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La supuesta mala comunicación

Se ha convertido en un lugar común, y de muy poca especificidad, describir a muchos de los inconvenientes del gobierno nacional como problemas de comunicación.

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Se ha convertido en un lugar común, y de muy poca especificidad, describir a muchos de los inconvenientes del gobierno nacional como problemas de comunicación. Bajo esta óptica, el asunto de la furia contra el ejecutivo nacional sería solo una cuestión de contenidos, de aquello que se transporta, dado que si se piensa a la comunicación como el simple envío de mensajes, como si se tratara de una encomienda o un flete, todo recaería en lo que se dice, sin importar ningún contexto. La comunicación tiene muchos otros problemas, y ninguno se explica por la claridad, sino más bien por los puntos de vista y lo que hace que pueda seguir activa.

La comunicación no es nada sin su ambiente, sin la escena que permite su propia reproducción. Como un mecanismo de retroalimentación, en primer lugar la comunicación siempre parte de algo que acaba de suceder, algo que se acaba de escuchar, de una información que produjo un estímulo y sobre el cual se basarán las posibilidades de su nueva continuidad. Al mismo tiempo, toda comunicación debe comprenderse en términos constructivistas, en tanto la información del acto de comunicar es procesada de acuerdo a esquemas internos que vuelven comprensible aquella irritación y la convierten en algo diferente. Quien recibe esa información, necesita llevarla a estructuras propias y adaptables a sus posibilidades de comprensión. La pregunta no es por “qué” es lo que se comunica, sino por el “cómo”, tanto en el que habla como en el que escucha.

Existe una industria al respecto que ofrecería asesoría sobre modalidades más óptimas en estos temas. Los expertos y expertas serían domadores de la complejidad social con instancias de éxito siempre incomprobables y con esta insistencia de que todo se basaría en reparar los esquemas de contenidos de aquello que se dice. En campañas electorales florecen estas promesas exageradas sobre un territorio electoral, que analizado en detalle, muestra menos elasticidad de la que se cree conocer. Las comunicaciones no son ni buenas ni malas, son comunicaciones siempre en contextos específicos.

Quien quiera analizar a la política y lo que desde allí se dice, deberá preguntarse bajo qué esquemas observa el mundo y por lo tanto de qué manera adapta los estímulos que recibe y los convierte en una comunicación tratable; es decir qué es lo que construye de acuerdo a lo que puede hacer con aquello que detecta como información.

Justamente para la política, todo ocurrirá en su esquema basal de tensión entre Gobierno y oposición y ese esquema es el que definirá el modo en que todo estímulo comunicacional será tratado. Para todo lo que ocurra se producirá la pregunta por si la oposición o el Gobierno (dependiendo del lado que se ocupe) podrá hacer o no uso de una noticia o un fallo judicial o incluso se podrá imaginar si no es que ese enemigo se encuentra por allí en las sombras del origen de esa comunicación.

Con el desarrollo de la pandemia, las cuestiones vinculadas a las dinámicas de lo que se puede describir como lo interior y exterior y a modos de recepción de esos posibles intercambios, han quedado muy expuestas a la discusión pública. El virus ingresa a todos los cuerpos, pero su derrotero allí adentro no es siempre igual. Un mismo microorganismo podrá hacer allí lo que ese sistema de recepción le ofrezca como alternativa, de modo que el desenvolvimiento de esa enfermedad no se tratará solo del “mensaje”, sino del modo en que esa información será tratada internamente por ese cuerpo. El mismo virus, en dos cuerpos diversos, producirá procesos diferentes.

Los medios de comunicación son un maravilloso ejemplo del modo en que se estimulan las reacciones del sistema político. Como su virus macabro, ofrecen información que luego deberá ser tratada y respondida por la política con lógicas propias, generando declaraciones como que se trataría de “operaciones de la oposición” o “mentiras de grupos concentrados”. A una noticia, inmediatamente, se requiere su adaptación al mundo político de la batalla entre unos y otros.

Con los movimientos de la economía se puede encontrar un trato funcionalmente equivalente. Los aumentos de precios son también información relevante para la política, que automáticamente necesitará llevarlos al plano de supuestos intereses ocultos de operadores económicos que buscarían desestabilizar el mercado y por lo tanto el Gobierno.

La Justicia es otro caso evidente. Cada fallo sobre alguna decisión del sistema político requiere ser llevado de inmediato a lógicas políticas. Cada decisión de un juez o un tribunal estará representando intereses de la oposición o de grupos de influencia cuyo único objeto sería destruir a quienes gobiernan. Todo, una y otra vez, desde la política, conduce al mismo esquema de construcción.

Una de las formas más atractivas de describir al kirchnerismo es justamente sobre la base de su estructura de tratamiento de información, bastante cercana a lo paranoico. Sus seguidores se sienten especialmente cómodos en la idea de que los fracasos son solo explicables por acciones externas y los éxitos producto de voluntades propias. Si algo no resulta como lo deseado, deberá producirse un aumento en esa voluntad original para volverla más potente. El error en el diagnóstico es prácticamente inexistente, en todo caso la falla es en la cantidad de tensión con que el plan original fue desplegado. Para comprender el kirchnerismo y su futuro, es necesario ingresar a cómo construye el mundo. En ellos el esquema gobierno y oposición es extrapolado a todo el universo.

En algunos casos la política produce experiencias que intentan trascender a su propia dinámica interna de producción. Cuando las ideas de gobierno y oposición, con las que en ese ámbito particular constituyen dinámicas cotidianas, son aplicadas a todo lo que existe, convierten al Estado en un supuesto factor de control total en donde la oposición estaría en todos lados y sería el Gobierno, quien también en todos lados debería controlarla, para lograr sus objetivos. El destino final de esas formas de ver al mundo son la violencia y el colapso.

Quien crea que eso se arregla con una mejor comunicación estaría de-satendiendo las lógicas propias en que eso se hace posible como producción social. Y si lo quiere arreglar y le sale mal, ya se sabe que se trataría, indudablemente, de un enemigo del pueblo y partidario de la oposición. Nunca se sabe por dónde pueden aparecer.

 

*Sociólogo.