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segunda ola

La peor reacción, en el peor momento

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Otros tiempos. Se rompió la relación política entre Alberto Fernández, Rodríguez Larreta y Axel Kicillof. | NA / retoque digital Gustavo Dandraia

Confieso que fui un iluso. Soy de los que creyeron hace poco más de un año que la potente imagen de Alberto Fernández, Horacio Rodríguez Larreta y Axel Kicillof encarando juntos la pelea contra la pandemia abría la puerta a que se parieran políticas de estado acordadas para afrontar la peor crisis de nuestra historia.

El sueño duró un par de meses. Hasta que las miserias de la política (como las de la vida) empezaron a socavar la concordancia con matices que habían edificado. La quita de coparticipación a la Ciudad, anunciada en septiembre del año pasado, fue el principio de un fin que terminó de consagrarse esta semana.

Cada uno con sus particularidades personales y políticas, al final el Presidente, el jefe de Gobierno porteño y el gobernador bonaerense coincidieron en dinamitar los ya frágiles puentes que los conectaban. El momento no podía ser más inoportuno: el estallido de la segunda ola, en medio de los irrefrenables aumentos de la pobreza y de los precios.

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Nación. Empecemos por el Presidente, que ocupa el cargo de mayor responsabilidad. Para bien y para mal. Su accionar luce errático, para decirlo de manera elegante.

Hace veinte días dio aire a que toda la Argentina se movilizara sin límites por el país para disfrutar del ocio de Semana Santa, cuando ya los contagios daban señales de alarma.

Ante la preocupación y luego la desesperación de su equipo sanitario, empezando por la ministra Carla Vizzotti y el equipo asesor en infectología, Alberto F se mantenía confinado en Olivos por su covid y no tomaba medidas que le reclamaban desde dentro mismo de su administración.

Dejó pasar varios días hasta que se decidió a anunciar las restricciones del 9 de abril, con eje en el cese de la nocturnidad y con epicentro en el AMBA y en otras localidades de diferentes provincias, todas con semáforo rojo de multiplicación de contagios.

Parecían insuficientes las limitaciones ante el volumen que adquiría la segunda ola. Las quejas se oían por debajo de la mesa especialmente desde La Plata, donde el ministro Daniel Gollan y su vice Nicolás Kreplak no disimulaban su fastidio.

El volantazo presidencial puede atribuirse a la conversación que tuvo con CFK

Vía voceros oficiales y oficiosos, el Presidente hizo saber de su enojo porque los mismos gobernadores que pedían mano dura con la pandemia evitaban aplicarla, según los autorizaba el artículo 17 del DNU del 9 de abril. “Quieren que yo solo pague el costo político”, dijeron fuentes oficiales que dijo.

Provinciales. El publicitado reproche presidencial estaba destinado a Rodríguez Larreta, obviamente. Pero también a Kicillof (sobre todo) y a dos mandatarios poco observados desde el porteñocentrismo mediático: el cordobés Juan Schiaretti y el santafesino Omar Perotti. Pese a tener varias áreas de sus provincias explotadas de covid, ambos prefirieron seguir especulando con el muñequeo de la situación: tienen elecciones claves este año, donde además de diputados eligen sus representantes en el Senado.

En cuestión de horas, Alberto F mutó el pase de facturas a decidir lo que los gobernadores evitaban. El volantazo incluyó la polémica suspensión de las clases presenciales en todos los niveles educativos del AMBA, lo que dejó más que en off side a Vizzotti y Nicolás Trotta, quienes horas antes no se cansaban de repetir que ir a las escuelas no causaba contagios y que la presencialidad iba a ser lo último que se tocaría.

Fuentes del oficialismo adjudican este súbito cambio de opinión del Presidente a una conversación telefónica que tuvo con su vice, Cristina Fernández de Kirchner. Aunque cerca de Alberto F niegan ese contacto, la ex presidenta le pidió que siguiera la línea dura que propone otro trío que se las trae: Kicillof-Gollan-Kreplak. “Seguilo a Axel, Alberto”, sugirió (¿ordenó?) CFK.

Bonaerense. A esta altura no sorprende la devoción de Cristina por el gobernador bonaerense, a caballo de la apuesta del kirchnerismo (y de La Cámpora) por la provincia de Buenos Aires como el territorio que le permitirá tener las riendas a nivel nacional. Acaso ello también explique los embates cada vez menos encubiertos del “axelismo” contra el ministro de Economía, Martín Guzmán.

Lo que resulta curioso es que Kicillof propicie medidas sanitarias más extremas ante los micrófonos pero las disimule fuera de ellos. Eso al menos es lo que contaron algunos intendentes peronistas del Conurbano, ante quienes el mandatario juró que no se tocaría la presencialidad escolar. En la Gobernación se desmiente semejante juramento.

Kicillof buscó apuntalar la falta de datos de Alberto F y horadar a Larreta

No desmienten la minuciosa preparación que tuvo su discurso de casi una hora y media con un doble objetivo. Por un lado, apuntalar con datos las imprecisiones presidenciales, expuestas en su falta de evidencia para avalar las medidas tomadas o en el enunciado de prácticas indemostrables, como las de escolares jugando a intercambiar tapabocas.

El otro propósito fue menoscabar la figura de Larreta. Allí fue el vale todo: de mentiroso a especulador, pasando por un menú de descalificaciones más propias de una riña tuitera que de un debate político. Nadie esperaba que Kicillof pusiera paños fríos a la escalada alimentada también por su par porteño, pero sonó excesivo.

Porteño. Cierto es que Larreta había empleado poco antes un tono inusual en él. Su equipo de comunicación aprovechó como nunca todos los flancos que dejó abiertos el Presidente la noche del miércoles 14. No dejó pasar la ofensa contra el personal de salud ni la reivindicación de género por el impacto que tendrá el paréntesis de las clases presenciales en el mundo laboral femenino. Se hizo un festín.

Sonó inapropiado que el jefe de Gobierno endilgara a su par nacional la renovada crisis sanitaria al supuesto fracaso del plan de vacunación. Hasta ahora Larreta y su impecable ministro de Salud, Fernán Quirós, habían sido muy cuidadosos y hasta lógicos con el respaldo al despliegue de vacunas, con las limitaciones globales que impone el mercado.

Por eso la novedosa imputación porteña lució a exabrupto, algo muy extraño en Larreta. Tal vez la explicación haya que buscarla en el fuego amigo opositor, donde tiene que lidiar con las llamas orales de Patricia Bullrich y Mauricio Macri, los dos más visibles que lo corren por derecha aunque no los únicos.

Intenta igual Larreta mantener alguna forma, como pedir y conseguir que el Presidente lo invite a Olivos, pero ya con el DNU firmado (hasta por el desautorizado Trotta) y sin que ninguno baje una bandera.

Mientras, una sociedad cada vez más angustiada asiste a este espectáculo de vanidades políticas, azuzadas por el griterío fanático de no pocos medios y periodistas, que solo nos conducen a un lugar peor del que ya estamos. Innecesario. Insostenible. Y muy triste.