a cargo de una AFI que dice ser impermeable a grabaciones ilegales, igual que se repetía en el gobierno anterior.

Para el general retirado, los cargos como superespía han sido una vuelta a la figuración que no se le niega a ningún argentino.