Marcel Proust (Valentin Louis Georges Eugène Marcel Proust) nació en París en 1871 y murió hace un siglo, el 18 de noviembre de 1922. El escritor y crítico francés dejó varias obras a sus contemporáneos y a la posteridad, pero ninguna se compara a la “novela río” En busca del tiempo perdido, una inmensa producción de siete voluminosos volúmenes, publicados entre 1913 y 1927.
Deliciosa a todas luces para quienes aman la lectura demorada, el sabor de las pequeñas cosas que ya perdieron el sabor, esta pieza artística es una de las obras más influyentes e irrepetibles del siglo XX.
Descomunal y minuciosa a la vez, justo es decir que aunque “sólo” se trata de siete partes, En busca del tiempo perdido es interminable. Simplemente, porque es una de esas obras a las que siempre habría que regresar, por inagotable y porque es un libro mágico en el que siempre se descubren nuevas cosas. En ella, un recuerdo lleva a otro y el ya célebre “sabor de la magdalena” desencadena lo que se creía olvidado.
Desde luego, cada una de sus páginas es una inmersión autorreferencial del autor, pero nunca un paseo podría llegar a disfrutarse tanto: párrafo a párrafo, su memoria deviene una caja de sorpresas que levanta la tapa según qué gota salte al caer la piedra en el espejo del agua de su "yo". Así es el mar de la literatura, la vida misma para Marcel Proust.
A 100 años de su muerte, Marcel Proust
Marcel Proust fue el hijo mayor de un prestigioso epidemiólogo de la Universidad de París y de una mujer judía alsaciana con fuerte vocación por la cultura. Desde los 9 años tuvo asma y sus problemas respiratorios hicieron de él una persona enfermiza y ensimismada.
Desde pequeño, su verdadera vocación fue devorar libros y el nacimiento de un hermano lo alivió de la presión paterna de dedicarse a la medicina, como él. Su madre, que hablaba inglés a la perfección, le ayudó a traducir dos obras de John Ruskin (The Bible of Amiens, Sesame and Lilies) que publicó en vida.
La fortuna familiar le permitió vivir sin trabajar, siempre protegido bajo el ala de su madre, la persona más influyente en su vida. Desde adolescente frecuentó selectos cenáculos literarios, gracias a la ayuda de un nuevo vínculo amoroso, el poeta Robert de Montesquiou, que le presentó a todos sus contactos entre los aristócratas de París, una postal ya en decadencia que retrataría implacablemente línea tras línea.
Aunque Proust publicó sus primeros trabajos (Los placeres y los días, 1896), nadie los compraba.
En París, vivía en el barrio residencial de Auteuil, cerca de los Bosques de Boulogne. Cuando no veraneaban en Cabourg y Trouville, en Normandía, la familia solía pasar algunas temporadas en la casa de un tío en Illiers, pueblo natal de su padre, a 25 kilómetros de Chartres. Todas esas geografías sociales inspiraron a Marcel para crear el Balbec de a En busca del tiempo perdido. Illiers, de todos modos, fue su modelo para imaginar Combray, la villa de sus ficciones.
Cuando se cumplieron 100 años de su nacimiento, en 1971, Illiers fue rebautizada Illiers-Combray, en homenaje al escritor. El lugar se llenó de casas de té a donde acuden los lectores de Proust a saborear una infusión con magdalenas y así rendir a su modo un homenaje a Por el camino de Swann.
Leer a Proust para recuperar el tiempo perdido
La pérdida de su madre en 1905 hizo que recrudeciera primero su aislamiento natural y luego su timidez social. Durante quince años vivió en un departamento de la calle Haussmann, sólo asistido por sus criados. Escribía febrilmente de noche y dormía de día. Fóbico, hizo recubrir de corcho las paredes de su vivienda para que ningún sonido exterior lo alcanzara.
En 1907 comenzó a escribir Por el camino de Swann, que sería el primre tomo de su obra cumbre y en 1913 la publicó, pagándola él mismo, porque La nouvelle Revue Française, dirigida por el escritor André Gide la rechazó luego de haber leído apenas unas páginas. La obra le pareció presuntuosa y él, tan aristócrata como sus escritos.
Tampoco pasó gran cosa, a pesar de que el periódico conservador Le Figaro publicó algunos fragmentos.
Sin embargo, ya tenía en mente adónde quería llegar y siguió encerrado, sin ver gente ni comer aceptablemente, escribiendo desaforadamente acompañado por interminables tazas de café negro, A la sombra de las muchachas en flor que presentó en el prestigioso premio literario Goncourt. Lo ganó. Tenía 48 años y era la primera vez que se reconocía su talento.
Murió el 18 de noviembre de 1922 por una bronquitis mal curada que terminó en neumonía.
Su hermano Robert, un reconocido cirujano de su época, se tomó en serio cumplir el deseo de su hermano –alcanzar la fama literaria póstuma- y lo logró, haciendo publicar pacientemente, uno a uno los siete volúmenes de su obra cumbre: El mundo de Guermantes (1921), Sodoma y Gomorra (1922), La prisionera (1925), La fugitiva (1927), El tiempo recuperado (1927).
Además de otros, como la edición de sus críticas literarias dispersas, recopiladas en Contra Saint-Beuve y Parodias y misceláneas, Jean Santeuil (1952) y su Epistolario de más de… ¡cien mil cartas!
Aunque sería imposible asir el legado de Marcel Proust, sin recorrer sus escritos, vayan aquí 18 entre sus miles de frases que se desprenden de sus páginas:
- El amor es una tortura recíproca.
- Nunca debemos temer ir demasiado lejos, porque la verdad está más allá.
- Las nueve décimas partes de los males que sufren las personas surgen de su intelecto
- El único paraíso es el paraíso perdido.
- El amor es un ejemplo sorprendente de lo poco que la realidad significa para nosotros.
- La felicidad es beneficiosa para el cuerpo, pero es el dolor el que desarrolla los poderes de la mente.
- El recuerdo de las cosas del pasado no necesariamente es el recuerdo de las cosas como eran.
- No esperes por la vida. No anheles eso. Ten en cuenta, siempre y en todo momento, que el milagro está en el aquí y ahora.
- A pesar de que nuestras vidas vagan, nuestros recuerdos permanecen en un solo lugar.
- El único verdadero viaje de descubrimiento consiste no en buscar nuevos paisajes, sino en mirar con nuevos ojos
- Si queremos que la realidad sea soportable, todos debemos alimentar una o dos fantasías.
- Las cosas que más deseamos son las que fingimos no desear
- La felicidad en el amor no es un estado normal
- A veces estamos demasiado dispuestos a creer que el presente es el único estado posible de las cosas
- La ambición embriaga más que la gloria
- El amor es el espacio y el tiempo medido por el corazón
- Para el beso, la nariz y los ojos están tan mal colocados como mal hechos los labios
- Los celos no son corrientemente más que una inquieta tiranía aplicada a los asuntos del amor