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La esperanza y lo esperado

La mejor promesa ya cumplida de Macri fue el hecho de que Cristina Kirchner“se convirtió en calabaza”. Pero se espera más.

Ante la multitud. Mauricio Macri y Juliana Awada salieron al balcón de la Casa Rosada para saludar a la muchedumbre que se congregó en la Plaza de Mayo.
| Telam

La filosofía siempre le cedió a la teología el análisis sobre la esperanza, asumiendo que la fe y la razón son de campos diferentes.

En el Antiguo Testamento,  la esperanza era la promesa hecha por el líder del pueblo de Dios de conducirlo a la tierra prometida. En el Nuevo Testamento, la esperanza estaba asociada con la resurrección. Tierra prometida y resurrección son dos metáforas perfectas para la Argentina actual, que deposita en Macri esperanzas que ningún ser humano puede prometer satisfacer. Aquel Néstor Kirchner sufriente asumiendo en 2003 con la frente sangrando en medio del caos y este pulcro Macri marcan la diferencia de expectativas de la sociedad, siempre más fáciles de satisfacer cuando lo que se espera es menor.

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Para los griegos, la esperanza era un consuelo. Para los psicólogos, la esperanza es una pasión. Para Descartes –en Las pasiones del alma–, era el placer ante la probabilidad de alcanzar un goce futuro.

Para Ernst Bloch, considerado el filósofo de la esperanza, se trata de un “hambre originaria” del ser humano, una conciencia del mañana que lo anima a realizar lo que aspira a ser y “todavía no”. Esperanza, futuro e incompletud van de la mano porque la esperanza desaparece cuando ese “todavía no” se realiza. La espera muestra la falta.

Parte de lo que se esperaba que Macri trajera ya se consumó y lo reflejó Cristina Kirchner diciendo el miércoles: “A medianoche me transformo en calabaza”. Esa fue su mejor promesa de campaña ya cumplida. Pero lo esperado de su presidencia es bastante más difícil de cumplir, de allí el famoso Teorema de Baglini que indica que el tamaño de las promesas de los políticos es inversamente proporcional a su cercanía real al poder.

La ilusión sería una esperanza infundada, un engaño de los sentidos, de la apariencia sobre lo real, una moneda falsa, un pensamiento mal encarado y, no pocas veces, también una estafa necesaria. El inocente es quien cae frecuentemente en la ilusión: la sociedad argentina muchas veces ha visto su esperanza degradada en desilusión pero la necesidad de creer –paradójicamente– no pocas veces aumenta en lugar de reducir el deseo de creer, credulidad  que se explica en la necesidad de compensar tanta frustración con el paliativo del placer –aunque sea momentáneo– de sentirse ilusionado con un futuro distinto a la fatalidad del presente.

Tampoco es sólo una “enfermedad de la razón”, como piensan los racionalistas, porque sin ilusión no habría mundo, y que la sociedad argentina, o buena parte de ella, vuelva a creer no deja de ser una fortaleza porque la dinámica de las ilusiones es un a priori que actúa sobre el destino, predeterminando en alguna proporción su historia. Shakespeare escribió que “somos de la misma trama que nuestros sueños”.

Hay narcisismo también en la esperanza, que Macri trabaja muy bien al referirse continuamente a la capacidad de los argentinos, a su genio singular y a que unidos son “imparables”. No hay optimismo sin esperanza, y no hay crecimiento económico sin optimismo. La esperanza es la base de la existencia del ser humano en el tiempo: la esperanza pone en marcha el existir que significa salir (sistere extra), salir del inmovilismo, de la aceptación del presente como suficiente. La esperanza sería un imperativo del desarrollo cuando –en forma de autopoiesis– crea parte de lo esperado.

Quien no tiene esperanza no arriesga. El miedo no arriesga. Parte de la sociedad argentina arriesgó creyendo que algo mejor es posible. Macri le aportó a la sociedad el propio riesgo de quien teniendo una vida cómoda arriesgaba su futuro. Habrá un largo camino hacia una tierra prometida y la esperanza no es condición suficiente pero sí necesaria.

La esperanza y el resentimiento comparten su insatisfacción con el presente: el resentimiento lo procesa enfocándose en el pasado, y la esperanza, en el futuro.

La esperanza y el miedo eran para Maquiavelo dos instrumentos fundamentales de la política. Spinoza, en su Tratado teológico político, considera la esperanza y el miedo como dos formas de obtener consenso y obediencia. El kirchnerismo usó el miedo; Macri contrapone al poder duro de la coerción el soft power de la seducción y la esperanza. Quizá la Argentina haya ingresado al posmodernismo.