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La grieta del otro

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Bolsonaro-Lula. En el estudio principal de la red Globo de televisión, crítica de ambos contendientes, el presidente y el ex presidente se sacaron chispas el jueves. | AFP

Si el jardín del vecino fuera siempre más verde como reza el dicho, la grieta del vecino es siempre más tolerable que la propia. Ver en los brasileños las pasiones políticas que esclavizan sus pensamientos, que por ser ajenas y no propias nos permite una distancia antropológica, resulta instructivo para cualquier argentino que esté observando el proceso electoral más polarizado de la historia: Lula-Bolsonaro, Bolsonaro-Lula. Ayuda a tomar más consciencia aún de lo irracional que resultan las cegueras paradigmáticas que producen los sesgos pro-contra que del otro lado de la frontera se resumen en Lula-Bolsonaro y del nuestro Cristina-Macri.

Nunca más cercana la definición sobre que la mayoría de los votantes nunca elige y solo opta entre dos males, por el menos malo y gran parte de los actuales votantes de Lula, que en mucho trascienden los partidarios del Partido de los Trabajadores bastante disminuido, más que votar por Lula estarán votando en contra de la vergüenza que les produce tener el presidente bestial como Bolsonaro y, al mismo tiempo, gran parte de los votantes de Bolsonaro más que votar por él lo hacen por el rechazo de clase, estético y/o ideológico que les produce el regreso de Lula y, algo “peor”, el regreso del dogmático Partido de los Trabajadores que nunca tuvo la plasticidad práctica de Lula.

Tampoco hubiera sido electo Bolsonaro en 2018 si no fuera por este sentimiento “gorila” de la clase media brasileña hacia el populismo inmanente en un obrero presidente, aunque bastante moderado en sus ideas y quizás por eso más irritativo para ellos: “¿cómo puede ser tan exitoso alguien sin instrucción?”.

En Brasil los prejuicios de clase son mayores que Argentina donde el “cabecita negra” de Evita y Perón aquí es directamente un descendiente de la esclavitud erradicada recién casi al comienzo del silo XX. En la misma proporción el imperativo aspiracional de la clase media es mucho mayor que en Argentina, porque aquí compartir espacio físico o simbólico con un afrodescendiente, los aterroriza.

En la ciudad de San Pablo, equivalente electoral a nuestra Ciudad de Buenos Aires, donde me encuentro para poder acompañar estas elecciones cruciales y emocionantes transmitiendo mi programa de las mañanas desde aquí, el sentimiento anti-Lula de las clases medias y medias altas es tan explícito que inhibe a los sectores de menores recursos, que los tienen como clientes o empleadores, a manifestar su preferencia política. Hay quienes piensan no salir de sus casas el domingo a la noche y hasta la mañana del lunes, por temor a la ira de los partidarios de Bolsonaro de producirse una derrota tan contundente que elimine la instancia de la segunda vuelta.

Es que los bolsonaristas como los terraplanistas o anti-vacunas descreen de las encuestas, a las que atribuyen intereses mediáticos, y están convencidos que serán ellos quienes ganarán en primera vuelta este domingo. El choque con la realidad sería sin amortiguadores.

Hay controversias sobre cómo afectará el voto vergüenza los pronósticos de las encuestas: ¿estará subestimada la cantidad de votos de Lula por el temor de las clases bajas a hacer pública su elección o estará subestimada la cantidad de votos anti-Lula por la vergüenza a tener que votar por Bolsonaro como mal menor?

Pero quede consagrado Lula como nuevo presidente de Brasil este domingo 2 de octubre con más del 50% de los votos, o recién tres semanas después en una segunda vuelta, habrá entre dos y tres meses de interregno con un presidente electo que es odiado por el presidente en ejercicio y la brutalidad de Bolsonaro genera expectativas de complejos conflictos de poderes: si Cristina se negó a entregarle el bastón de mando a Macri en 2015, es probable que Bolsonaro directamente actúe explícitamente su enojo durante la transición de forma mucho más beligerante. “Ladrón”, “ex presidiario” le dijo en el debate a Lula en la cara, quien en ese clima de tensión también subió el tono al responderle.

La grieta brasileña resulta un consuelo para los argentinos, frente a Bolsonaro Patricia Bullrich es moderada y Javier Milei un político ponderado. Al revés, genera envidia que la prensa importante de Brasil, los grandes diarios y cadenas de radio y TV de San Pablo y Río de Janeiro Janeiro sean equilibrados criticando por igual a Lula y a Bolsonaro sin caer en el partisanismo de notorios medios argentinos para quienes todo lo de un sector está bien y todo del otro, mal, al punto de poder estar convencidos de que el atentado contra Cristina Kirchner fue un autoatentado. En Brasil ese mesianismo no está en los medios importantes, sí en la redes sociales más llenas de fake news que en Argentina.

Lula promete volver a la presidencia más herbívoro que Perón tras su exilio y pacificar a Brasil, a lo Mandela, tras haber sufrido cárcel en Sudáfrica y para que eso sea posible tendría que repetir el éxito económico que irradió sobre todas las clases sociales en los primeros ocho años de gobierno del PT, los suyos y no en los de Dilma Roussef, en los que la economía perdió el impulso y con ello el aura que amalgamaba trasversalmente a los brasileños.

¿Podrá Lula repetir ese boom de desarrollo social cuando el mundo se encamina a una recesión con inflación, opuesto al escenario que le tocó gobernar la primera década de este siglo? ¿Podrá Lula repetir esa economía distribucionista con las commodities en tendencia bajista y sin la ventaja de Argentina donde, además de las exportaciones que aportan el crecimiento del complejo agrícola que compartimos con Brasil, se nos agrega el boom de los minerales con el litio entre ellos, más el potencial energético de Vaca Muerta, recursos que Brasil carece?

Hay quienes dicen que Lula con sus 78 años está viejo y desactualizado, y quienes lo ven mejor que nunca, con la madurez de haber vivido todo, hasta haber pasado por la cárcel.

Estos últimos imaginan que su ministro de Economía sería Pérsio Arida, el autor del Plan Real siendo presidente del Banco Central durante su lanzamiento en 1995, que terminó con la inflación y dio comienzo a veinte años de crecimiento ininterrumpido en Brasil. Ojalá así sea por Brasil y por Argentina.