COLUMNISTAS
resignacion radical vs. pacto peronista

Hay frentes y frentes

20190602_1417_politica_Agencia-NA
Dilema. Muchos radicales apoyan a un gobierno con el que no acuerdan por miedo a enterrarlo. | NA

Hace justamente un mes, Massa dio una discreta señal de su acercamiento a Cristina Kirchner. Dijo que era “la líder de la oposición con mayor representación parlamentaria”. No era solo un dato, sino el reconocimiento que anunciaba su actual movida de pactar un frente opositor con el kirchnerismo, hundiendo otras posibilidades. El jueves 30 dio varios pasos en esa dirección sin la compañía, por ahora, de otros dirigentes de Alternativa Federal.

Hay entonces varios modelos de frente: uno dirigido por Cristina y Alberto Fernández (es de suponer que Massa no se cree tan poderoso como para torcerles las tácticas, aunque con él nunca se sabe); otro, que no termina de solidificarse, al que confluirían algunos peronismos federales; un tercero, que parece lejano, con el socialismo de Santa Fe y el GEN. Lavagna flotó entre estas dos últimas variantes, aunque el viernes a la tarde lanzó su candidatura por Consenso 19.

La Convención es ley. Lo que sucedió con la UCR, hace apenas seis días, fue de una importancia decisiva porque impide un gran tercer frente. El partido radical está dispuesto a repetir su entrega de 2015 al PRO. El lunes 27 estuvo en juego y fue derrotada la ruptura con Macri. La Unión Cívica Radical decidió quedarse en Cambiemos sin tener asegurada ninguna recompensa. Por eso fue tan importante la Convención: para los radicales (afirma con orgullo uno de ellos) la Convención es ley.

Las convenciones de los partidos políticos parecen acontecimientos sin el atractivo de un video en las redes sociales o un discurso iluminado por la promesa de la felicidad macrista o el retorno cristinista. Sin embargo, en la semana no hubo otro acontecimiento más influyente en los meses venideros que la resolución de los radicales de permanecer en Cambiemos, porque el PRO no puede ganar solo las elecciones presidenciales.

La Convención de la UCR se reunió en Parque Norte, el mismo escenario donde Raúl Alfonsín pronunció, en 1985, un discurso de alta política, que hoy solo recuerdan los historiadores o los veteranos. Bueno, esta convención se caracterizó por incinerar ese pasado. Lo hizo no por el camino de las ideas sino de las alianzas. Definió dos puntos fundamentales, uno realizable y el otro irrealizable. El primero, quedarse dentro de Cambiemos. El segundo, solicitar que se amplíe su representación en el gobierno de Macri. Parece ilusión o autoengaño.

Ricardo Alfonsín, que no fue convencional el lunes, se inclina por la formación de un nuevo frente que abra el camino para un giro hacia la centroizquierda. Alfonsín cree que no existen candidatos naturales sino acuerdos programáticos. Macri piensa exactamente lo contrario: que hay candidatos naturales y no se firman acuerdos programáticos.

Macri no negocia ni reparte. ¿Es necesario advertir esto a los radicales que estuvieron en la Convención? Parece que sí: no fueron suficientes tres años para que reconocieran que Macri no reparte nada o apenas distribuye migajas. Súbitamente ha caído en el olvido que, en tres años, a los radicales no los consultaron nunca sobre cuestiones importantes. No evaluaron la mezcla de mezquindad intelectual y ceguera política que hasta ahora los trató como si ellos hubieran sido un partidito sin trascendencia territorial ni organizativa. No reconocieron en la UCR ni siquiera a aquellos que se mostraron más comprensivos con el ideario conservador del Gobierno.

Salvo que le digan que es muy conveniente un vicepresidente radical en la fórmula, el PRO no está dispuesto a conceder nada significativo a sus aliados, porque la idea misma de aliados es ajena a una concepción verticalista y centralista en la toma de decisiones. El PRO es un partido autocentrado al que le preocupan muy poco las costumbres que rigen cualquier alianza. El aliado no es un interlocutor sino un sometido y, si impugna la sumisión, se le señala la puerta de salida.

¿Estimación o desbarajuste? Por supuesto, no todos los radicales estuvieron de acuerdo con inmolar, una vez más, el partido y las ideas en Cambiemos. En Parque Norte hubo más de 200 votos a favor y unos cien en contra. Expresaron abiertamente su rechazo ochenta convencionales, y lo hicieron en un documento; decenas se retiraron antes de la votación.

"Por estos días, la pobreza de la política argentina se muestra en todo su siniestro esplendor".

Vale la pena mencionar a algunos de los que se opusieron a seguir en Cambiemos, aunque la lista no sea completa porque, según quienes la conocen, incluye a más de cien: Jorge Sappia (presidente de la Convención), Leandro Illia, Raúl Borrás, Lucía Alberti y el vicegobernador de Santa Fe Carlos Fascendini; los convencionales que se referencian con el Changui Cáceres (otro histórico) también se oponían a continuar la ofrenda partidaria en el altar macrista. Notables radicales como Ricardo Alfonsín, Freddy Storani y Juan Manuel Casella no eran convencionales, pero se conoció desde el principio su posición en contra de seguir en Cambiemos, no ratificar el acuerdo de 2015 con el PRO y propiciar un nuevo frente.

Se difundió la cifra de que se opusieron 17. Esa cifra escondería un número mucho mayor. La Convención sesionó sin quórum y, en estas condiciones, designó una Comisión de Acción Política. Quienes tienen buena información sobre lo sucedido afirman: primero, que nunca se contaron los votos; segundo, que los 260 a favor de permanecer en Cambiemos son una “estimación” de manos levantadas, que se contaron en menos de un minuto. Para un partido que siempre se sintió orgulloso de su institucionalidad, este resultado dudoso es un desbarajuste.

Antes de esa votación, algunos discursos recordaron que Raúl Alfonsín había soñado con un partido amigo de la socialdemocracia y aceptado como observador de la Segunda Internacional. Los radicales, a los que muchas veces se acusó de vivir en el pasado, viven ahora en un posmoderno presente sin programa. Acaban de consolidar a un gobierno de derecha. Menos mal que los muertos ilustres ya no pueden desesperar con lo que perpetraron estos hombres que se creen muy vivos.

Pudo escucharse el encendido discurso del convencional Ariel Dulevich Uzal, que no convenció a los pro PRO, pero que les recordó a los radicales su pasado. Vale la pena una cita: “Sellamos una alianza con la expresión política argentina que a la derecha tiene la pared. Junto a Cambiemos hemos perdido en dos meses diez elecciones. ¡Cuántas más hacen falta para interpretar el categórico rechazo de la ciudadanía!”

Sacrificio. La Convención radical hizo imposible un amplio frente colocado del centro a la izquierda, una alianza de reformadores moderados, no de talibanes del mercado. Ricardo Alfonsín y los socialistas de Santa Fe están animados por esa idea.  

Por el contrario, la Convención le dio su apoyo a un gobierno con el que muchos de los convencionales no están de acuerdo. A otros muchos los dominó el miedo irracional de convertirse en los enterradores del PRO seis meses antes de las elecciones. Los radicales saben mucho de entierro anticipado, porque lo sufrieron. Nadie juega para desplazar a Macri antes de octubre, aunque la Convención radical hubiera decidido abandonar Cambiemos.

Macri tendrá su Cambiemos, y le importa poco el sacrificio que se hace en su nombre. Pero, sin los radicales, el PRO hubiera podido quedar fuera de un ballottage entre el kirchnerismo y un frente donde la UCR, Lifschitz, Lavagna y Stolbizer habrían aportado lo suyo. Y que, en la segunda vuelta, recogería los votos anti K que ya no podrían ir a un Macri sacado de concurso. Esta era una posibilidad, ardua pero no ilusoria. Ricardo Alfonsín y Storani lo pensaron: derrotar al kirchnerismo por el lado bueno de la política y no solo por la derecha.

La pobreza de la política argentina se muestra en todo su siniestro esplendor. Hagamos examen de conciencia. Una buena parte del periodismo y de quienes opinamos en plataformas escritas o virtuales también somos responsables de esta pobreza “intelectual y moral”. Gramsci usaba esas dos palabras cuando quería probar la urgencia de una reforma profunda de la esfera pública en Italia. Gramsci no era un politólogo a la moda, pero las palabras que usó todavía permiten pensarnos.