¿Pueden Julia Mengolini, Romina Manguel, Marcelo Bonelli y Joaquín Morales Solá unirse en un objetivo de descarga de odio en un mismo espacio y lugar? Si a alguien se lo hubiese dicho hace dos años, habría respondido que eso era imposible. En la grieta de entonces, Julia estaba en una orilla; Joaquín y Marcelo en otra, y Manguel, por decirlo en los términos tuiteros previos a X, en Corea del Centro.
Los cuatro tienen historias bien diferentes. Joaquín se inició en el periodismo en su Tucumán natal, en La Gaceta. Hace 42 años, cuando Argentina retomaba la senda democrática, ya era un periodista consagrado que desde las páginas de Clarín entrevistaba a los candidatos presidenciales en su último reportaje antes de la elección. Tuvo un programa clásico del periodismo político en TN y es, desde hace mucho tiempo, columnista político dominical de La Nación. Con la llegada de Milei, mudó su programa a la señal de ese grupo, LN+. Julia nunca ocultó su simpatía con el peronismo kirchnerista, trabajó en diferentes medios y, cuando asumió Macri, tras su salida de Radio Nacional, fundó su propia radio online, Futurock, que hoy sostiene gran parte de su funcionamiento con el aporte de oyentes que forman su comunidad. Manguel, una “Lanata girl”, pasó bajo la dirección de Jorge por varios medios y, en el último tiempo, logró su propio espacio como conductora en Canal 9 y Radio con Vos, mientras que Bonelli es un periodista con varias décadas de trayectoria en el Grupo Clarín, columnista económico en el diario y en TV, conductor en Radio Mitre y en la nave insignia de TN, A dos voces.
Hacer política a las puteadas: ¿Que harán los periodistas calificados de "mierda" por Javier Milei?
Si lo sintetizamos de forma burda: un liberal de centroderecha, un desarrollista, una progre de centroizquierda y una “kuka”, tal la expresión despectiva puesta de moda en la era de la crueldad. Cuatro historias bien diferentes que para el presidente son exactamente lo mismo: seres despreciables a los que hay que atacar sin límites, agredir y llegar a la aberración de que sus seguidores le armen un vídeo fake horrible a Julia, calificar de “mierda de persona” a Joaquín, de “primate” a Romina y de basura a Marcelo.
¿En qué situación estamos como sociedad para que todo eso, dicho durante unas dos horas en un canal de streaming con el Presidente tomando de la mano a su perro, frente a las sonrisas de su hermana, la secretaria General de la Presidencia, y ante la complicidad de un conductor, no haya generado un verdadero repudio generalizado? ¿Hasta dónde llega la paciencia de los sectores democráticos para tolerar en silencio la ilimitada catarata de insultos para cualquiera que no se digne a repetir el mantra mileísta?
Es sabido que la relación entre el poder (y la política) y el periodismo es de tensión. No podría ser de otra forma, dado que los medios de comunicación buscan siempre el momento en que el hombre muerde al perro e indagan en las contradicciones, las miserias y aquello que alguien no quiere que se sepa. Incluso los dirigentes más democráticos, como Raúl Alfonsín y el mejor vocero que tuvo la democracia, el maestro José Ignacio López, tuvieron debates y cruces con los medios. Es natural que eso ocurra.
Un 70% de los argentinos reprueba el trato que Milei tiene hacia los periodistas
Quienes nos dedicamos a esta tarea de ser intermediarios entre políticos y periodistas, como voceros, más de una vez terminamos discutiendo con amigos, ex compañeros de facultad, viejos compinches de algún laburo o rivales en una cancha de fútbol 5. Eso también es normal. Es más: todos sabemos en nuestro fuero más íntimo que, en general, nuestra profesión convive con una contradicción. Los medios quieren a nuestros representados cuando lo recomendable es que no hablen, y no los quieren en los momentos en que necesitamos que estén en la escena pública. También eso forma parte de lo habitual y las discusiones en esos momentos no son sencillas ni amables.
Lo que está fuera de toda regla y rompe con cualquier marco de buen trato es que nos habituemos a un presidente que insulta a diestra y siniestra como único argumento. Que, camuflado en una falsa defensa, ataque con violencia y sin piedad a profesionales que, como vimos, tienen pensamientos disímiles sobre casi todos los temas. Cuestión que muestra cómo a Milei lo mueve una obsesión: destruir a quien no acepta reproducir sus “buenas noticias”, a quienes acusa de mentir porque está convencido que la única verdad es la suya.
En 1992, la jueza federal María Servini de Cubría pidió y logró una resolución para que en el programa de Tato Bores no se pudiera hablar de ella. Lo hizo en el contexto de una investigación periodística sobre lavado de dinero que rozaba a la familia presidencial de Carlos Menem. Tato, con gran maestría, respondió juntando a un coro, hasta entonces imposible de reunir, para cantar “La jueza Barú Budu Budía es lo más grande que hay”.
Allí, un pelilargo Mario Pergolini aparecía a metros de Mariano Grondona; mientras que César Mascetti, María Laura Santillán y Magdalena Ruiz Guiñazú cantaban junto a Alejandro Dolina, Bernardo Neustadt, Víctor Hugo Morales, Nicolás Repetto, Mónica Gutiérrez, Fernando Bravo, Mónica Cahen D’Anvers y Jorge Guinzburg; mezclados con estrellas como Soledad Silveyra, Luisina Brando, Cipe Lincovsky, Enrique Pinti, Chunchuna Villafañe, Horacio Fontova, Luis Brandoni, Juana Molina, Miguel Ángel Solá, Fabián Vena y Gabriela Toscano. Todos cantaban con los Soda Stereo, Cerati, Alberti y Bosio; el entrañable Luis Alberto Spinetta; Patricia Sosa; Víctor Heredia y el vecino de La Paternal, Norberto Pappo Napolitano junto a su compañero en Riff, Michel Peyronel.
Tampoco faltaron el gran actor que era el complemento ideal de Tato, Roberto Carnaghi, ni los humoristas y guionistas Daniel Paz, Pedro Saborido y Omar Quiroga.
La genialidad de Tato dejó en ridículo el intento de censura y fue un paso simbólico en la consolidación del derecho a saber de la sociedad en una democracia que aún no había cumplido una década.
Quizás, en este clima en el que la censura no se busca por una resolución judicial, sino a través de generar temor a quedar expuesto a los insultos de una patrulla digital dirigida desde la cima del poder, vaya siendo hora de armar otro coro —en el que no falten Morales Solá, Mengolini, Manguel, Bonelli ni algunos de los periodistas que ven con buenos ojos al gobierno— para demostrarle al poder actual que hay cosas a cuidar; entre ellas, la buena educación, el respeto, el buen trato, la libertad de expresión y la convivencia democrática.
Periodista. Trabaja en comunicación política desde hace treinta años. Su último libro, escrito con Rodrigo Estévez Andrade, es Ahora Alfonsín. Historia íntima de la campaña electoral que cambió la Argentina para siempre (Margen Izquierdo/Planeta, 2023)