Se celebra este año el centenario de Fervor de Buenos Aires de Jorge Borges. Es difícil celebrar algo que casi no existe, salvo para especialistas. Aquel libro fue luego muy intervenido por los sucesivos Borges: en la edición de Losada de los Poemas (1922-1943), en los Poemas (1923-1953), en la Obra poética (1923-1964), en la Obra poética (1923-1966), en la Obra poética (1923-1969), en las Obras completas de 1974, en la Obra poética (1923-1976) y, finalmente, en la Obra poética (1923-1977).
Luego de examinar las nueve ediciones, Tommaso Scarano ha concluido en que en la edición de 1974 faltan el 40% de las líneas originales de Fervor. De los versos conservados, casi el 50% se vio modificado sustancialmente en alguna de las ediciones sucesivas. Estamos ante un prodigio: los versos de Fervor son los más manoseados de la historia de la literatura e, incluso, interrogan la identidad metafísica del mismo modo que la Paradoja de Teseo, que atormentó a Herácito, a Platón, a John Locke.
Según esa paradoja, si al barco de Teseo se le cambian los remos, y luego se arreglan las tablas, y se cambian el timón y las velas, etc., ¿es el barco resultante el mismo o es otro? No sabemos bien cuál libro celebrar, porque todos son diferentes.
Creo que esa operación de no dejar el libro en paz era para Borges tan necesaria como la complementaria: repetir aquí y allá bloques de texto que se refieren a diferentes cosas. ¿Qué imagen de autor se puede sostener en esos juegos de repetición y diferencia?
Me detengo en lo que permanece sin variantes, el nombre del libro. Si hay que creerle al joven de 1923, “Siempre fue perseverancia en mi pluma –no sé si venturosa o infausta– usar de los vocablos según su primordial acepción”. Naveguemos las etimologías. Del latín fervor -oris proviene nuestro “hervor”, que figuradamente equivale a la pasión, a la vehemencia: el fervor. Hervor/Fervor integra el número de duplicados o dobletes de la lengua castellana (aproximadamente doscientos). Primordialmente, el “fervor” remite, pues, al hervidero que, para ser visto como tal, necesita de una distancia mínima (el barrio, el arrabal). De modo que, en principio, el nombre “fervor” es más bien objetivo (es una propiedad del objeto), mientras que la pasión es subjetiva, está ligada a una determinada filosofía (Descartes, y su polemista Spinoza) y, sobre todo, designa al martirologio de Cristo. Peripatético, Borges se presenta en Fervor como un pensador de la calle.
“Hervidero” no es sólo el ruido y el movimiento de un líquido al hervir, sino también el “manantial donde surge el agua con desprendimiento abundante de burbujas gaseosas, que hacen ruido y agitan el líquido” (RAE). O sea que al mirar alrededor, Borges, a punto de volver a Europa, ve una ciudad en ebullición, una ciudad que nace sobre otra que permanece como ruina, ve una ciudad manantial. Y la ve desde el borde, desde el lado de afuera.
¿Cómo no iba a agradecer el momento que le tocó en suerte un poeta hasta entonces malo? Es un poco lo que le pasó a Proust (hasta entonces un narrador mediocre) con el affaire Eulenburg, que precipitó la Recherche. El hervidero que era Buenos Aires por entonces (Borges publica su librito en la misma imprenta de donde salieron la efímera revista Los Raros, dirigida por Bartolomé Galíndez y creo que también una revista pornográfica, además del semanario humorístico El Pito: o sea, ya hay una loca circulación de discursos) precipita el libro que habla de una Buenos Aires fantasmática que Borges ha conocido apenas dos años antes. El intervalo 1921-1923 le sirve para descubrir no tanto un tema sino para precipitar una escritura, que es al mismo tiempo una intervención sobre el lenguaje y un tono de y para la patria.
La fascinación que hoy puede provocarnos Fervor de Buenos Aires tiene que ver, antes que con cualquier “arte poética”, con un pensamiento y con la encarnación de ese pensamiento en sus tiempos (es decir: en las variaciones infinitas que supone el Tiempo).
De todas las versiones me quedo con la de 1969 (apenas posterior al Cordobazo) porque ya entonces los sistemas de clasificación positiva estaban heridos o se desmoronaban y las identidades se desplazaban a lo largo de una serie de repeticiones y diferencias: Campbell, Campbell, Campbell, Campbell. Un Borges pop.