“Escucho a los imbéciles que dicen que los contagios son una solución política. Dicen que hago esto para evitar las PASO: hay que ser un imbécil profundo o muy mala persona”. Estos dichos presidenciales por radio desnudan que aun contagiado con covid, Alberto Fernández retoma alguna de sus viejas mañas cuando pierde la paciencia.
Motivos no le faltan. A poco de cumplirse dos años desde que Cristina Fernández de Kirchner lo ungió para que encabece la fórmula, Alberto F cumplió un sueño que parecía una quimera, pero también trocó esa utopía en una pesadilla inimaginable: conducir un país roto y con una pandemia que no da respiro y ahonda la crisis.
Acaso esa frustración explique la reacción presidencial desde la casa de huéspedes de Olivos, donde permanece aislado. Gente que rodea al mandatario cuenta que su irascibilidad tradicional, aunque intente controlarla, le juega este tipo de malas pasadas cuando se mezcla con el agobio.
Razones no le faltan al Presidente para despotricar contra la imbecilidad. En el textual del inicio, el destino marcaba a ciertos sectores de la oposición y de los medios, coincidentes en atacar primero las vacunas, luego la vacunación y ahora las restricciones por la segunda ola.
Al oficialismo le gusta referirse a los opositores que no gestionan como los “imbéciles profundos o malas personas”. La alusión obvia es a los Mauricio Macri y las Patricia Bullrich de la vida, por no darles cartel acá a integrantes del Congreso y personalidades públicas que encuentran en la dialéctica salvaje el leitmotiv de su actual existencia.
Algunos opositores que sí gestionan caen en la trampa de sus colegas partidarios. Esta semana, por caso, fue llamativo que los gobernadores radicales Rodolfo Suárez (Mendoza) y Gustavo Valdés (Corrientes) adhirieran al documento de Juntos por el Cambio contra las restricciones, que ellos ya habían lanzado en sus distritos. Tan curioso como aquellos que braman con lo que pasa en Formosa y nada dicen de los desaguisados correntinos, donde el ministro de Salud local lleva y trae en su camioneta vacunas que nadie sabe dónde ni por qué van.
Del deporte nacional de ver la paja en el ojo ajeno más que en el propio no escapa la administración nacional, claro. Para echar culpas, lo dicho: la pandemia, la oposición, los medios ultraopositores… Sumemos la Justicia (que hay que reformar) y las empresas (que hay que controlar).
Todo ello no evita que se disimulen los graves errores o contradicciones gubernamentales. Hay que sumar a esa lista el impulso oficial, hace apenas diez días, de que se circulara alegremente por todo el país durante el feriado de Semana Santa, cuando los contagios ya daban señales de nuevos estallidos.
Algo parecido se desnudó con las exasperantes dilaciones en torno a las renovadas restricciones por la segunda ola. Cierto es que el Gobierno camina por un andarivel estrechísimo entre salud y economía.
Pese a que hace un año lo planteó como un dilema moral, está claro que es político: hoy el panorama socioeconómico no da margen para cierres estrictos, como piden ciertos infectólogos cercanos al oficialismo (que reclamaban como mínimo que el confinamiento se iniciara a las 20). Desde ese lugar tan angosto hay que explicar lo de Semana Santa y la demora de esta nueva fase sanitaria.
Lo que es inexplicable, acaso, es que funcionarios K insistan en público en cuestionar las decisiones del ministro Martín Guzmán. Como antes fue el interventor del Enargas, Federico Bernal, ahora fue el turno del subsecretario de Energía Eléctrica, Federico Basualdo, que también cuestionó el plan de reducción de subsidios y alzas tarifarias.
Pegarse un tiro en los pies es otra forma de imbecilidad.