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OPINION

La ley que nadie entiende

El momento de la votación, en general, de la Ley Omnibus, un proyecto que obligó al oficialismo a una larga negociación en extraordinarias. Fue 144 votos a 109.
El momento de la votación, en general, de la Ley Omnibus, un proyecto que obligó al oficialismo a una larga negociación en extraordinarias. Fue 144 votos a 109. | Pablo Cuarterolo

Es muy sencillo sentirse hoy confundido, y sin embargo, puede al mismo tiempo uno dedicar un espacio personal en explicar los detalles de una opinión, que en la mayoría de las ocasiones se ofrece disponible en el sistema político, para el enfrentamiento, en relación a una base de conocimiento esencialmente inexistente. Es decir, en el mundo moderno existe la práctica difundida y necesaria del conflicto bajo la condición fundamental de la presencia de la ignorancia como base que lo garantiza en su extensión. Justamente, quien no comprende bien qué es lo que acaba de votar la cámara de Diputados, está especialmente preparado para dar su apoyo o rechazo a la gestión actual del ya casi no más nuevo gobierno nacional.

Nuestro mundo contemporáneo gusta en ocasiones de ser descripto como repleto de datos y de informaciones detalladas. Sin que quede del todo claro su impacto en los procesos de comunicación, se gusta relatar que en los últimos dos, tres, cinco o el número que se guste para hacer el corte, se concentra la misma o mayor cantidad de información que en los últimos 500 años (o algo por el estilo), y que al mismo tiempo las comunicaciones se han expandido en una manera exponencial ya casi sin control. Este tipo de descripciones ideales para una charla TED (o para el coloquio de IDEA), no terminan de atender un problema esencial filosófico, y ya heredado por todas las ciencias sociales, en relación al modo en que esos datos se inscriben en los procesos de comunicación sociales. Como cierta “cosa en sí” allí fuera de las conciencias modernas, como algo con poder ordenador de los supuestos, parece que ese mismo aumento de los datos, y de la precisión, no hacen un trabajo adicional de anulación de los prejuicios o atajos conceptuales que siguen con su propia vida iguales o más poderosos que en el siglo XIX o el siglo XX. La denominada informalmente “ley omnibus”, que supuestamente trata elementos de la realidad, concretos, basados en evidencia, requiere como paradoja de su éxito la base del conflicto político basado en supuestos acumulados de imaginarios cruzados.

El ecologismo de Milei

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El proceso de inserción televisiva y de redes sociales de Javier Milei no solo se basaba en la exageración de sus gestos, sino en el acompañamiento de un componente excesivamente relevante en relación a la idea de transmitir conocimiento y de ofrecer debates teóricos sobre teoría económica. Con esto completamente lanzado a través del tiempo pudo constituirse la idea, sin chance de comprobación para el público masivo, de que Milei sabría mucho de economía y que por lo tanto, al no estar del todo en condiciones de ser precisos sobre él mismo, debería dejarse la esperanza en creer que eso que se escuchaba con gritos y brazos exagerados debería ser cierto. Así, esta Ley de Bases no tendría algo tan diverso a estos años de expansión del ahora Presidente. Aunque no se sabrían bien sus beneficios, todo quedaría bajo la creencia de ser ordenada por quien supuestamente conocería al detalle esto allí escrito.

Experiencias de creencias similares son posibles de encontrar sin especiales dificultades. Gran parte de los fanáticos kirchneristas asignan a Cristina Kirchner importantes conocimientos sobre la historia argentina y del mundo, a pesar de no estar en contacto con literatura especializada para comprobarlo; mucha gente compra los libros de divulgación filosófica de Dario Sztajnszrajber sin saber si Kant o Heidegger están bien o mal representados en sus textos, pero garantizándose una lectura alegre al lado de una pileta en verano; o incluso pueden los espectadores escuchar en el noticiero al Dr. López Rosetti hablar de problemas universales de la medicina sin poder explorar la precisión de aquello que dice en relación el saber especializado que ya existe en la medicina del mundo real. Bajo estas condiciones puede señalarse la sobrevivencia de una condición clave de la modernidad: cualquier proceso de masificación requiere de ignorancia basada en la creencia de que su negación no es justificada. La ignorancia es la condición de escucha, y su creencia, la imposibilidad de tratar su realidad para exponerla.

Para el sistema político este mismo mecanismo de creencia es una de sus condiciones de operación clave, ya que es eso o la nada. La sociedad moderna tiene en otros sistemas procedimientos que pueden tratar alternativos procesos de comunicación, es decir, sobre otros temas, bajo condiciones efectivas y que pueden de ese modo anular la duda o la incertidumbre. El dinero es un medio de comunicación que anula muchos debates, en especial morales, y que permite de manera especializada convertir una comunicación no efectiva en efectiva. Los procedimientos en el derecho garantizan la validez de su recorrido legal o el método científico en la ciencia debe exponer ante colegas el poder real de su propia demostración y con eso ya ser aceptado como verdad. Sin embargo, para que la política pueda seguir adelante bajo ciertas condiciones de legitimidad, algunas de estas supuestas creencias deben sobrevivir, ya que no hay ninguna operación que reemplace la forma de constituir aquello que se supone.

El adorno moral

Una ya amplísima literatura en estudios de opinión pública (que por algún motivo parece no llegar a las prácticas locales de análisis…) insiste en demostrar los esfuerzos que hacen los votantes por justificar las medidas de gobierno, en un sentido de defensa de las mismas o de rechazo. Quien se siente identificado con uno u otro partido, esté este en el gobierno o en la oposición, hará esfuerzos considerables para consumir información, o incluso adaptar esta misma información, en dirección específica de confirmar lo que piensa sobre ese objeto de tratamiento. Al no tener la política un ofrecimiento de procedimiento de relación con la gente que pueda ser llevado a alguna forma concreta e indudable, debe mientras tanto encontrar la manera de sostener la creencia en sí mismo desde una mirada del público. Puede alguien sentirse confundido con el debate de la ley, con la eliminación de los artículos, con lo que realmente queda o se excluye, pero en definitiva debe sentir que lo que su candidato vencedor propone es lo correcto, y que lo que los otros quieren impedir es lo no correcto. Mientras este esquema binario subsista, el gobierno podrá sentirse vencedor con la votación de una ley sobre la cual nadie sabe nada.

Milei tiene una obsesión declarada con el comunismo y es probable que igual que los ya no tan jóvenes de La Cámpora, que añoraban no haber estado en los años setentas para poder llevar adelante sus luchas revolucionarias, él sienta haberse perdido los ochenta para ver caer al comunismo soviético, siendo también protagonista de ese empujón a los otros para su fin. Milei no se aleja, de este modo, de la relación constante con el pasado reciente para reivindicar una legitimidad en el ahora, y su discurso en Davos, como un equivalente funcional al de Cristina en Harvard, debe incluirse en un contexto de sentido que requiere de una legitimidad que copia casos recientes y que en consecuencia obliga a la pregunta por la real diferencia de su gestión con los otros todavía cercanos. Sería, en su explicación, la libertad de las personas, pero en los términos públicos de sus apoyos, la ilusión de un saber que fundamentalmente se sostiene por la pregunta sin respuesta de lo que en realidad se desconoce. Eso, por ahora, solo queda depositado en la fuerzas del cielo.