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venezuela y argentina

Golpe a golpe, verso a verso

Cuando las prácticas democráticas se reemplazan por personalismos extremos, se forma una bola de nieve. Escenarios improbables.

‘ARRIBA,  EN MI CALLE, SE ACABO LA FIESTA...’ Joan Manuel Serrat y CFK
| Pablo Temes

Nicolás Maduro sí que va por todo. Coherente con su paranoia persecutoria, denuncia una nueva conspiración, la número doce desde que está en el poder, y continúa con su decisión de poner presos a los golpistas. Leopoldo López, reconocido líder de la oposición democrática antichavista, ya lleva un año observando la decadencia venezolana detrás de las rejas. Siguen aún encarcelados muchos de los líderes de las protestas estudiantiles que se profundizaron luego y como consecuencia de su detención. Ahora le tocó el turno al alcalde de Caracas, Antonio Ledezma. Y proliferan los rumores de que el mismo destino le podría esperar a la ex diputada María Corina Machado.

Como es evidente, el chavismo logró controlar absolutamente los medios de comunicación y la Justicia. Como corresponde en un régimen realmente revolucionario que no pierde tiempo con las banales formalidades de la democracia liberal. La gran transformación bolivariana abreba en los principios jacobinos y no se deja entorpecer por esas nimiedades mencheviques como la libertad de prensa y expresión. Aun así, florece como en ningún otro país de América Latina la CNN en español, que gracias al cable todavía puede verse en Venezuela. Parece que cuesta mucho remover esa mentalidad burguesa, vendepatria, pro imperialista, con genes gorilas y gusanos, que no valora la estética aggiornada y la ética comprometida y solidaria del periodismo militante de Telesur. Son los mismos que marchan en las calles, los que gritan su silencio, los que activan de vez en cuando sus cacerolas desde balcones anónimos. Porque son cobardes que Dios vomita cada tanto. Y para que no queden dudas de su veredicto, incluso los manda orinar desde el cielo por alguno de los integrantes de la Galería de Patriotas Latinoamericanos. O por El, claro.
Esto ocurre en Venezuela porque supieron hacer las cosas con tiempo. Puso Chávez desde el comienzo a las Fuerzas Armadas como columna vertebral de su gobierno, gastó masivamente los recursos derivados del petróleo en amplios programas sociales y en una red clientelar y política que penetró capilarmente en los sectores populares para organizarlos al servicio de la revolución. Y de paso, también para tenerlos controlados. Además, Chávez liquidó los viejos servicios de inteligencia que, entre otras cosas, no sólo no evitaron sino que posiblemente facilitaron el fallido golpe de 2002. Traidores e ineficientes, los Stiuso caribeños fueron entonces reemplazados por esos fieles y profesionales oficiales de la inteligencia militar cubana, discípulos no de los intelectuales vieneses de comienzos del siglo XX, ni de la tradición crítica de la Escuela de Frankfurt, sino de la gloriosa KGB. Un sueño con serpientes.

Al morir, Chávez no dejó tantas asignaturas pendientes. Por eso Maduro no tuvo que recurrir a Milanis tardíos. Aprieta a fondo ahora porque el imperio le bajó artificialmente el precio a las commodities para frenar el ímpetu liberador y desafiante, ese fantasma estado céntrico que recorre el mundo del Sur al Este y del Caribe a Medio Oriente. Y que a veces contempla algunas cuestiones que son los sacrificios que se necesitan para avanzar con esta transformación estructural del siempre deleznable, oprobioso, injusto y terminal capitalismo. Porque la historia avanza inexorable hacia el socialismo y por eso no es tan importante pactar y financiarse con los narcotraficantes. Son contradicciones secundarias y además ellos hacen cosas peores. Acordate del escándalo Irán-contras.

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Lo mismo con la corrupción, burdas patrañas, ahora le toca a Brasil también, es que la escalada en contra de los movimientos populares emancipatorios es sin duda global. Petróleo y política. Por eso hay que bancarse a muerte a Amado y hacerle el aguante a Vandenbroele. Malditas alertas rojas de Interpol.

Los nuestros son golpes blandos, de entrecasa, con pantuflas en vez de borcegos… ¿Lo son? Quedan sólo diez meses para que asuma un nuevo gobierno, y lo importante, nos dijo en cadena nuestra presidenta, es que el próximo gobierno tenga los mismos ideales. Qué macana que no pudimos evitar este pequeño inconveniente sucesorio con la reelección indefinida, ese método democrático, popular y antiimperialista que nos enseñó Fidel y tan bien perfeccionaron Chávez, Correa, Evo y el comandante Ortega (para lo cual pactó transversalmente con la derecha, con la Iglesia Católica y hasta con su colega Edén Pastora, ese ex traidor contrarrevolucionario y entreguista que sin embargo ahora es bueno).
¿Y si se profundizan las contradicciones y aumenta la intensidad de la escalada y no sólo se pone en riesgo la continuidad del modelo? ¿Y si la batalla naval se complica y, más que tocado o averiado, el riesgo es que el bote se hunda pronto? ¿Qué peligro real existe de que, por ejemplo, se establezca en la Argentina el estado de sitio? ¿Podría acaso Cristina lograr que el Congreso aprobara una intervención parcial del Poder Judicial? ¿Por ejemplo, del fuero federal? ¿Podrían así detenerse, quizá para siempre, las investigaciones por casos de corrupción que tanto afligen a la Presidenta? ¿Y cómo se desarrollaría entonces el proceso electoral, en condiciones tan irregulares y sin el control hasta ahora irreprochable que garantizaban precisamente los jueces federales?

Simples hipótesis, inocentes preguntas que constituyen un escenario de bajísima probabilidad. Bajísima. Pero no igual a cero. Refiriéndose a las investigaciones que llevan adelante jueces y fiscales no afines al Gobierno,­ Aníbal afirmó sin empacho: “El objetivo es desestabilizador. Ni lo sueñen, no saben dónde se meterían. No vayan a cometer el error de confundir y pensar que van a empujar al Gobierno. Sería un error terrible para el país”.

Otro Nicolás, en este caso Sarkozy, que se prepara para volver al poder en una Francia aún conmovida por el episodio Charlie Hebdo, comentó en estos días que hay cosas en la política que son transitorias, pero otras que no sólo son permanentes sino que tienden a escalar. Entre las primeras, resaltó los enojos, incluso la ira. Pueden ser muy intensos, pero el tiempo ayuda a superarlos. Entre las segundas, puso énfasis en el odio y los celos. Y sobre todo, en el autoritarismo.
Cuando se abandonan los ideales y las prácticas democráticas; cuando se rompen las reglas, se limitan las libertades y se inician procesos caracterizados por el personalismo extremo y la discrecionalidad, la situación suele derivar en una suerte de bola de nieve que es casi imposible frenar. Se sabe cómo empiezan los círculos viciosos, pero no cómo ni cuándo terminan.