Y se va la tercera columna sobre cine seguida (la última, espero, por un buen tiempo). Pero esta vez hay una verdadera excusa: el estreno de la nueva película de Quentin Tarantino, Bastardos sin gloria. Una amiga, productora de cine neoyorquina (pongámosle nombre, que lo tiene, se llama Amanda Trokan), me escribió un mail hace quince días, cuando salió de verla. El mensaje decía algo así: “Quienquiera que haya silbado la película en Cannes no entiende nada. Tiene todo lo que se necesita para llamarla una obra maestra. Todos los actores son excepcionales. Y la sangre, y el toque gore están perfectos. Y el suspenso, y la tensión. Y los homenajes a sí mismo. Y el tono y el diseño de la escenografía, y las explicaciones, los flashbacks, el humor. Incluso creo haber descubierto un pequeño cameo del propio Tarantino. Me parece que es uno de los nazis muertos a los que se les corta el cuero cabelludo, aunque no estoy muy segura”. Pero desconfiamos de la objetividad de esta chica, que tiene una billetera de cuero con la leyenda Bad Mother Fucker, como la que usaba Samuel Jackson en Pulp Fiction. Y como la película se estrenó el jueves pasado, hacia allá fuimos.
Bastardos sin gloria tuvo una recepción dispar en Cannes, en mayo de este año, y lo mismo pasó con la crítica en los Estados Unidos. ¿Por qué? Bueno, cómo no tenerla. ¿La historia? A esta altura es bastante conocida: ambientada en la Francia ocupada por los nazis durante la Segunda Guerra Mundial, sigue la vida de una chica judía cuya familia fue asesinada por las SS y, en paralelo, la creación de un batallón de soldados estadounidenses cazanazis llamados Los Bastardos Sin Gloria. Hasta ahí, todo lo que se puede decir sin revelar detalles de esta película que, como Pulp Fiction, se extiende por más de dos horas y media. No es el único lazo tendido por el director entre su film más conocido y éste: acá están también sus virtuosos planos secuencia, su personal manera de musicalizar, la división de la trama en capítulos, los extensos diálogos plagados de bromas, la misma tipografía en los créditos de apertura y cierre y, por si fuera poco, el papel femenino principal es interpretado por la bellísima Mélanie Laurent (que parece un clon de la actriz fetiche de Tarantino, Uma Thurman).
Quizás, a diferencia de sus películas anteriores, donde solía homenajear el cine que había visto y consumido cuando era joven, ésta sea su obra más autocelebratoria. Un homenaje a sí mismo, como el que hizo Pedro Almodóvar con la reciente Los abrazos rotos. Un nuevo homenaje, en verdad el más explícito, al cine (la trama gira en torno de una vieja sala parisina, la historia de su dueña, y el estreno ficticio de un film de Joseph Goebbels). Tarantino bromea sobre los franceses (“estamos en Francia, acá respetamos a los autores”, dice Laurent), los estadounidenses (“o sea que son americanos; es decir, que no hablan más que inglés”) y, claro, los alemanes (y se da el gran gusto de desfigurar a Adolf Hitler a balazos).
La crítica en la Argentina está siendo más benevolente, y razones no faltan. La película es una nueva muestra del talento de Tarantino (¿el director más clásico entre los modernos?). Por si quedara alguna duda, la editorial Mondadori, con un claro sentido de la oportunidad, acaba de publicar (incluso antes de que el film fuera estrenado) el guión de Bastardos sin gloria. Me dicen que hay algún diálogo que falta en el libro. No es extraño: Tarantino suele filmar y editar en sus versiones finales algunos detalles que surgen de improviso en los rodajes. Como lo hacen los verdaderos autores.