América Latina tiene ciclos, oleadas también se le dicen. Las interrupciones democráticas vinieron todas más o menos juntas. También las vueltas a la democracia. A fines de los 80 y principios de los 90 fueron fuertes las recesiones económicas producto de la Década Perdida. Unos diez años después, la inestabilidad de los gobiernos democráticamente electos afectó a varios países, los de la región andina sobre todo, pero sin dejar afuera a Argentina. El boom de las commodities fue otra oleada, que trajo bonanza, redistribución y crecimiento.
Ahora entramos en una nueva. La actual inestabilidad política regional no tiene elementos comunes, pero sí un patrón: los gobiernos crujen. Algunos se caen, otros son echados, unos pocos mantienen un delicado equilibrio y otros se asustan. Cada una de las causas que han desatado las actuales crisis son puramente nacionales. Solo tienen en común el timing y la persistencia de crisis políticas profundas que generan polarización extrema en la sociedad. Como si hubiera una sincronía para las crisis, una patria unida.
Puedo sintetizar cuatro tipos de inestabilidad política que derivan en crisis de distinto grado e impacto. Los primeros dos son partes de la historia pasada y reciente de la región, mientras que los dos restantes los estamos viendo en vivo y en directo. En primer lugar, el clásico Golpe de Estado que implica un cambio de gobierno (las autoridades) y de régimen político (las reglas de juego). En estos casos, las Fuerzas Armadas toman por asalto el poder, deponen a las autoridades electas de turno y diseñan un esquema institucional acorde a su ejercicio. Cambian todo el sistema y sus responsables. Duran un período de tiempo consi-derable, de acuerdo a las relaciones de fuerza interna, el contexto internacional y sus propios objetivos estratégicos. Ejemplos abundan durante las décadas del 50, 60, 70 y 80 en toda América Latina, en especial en el Cono Sur.
En segundo lugar, los procesos de juicio político. Tal como explica Aníbal Pérez Liñán, este nuevo patrón de inestabilidad inundó la década de los 90. A diferencia del tipo anterior, no implica un cambio de régimen político, pero sí de gobierno. Estos procesos suelen ser conflictivos y tensionan las instituciones políticas, pero se sigue y se respetan las reglas esta-blecidas en la Constitución para cambiar al responsable del Poder Ejecutivo. El más reciente y más debatido fue el de Dilma Rousseff, cuestionado por las causas, el método y los promotores del proceso. También puede aplicar el caso de Martín Vizcarra en Perú bajo la figura de vacancia: a diferencia de la sucesora de Lula, él sobrevivió.
Un tercer tipo de inestabilidad combina elementos de los dos anteriores. Las autoridades son removidas de su cargo a partir de un procedimiento coactivo y sus reemplazos en el cargo son de discutible legalidad. Este proceso de recambio suele buscar (y tensionar) un anclaje legal para justificar la medida adoptada y construir legitimidad en las nuevas autoridades. No hay un cambio de régimen, pero sí un recambio forzado de gobierno: son golpes nuevos. Las Fuerzas Armadas y de seguridad interior, junto a movimientos sociales opositores, son el resguardo de poder. El más reciente es el caso de Bolivia con la destitución de Evo Morales. Pero también se recuerda el caso de Manuel Zelaya en Honduras en 2009.
El cuarto tipo es donde se salvan las autoridades, de manera definitiva o, al menos, temporal. Esto no es nuevo, solo resurge cuando las crisis sociales o económicas dan pie a crisis políticas importantes. En estos casos no cambian ni el gobierno ni las reglas de juego. La sociedad civil reclama, el Poder Ejecutivo responde y mantiene la coalición gobernante unida. Casi siempre implica una fuerte represión y una lucha por la calle. Esto se debe a que las Fuerzas Armadas y de seguridad interior mantienen fidelidad al gobierno de turno. Ejemplos actuales son los de Chile en este segundo gobierno de Sebastián Piñera y el primero de Lenin Moreno en Ecuador.
Estos últimos dos tipos de inestabilidad evolucionan día a día. Aún no sabemos qué camino puede tomar Bolivia: si el tipo clásico de Golpe de Estado, o bien una dualidad gubernamental con legitimidades en disputa como Venezuela. Por su parte, Chile y Ecuador bien pueden sufrir escaladas que deriven en cambios de gobierno. Dependerá de la fortaleza de la oleada, de lo que se lleve puesto y de lo que deje a su paso. Es América Latina, lo lleva en sus venas.
*Coordinador Académico de la Licenciatura en Gobierno y Relaciones Internacionales de UADE.