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derecho al insulto

Factor común, el odio

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La protesta del 18A fue nutrida y heterogénea, y volvió a presentarse como una nueva manifestación de acefalía. La extensa variedad de base (desde oscuros fascistas hasta revolucionarios “blancos”) sigue sin encajar en una posibilidad de gobierno alternativo para el que se postulan todos.

Pero ni Pino Solanas, alzando la mano de Lilita Carrió en un saludo de consorcio real, ni el desparramo de propuestas de segunda selección en los que resplandecían con pilas de 1,5 voltios (sulfatadas) las Patricia Bullrich y los Eduardo Amadeo, ni el dubitativo Binner, ni Momo Venegas, ni los héroes invisibles en sus lugares de trabajo Francisco De Narváez y Mauricio Macri, son canales capaces de “aliviar” el tránsito de semejante mercado hacia un triunfo electoral. ¿Y si en nombre de la República, las instituciones y la Constitución cambiamos las elecciones por un 18A, un 15D, un 9S?

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La marcha tuvo, como siempre, decenas de consignas. No hay ninguna memoria, ni siquiera artificial, que pueda retener esa monumental oferta de ideas que, una vez reunidas, entran en estado de fisión nuclear. En el interior de esa masa ideológica, en la que a esta altura ya no hay dudas de que pueden acumularse cierto abc de la lírica marxista y las heces del Proceso de Reorganización Nacional, el problema es que tales extremos pueden compartir la experiencia expresionista de moverse en las calles pero nunca convivir.

¿Cuál es el factor común de ese voluminoso focus group? ¿Cuál es la única materia de acuerdo en esa vastedad? El odio a Cristina. Es un odio de dos niveles. El primero, llamémoslo odio primario, es el rechazo directo de la figura presidencial; el segundo, es un odio de algún modo reversible, vinculado a la impotencia propia de odiar sin poder encontrar una estructura organizada donde depositar semejante capital. Se odia no tener alternativas. Se odia que las eleciones no alcancen a cumplir los deseos de reemplazo. Lo que hace que esa fuerza entre estado de drama y se volatilice en cada excursión, al menos hasta el próxima. No hay, por ahora, una traducción de esa dispersión que cada tanto se concentra para negar que, en efecto, protagonizan un fenómeno de desconexión multitudinaria en vivo. La dispersión disfrazada de unidad -el lobo disfrazado de cordero- hace un esfuerzo extraordinario de carácter para mantenerse de una pieza, pero si faltara el odio no podría armarse siquiera su propio simulacro.

Ni siquiera el auge francisquista fue capaz de apagar la tensión que cargó el 18A -Francisco es el candidato natural de estas manifestaciones-, a las que el gobierno aporta una buena dosis de su facultades combustibles para acicatear y avivar (algunos aspectos de la Reforma Judicial fueron tanques de Fangio XXI).

El derecho al reclamo, adornado de otro derecho de la clase media argentina -el derecho arrogante al insulto-, no se debe cuestionar desde ningún punto de vista. Son reclamos totalmente democráticos y si no gusta el estilo, nadie puede dar cátedra sobre el gusto. La periodista Cinthya García (que es mucho mejor que sus colegas que la descalifican desde los decorados de un piso televisivo) comete un error conceptual al engolosinarse interrogando a los caceroleros. Ella busca indagar en los argumentos opositores para demostrar que no es fácil encontrarlos. Pero ocurre que en una democracia, el derecho a cuestionar un gobierno es el mismo que el derecho a defenderlo, y vale tanto para el que tiene argumentos como para el que no los tuvo ni los tendrá nunca. El derecho no es cualitativo. Además, todos podemos quedarnos a gamba en el momento de argumentar.

Ahora les cuento que a un grupo querido de amigos se le ha hecho costumbre ir a las marchas opositoras y terminar en la La Rosa Náutica, eximio restaurante peruano de Puerto Madero. Son las primeras marchas a las que fueron en sus vidas. Llegan con sus camionetas y sus banderas argentinas. Dado que la salida se repite, se trata de un programa ideológico-gastronómico. Que vivan en la abundancia no es, para ellos, un argumento para no salir a la calle porque lo que los hace salir son razones “morales”, no materiales. No los mueve la necesidad ni la urgencia sino cierto disgusto ambiental. Es la inversión de la frase de Eva Duarte acerca de que allí donde hay una necesidad hay un derecho. Aquí no hay necesidades pero sí derechos. Nadie debería asustarse.


*Escritor.