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CORONA-SUSTO

Finales posibles

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Llueve consenso. Larreta, Fernández y Kicillof, frente al Covid-19. | cedoc

Imaginate cuando todo esto haya pasado y “Pandemia” sea un boliche de Once, “Cuarentena” una banda punk y “Wuhan”, un bodegón medio sucio de Almagro. Porque todo esto en algún momento va a pasar y todo volverá, con más o con menos infectados y muertos, a la normalidad. Ya que estamos en aislamiento obligatorio, flasheemos dos finales posibles.

Uno: de golpe la cuarentena surte efecto en quince días o un mes y, en el mejor escenario que plantean los especialistas, la cantidad de contagios queda bajo control. Con la situación descontrolada en Europa y con Brasil con un presidente que hace cualquiera, emerge la dirigencia argentina como un ejemplo de que aún una democracia machucada por mil crisis consigue anotarse un poroto y surfear en el tsunami.

Entonces los que nos miraban como parias desde los mercados financieros dicen “epa, estos no eran tan giles; aunque primero titubearon un poco porque decían acá importa el dengue, después reaccionaron rápido y con un timming nunca visto consiguieron ser creíbles y contuvieron la pandemia”.

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Ahí hasta nosotros mismos nos sorprendemos de que avanzamos un casillero. De repente las fotos de oficialismo y oposición juntos ante el coronasusto se vuelve el punto de partida para dejar atrás divisiones falopa y empieza a establecerse una serie de parámetros que no se discuten más. Como que los científicos son los que tienen la posta y no da cortarles presupuesto a lo loco o bardearlos porque sí. O como que los datos de los organismos públicos, sean el Indec o el Malbran, son los datos válidos y no da intervenirlos cuando la cifra no cierra.

El virus habrá sido entonces algo así como lo mejor que nos pudo pasar, sobre todo por un motivo: porque nos obligó a enfrentar, después de años en la rueda del hamster, un problema nuevo, que en el fondo es también un miedo nuevo y en definitiva un nuevo tipo de crisis, que en la Argentina nadie vivió antes, lo que es mucho decir. Porque acá hay generaciones que pasaron el Rodrigazo, la hiperinflación, el 2001, el 2018, pero ninguno atravesó antes el avance de un patógeno invisible que fuerza medidas que llevan a un parate abrupto de casi toda la economía. Siempre tuvimos debacles que licúan salarios y deudas que nos volvieron más pobres, pero shocks de economía de guerra no habíamos tenido aún, ni sabemos cómo es el día después.

Se trata de una crisis nueva, que en la Argentina no vivió nadie, lo que es mucho decir

Por eso, una resolución favorable de la crisis de la pandemia deberá atribuirse aunque suene a humo de editorialista del domingo a un “consenso”: mucha gente habrá cumplido la misma regla durante un tiempo, es decir, quedarse en la casa, porque más allá de que sea obligatorio concluyó que así aportaba a un beneficio colectivo. Es decir, si hay final feliz habrá sido posible porque cada uno tuvo que hacer algo que no era sólo pensar en sí mismo, la especialidad de la casa, sino también en el conjunto. No es la forma en la que acá se responde habitualmente a desafíos como la inflación o el crecimiento, y que tal vez después de haber superado el Covid-19 sean vistos como objetivos alcanzables gracias a los aprendizajes que puede dejar salir bien de la pandemia.

El tango. Pero claro, también está el otro final posible, donde todo termina, odio decirlo, a la argentina: a pesar de que acá el coronavirus llegó más tarde y en verano y nos dio la chance de organizarnos, desaprovechamos esa ventaja comparativa e igual la arruinamos.

Pasan los días y cada vez más giles rompen la cuarentena porque “je, no pasa nada” o porque Internet no da abasto y no aguantan que se corte Netflix. En paralelo se arma un mercado negro de certificados de excepción al aislamiento y crecen las coimas a la cana para zafar los controles. Cuatro vivos remarcan a lo loco y terminamos a las trompadas y cuchillazos por un alcohol en gel tosiéndonos en la cara.

Los laboratorios aumentan fuerte los precios de la vacuna contra la gripe y la neumonía y el alcance de la cobertura es menor al que ayudaría para no agregarle complicaciones al Covid-19.

Por lo bajo algunos lo tirotean a Alberto Fernández incluso con fuego amigo porque no da que muestre tanto liderazgo autónomo y ponga a igual nivel a Gerardo Morales que a Axel Kicillof. La oposición acompaña pero por lo bajo se frota las manos con que el palazo económico que se viene por la pandemia los resucite en las elecciones legislativas. Algunos tratan de facturar políticamente la inauguración de una cama en un hospital donde nunca casi hubo insumos.

Y todo tras empoderar a las fuerzas de seguridad que volvieron a las calles a palpar de virus a la gente, porque se combate “un enemigo invisible”, al límite de una mano dura sanitaria que termine con más caos que orden.

Así, todo se desmadra y en unos meses terminamos apilando pacientes y ataúdes como Italia, y el resto del mundo dice “guau cómo puede ser que no aprovecharon todo lo que tuvieron” y en un tiempo escribimos el capítulo coronavirus de nuestro tango eterno “El desperdicio”, que recorre todo lo que supuestamente somos y tenemos y siempre lamentamos, sean los climas, los recursos naturales, la calidad educativa, César Milstein, Leo Messi o el Papa, mientras intercalamos crisis tras crisis echándonos las culpas a pura grieta, siempre volviéndonos un poco más pobres y peores personas en modo sálvese quién pueda.