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Afectos personales

Humanizar el saber práctico

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Norbert Elias. Escribió El proceso de la civilización. | cedoc

En 1939, en los comienzos de la Segunda Guerra Mundial, el sociólogo alemán Norbert Elias publicó su obra más importante, El proceso de la civilización, un análisis minuciosamente documentado de la afectividad occidental desde la Edad Media hasta la Modernidad, presentado como un recorrido de paulatina privatización de los afectos, recluidos cada vez más en la interioridad del yo, y de publicitación de todo lo que de racional tienen las personas, considerado como lo único digno de ser mostrado.

Obviamente, Elias no llegó a conocer el reverso de esta trama, tan preponderante en los tiempos de modernidad líquida diagnosticados sagazmente por Zygmunt Bauman, o en tiempos más recientes por Byung-Chul Han, tiempos de “exceso de positividad”, como los llama en la obra que lo hizo famoso, La sociedad del cansancio.

Así, y a diferencia del mundo presentado por Elias, hoy vivimos una época profundamente sentimental, y esto hasta el extremo de que sentir algo sea sinónimo de darle el estatuto de lo genuino y definitivo. Ahora bien, esta sensibilidad sentimental de la época, casi romántica, no está presente por igual en todos los ámbitos ni se manifiesta positivamente en todos ellos.

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Hoy sentir algo es sinónimo de darle el estatuto de lo genuino y definitivo

En la empresa, por ejemplo, una de las instituciones más importantes del mundo moderno, hace más bien poco tiempo que se está concediendo a la afectividad la importancia que merece, pero de manera casi siempre instrumental, es decir, en cuanto sirve al rendimiento, la productividad, la eficacia y la eficiencia, y no por su valor intrínseco en cuanto dimensión inescindiblemente personal.

En consecuencia, es necesario repensar la empresa y otras organizaciones contemporáneas, desde la perspectiva según la cual atender a la afectividad personal, es promover una comprensión holística de la persona, holística y no instrumental, capaz de dar cuenta de esa realidad en virtud de la que ser persona es estar convocado a serlo en totalidad, realizando un proyecto, tal y como afirma el poeta griego Píndaro al decir “llega a ser el que eres”.

Ahora bien, reivindicar la afectividad, otorgarle estatuto de ciudadanía, no significa necesariamente hacerlo en los términos de esa sensibilidad contemporánea predominante, una sensibilidad para la que solo lo sentido es genuino, por una parte, y solo sentir es criterio válido para justificar una acción, por otra, lo que termina generando un emotivismo ético del que resulta expulsada toda dimensión racional del hacer libre, como si la pasión fuese lo único importante, lo en verdad definitivo, es decir, lo que define lo bueno y lo malo, lo justo y lo injusto.

Salvo en estos casos, salvo cuando se la absolutiza, recuperar la afectividad como parte de la ética humaniza el saber práctico del que básicamente depende la vida feliz, tal vez al estilo del filósofo Xavier Zubiri, discípulo de Julián Marías, quien acuñó el concepto de “inteligencia sentiente” décadas antes de que Daniel Goleman popularizara el concepto de “inteligencia emocional”. De ser esto así, y ojalá lo sea, vaya donde vaya, cuando vaya y con quien vaya, no olvide a bordo sus afectos personales.

*Profesor de Ética de la Comunicación en la Escuela de Posgrados en Comunicación de la Universidad Austral.