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La radicalización del peronismo

Las críticas de los kirchneristas a Alberto Fernández/Guzmán son mucho mayores que a Javier Milei.

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Yrigoyen y Perón, padres del radicalismo y justicialismo: la cohesión de un partido es directamente proporcional a sus posibilidades de acceder al poder. | cedoc

Se les adjudica a los radicales preocuparse más por las internas de su partido que por la competencia electoral con los demás. Probablemente esto haya comenzado a partir de que las posibilidades de triunfo electoral para presidente dejaron de existir. Quizás, y por la misma causa, esto esté comenzando a suceder con el peronismo, donde sorprendentemente las críticas de los kirchneristas a Alberto Fernández/Guzmán son mucho mayores que a Milei.

Mientras que, al revés, en el PRO, todos defienden y cierran filas al juzgar la presidencia de Macri a pesar de que también aumentó la pobreza y duplicó la inflación recibida siendo peor aún el crecimiento de la economía: el Producto Bruto cayó dos de lo cuatro años de Fernández y tres de los cuatro de Macri.

Probablemente los medios de mayor audiencia hayan contribuido a presentar al gobierno de Alberto Fernández como el peor de la historia, cargando sobre sus espaldas ser el significante de la decadencia de todos los gobiernos anteriores que también fracasaron, sumado a que en el inconsciente colectivo Fernández represente una metonimia de la pandemia con toda la marca depresiva que dejó. 

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Y se agregue a explicar el actual internismo del PJ la cultura especialmente sectaria del kirchnerismo que ya antes, aun siendo electoralmente invencibles, denostaba sin disimulo a Duhalde y a Menem de su propio partido.

Otros dos síntomas de la “radicalización” del peronismo son el de convertirse en una federación de subpartidos provinciales: el peronismo bonaerense, el del interior de los gobernadores y el peronismo blanco de Córdoba, lo que viene sucediendo desde hace años con el radicalismo, que tiene figuras locales que ganan repetidamente gobernaciones e intendencias pero no logran un candidato que triunfe a nivel nacional. Y el otro parecido del PJ con la UCR es que distintos gajos de su tronco central se van a fundar otros partidos a lo largo de los años: el desarrollismo en los 60, el Recrear de López Murphy en 2002, la Coalición Cívica y el Gen de Margarita Stolbizer contemporáneamente. Mientras que en el PJ actual esos gajos son el Peronismo Federal (Randazzo), el Peronismo Republicano (Pichetto) y hasta no hace tanto el ahora recuperado Frente Renovador (Massa).  

Así como el teorema de Baglini sostiene que el grado de responsabilidad de las propuestas de un partido o dirigente político es directamente proporcional a sus posibilidades de acceder al poder, se podría construir otro que sostenga que el grado de cohesión de un partido es directamente proporcional a sus posibilidades de acceder al poder. Hasta 2019 el peronismo era famoso porque se alineaba detrás de quien conducía, sea conservador como Menem o progresista como Néstor Kirchner, mientras que los radicales hacían internas incluso en el poder, como sucedió con De la Rúa cuando los radicales más progresistas eran sus peores críticos. Esto mismo ahora se trasladó al peronismo con Alberto Fernández y el peronismo kirchnerista como su peor crítico.

El mejor ejemplo son las declaraciones que resonaron esta semana de los dos principales referentes de La Cámpora. Primero Máximo Kirchner: “Hay un gobierno (Milei) que, hasta acá, ha demostrado poca distancia entre lo que dice y lo que hace (...) si nosotros decimos ‘vamos a ir a una guerra contra la inflación’ (Alberto Fernández), entonces vayamos a una guerra contra la inflación, porque verbalizar las cosas no significa que sucedan. Este gobierno, con sus maneras y sus modos, con los que no comparto ni uno, lleva adelante lo que dice”. “Todavía me acuerdo las palabras del presidente (Alberto Fernández) explicando las bondades de un acuerdo (con el FMI) que nunca llegaron. A medida que se profundizaba la caída del poder adquisitivo, la sociedad fue sintiendo mucha frustración y entendió que las dos fuerzas políticas anteriores habían fallado al momento de administrar el Estado y ordenar los números”.

Luego  Wado de Pedro:

“Yo me río mucho cuando dicen que perdimos porque tuvimos discusiones, porque hacemos públicas las discusiones. El otro día en una unidad básica les di un ejemplo. Supónganse que somos veinte y tenemos que ir en una combi a Mar del Plata y maneja alguien. Vamos 100 kilómetros y un pasajero que ya fue y vino con la misma combi le dice: ‘Che, nos vamos a quedar sin nafta’, y quien maneja le dice: ‘No, dejá que llego bien, que voy bien, eso era antes, yo ahora voy a ir más despacito, voy más tranquilo, esto funciona así, vos porque eras muy ansioso’. Entonces estamos yendo a mitad del camino y (nuevamente): ‘Che, nos quedamos sin nafta’. Se arma una discusión muy fuerte para ver si tenemos que frenar, si tenemos que recalcular. Y el tipo sigue y nos quedamos sin nafta. Algunos dicen: ‘No llegamos porque se pusieron a discutir’. No, no llegamos porque no le pusimos nafta. Entonces un gobierno peronista no puede ganar si el salario de los trabajadores está por abajo de la línea de pobreza, no hicimos lo que teníamos que hacer”.

Martín Guzmán salió a responderle a Wado de Pedro preguntando: “¿La nafta era más déficit fiscal con emisión monetaria? ¿Una reducción de subsidios pro ricos al consumo de energía para tener que financiar menos déficit con impuesto inflacionario antitrabajador no era mejor combustible? ¿Y un esquema cambiario que no incentivase la amortización de las deudas del sector privado y así poder acumular reservas cuando hubo superávit comercial? 

Pero quien respondió más contundentemente a las críticas de Wado de Pedro y Máximo Kirchner  fue el director de El Destape, Roberto Navarro, quien recordó que las discusiones no comenzaron por la nafta “a mitad de camino” (comienzos de 2022) sino con un tuit de Cristina a tres meses de comenzada la pandemia en julio de 2020. Y agregó Navarro: “El discurso de ‘funcionarios que no funcionan’ fue en octubre, cuando todavía no habían llegado las vacunas y en ese momento deberíamos haber estado felicitando al gobierno porque no nos pasó lo de Italia o España, no teníamos camiones frigoríficos llenos de cadáveres, no teníamos hospitales desbordados. El Cuervo (Larroque) dijo ayer que esa interna hacía que en lugar de hacer lo que uno tiene que hacer como oficialismo, que es mostrar lo bueno y esconder lo malo, lo que hacíamos era mostrar lo malo y esconder lo bueno”(...) Cristina no quiere ser presidenta, pero quiere manejar al presidente, al gobernador, a todos”. 

Siguiendo la metáfora, el gobierno de Alberto Fernández/Guzmán se habría quedado sin nafta por las discusiones internas que obligaban a consumir más energía y no, al revés, las discusiones comenzaron cuando y porque se quedaron sin nafta. Navarro la responsabilizó por la derrota de 2023 diciendo “Cristina puso a Insaurralde sabiendo que era una bomba de tiempo”.

La discusión que en búsqueda de unidad se reprimió discutir en el Congreso Peronista del pasado viernes 22 emergió sola. Como indicó Freud: lo reprimido regresa con más fuerza.