Rusia invadió Ucrania. No repitamos hoy lo que la Argentina hizo en 1939. Halperin Donghi describe un país donde las condenas a la invasión alemana a Polonia tuvieron solo un eco “en los debates internos de la clase política como un elemento marginal y subordinado”.
La cita de Halperin parece referirse al presente. Fernández creyó que este momento era adecuado para encontrarse con Putin, el zar ruso que amenazaba a Ucrania y a todo el Este europeo. La amenaza ya se volvió un hecho consumado. Sin duda, el encuentro estaba fijado antes, y se entiende la dificultad de que el presidente de un país latinoamericano sin importancia le diga al zar ruso que no asistirá a la cita. Pero, en política exterior, las movidas hay que pensarlas antes y, sobre todo, tener sólidas hipótesis sobre los interlocutores y sus actos en un futuro inmediato.
En 1939, Argentina, después de negarse a las alianzas de naciones antifascistas, quedó aislada. Por supuesto, la ideología del sector del ejército que se impuso con Perón no podía sino celebrar esto, que se juzgó una conveniente neutralidad. La historia de Brasil marca las diferencias, porque la opción también fue diferente a la argentina.
Cultivamos un estilo orgulloso y bochinchero, sean las que sean nuestras ideas políticas
Quizá todo provenga de una tendencia a creernos más diestros e inteligentes. Quizá provenga de lo que, en precisa síntesis, definió Halperin: la Argentina como “un país sumido en su propia crisis frente a la infinitamente más vasta que azotaba el planeta”. Ciertamente, la Argentina se cree experimentado navegante internacional, incluso cuando sus reflejos sean localistas y estrechos. Nuestra “condición periférica” afecta todos los niveles: lo simbólico, lo subjetivo, lo social. Y me apresuro a decir que no ha conducido ni a la prosperidad ni a la liberación.
Sin embargo, cultivamos el estilo orgulloso y bochinchero, sean las que sean nuestras ideas políticas. La vulgaridad y la grosería pagan buenos réditos. Si así no sucediera, ¿cómo explicar el lugar de Milei en las encuestas? En una de ellas, ranquea segundo después de Larreta, que es el político que mejor combina llaneza y buenas maneras.
Mucho ha sucedido para que Milei, consérvelo o no en el futuro, aparezca en ese puesto, y los medios le presten más atención que a describir qué sucede en la calle durante las manifestaciones. Me consta, porque sigo las manifestaciones y no encuentro en la gran prensa una representación periodísticamente detallada y realista. No están esos miles de espacios donde se describa y se reflexione, como era el ideal del buen periodismo pretérito.
Algo ha cambiado en el público lector y algo ha cambiado en el periodismo. Quienes todavía respetan la buena escritura abusan de las metáforas, las imágenes y las citas literarias. Parece verosímil y aceptable según las reglas del oficio, ocupar un tercio de los espacios para contar el argumento de un libro de ficción o describir un cuadro. Hace dos décadas, tal propuesta a los lectores no hubiera pasado indemne ante la mirada del editor jefe de un diario. Hoy la cruda necesidad de retener la atención impone formas y contenidos.
La prensa en Estados Unidos dio empleo a muchos grandes escritores, que enriquecieron sus notas con narraciones, anécdotas, retratos, descripciones de paisajes y ciudades. Subrayo que fueron los grandes escritores quienes recibieron la autorización de modificar así el estilo informativo. En aquel entonces, los políticos no competían, como suelen competir hoy en Argentina, con los actores cómicos de la televisión. En 1960 la gente se reía con las ocurrencias de Tato Bores o de Olmedo, lo cual es bastante mejor que ensordecerse y ponerse medio serio con los alaridos de Milei.
Degradación y seguidismo. Se han mezclado todos los géneros y esto puede provenir de dos razones: se degradó la cultura política del público y los políticos siguen ese impulso descendente, porque creen que una obediencia a los límites los ratifica en la proximidad de sus potenciales votantes. Como sea, ningún adolescente puede aprender nada oyendo el tableteo repetitivo de la palabra “casta”. La mitad de los adolescentes no alcanza a descifrar un texto sencillo, de modo que “casta” vale tanto como cualquier otra palabra que cumpla la función de designar algo despreciable. Solo le falta la letra de una cancioncita:
“Basta de la casta que siempre me aplasta
y no me permite llenar la canasta.
A cambio de poco, mi plata se gasta.
Por eso yo sigo al iconoclasta y soy de Milei, primer entusiasta”.
Eso podría cantar el público de Milei, rebajado en su capacidad ciudadana por la bestialidad del dirigente. Milei es un liberal populista de estilo puro y duro. Tiene talento porque descubrió que los liberales venían perdiendo elecciones si hablaban como López Murphy o Espert. Inventó el liberal de cancha y tribuna. En un país caracterizado por el hinchismo futbolero, Milei no en vano fue arquero en un club de fútbol.
Y es bien inteligente porque, aceptando que nunca podrá resultar simpático, se convierte en el súper odioso y el súper agresivo. No finge lo que no puede ser. Se comporta como alguien que sabe cuáles son sus límites y cómo debe vestirlos para que se conviertan en cualidades originales. Es carnavalesco y no le tiene miedo al ridículo.
Confirma el peor de los sentidos comunes: el de la desesperanza que admite un solo camino de salida. En la Alemania de los años 30, después de la tremenda inflación de la República de Weimar, quienes convencieron de que había un solo camino fueron los nazis.
Milei confirma el peor de los sentidos comunes: el de la desesperanza que ve una sola salida
Lo irracional. Milei no trata de imitar la racionalidad. Sabe que a muy pocos les interesa el discurso razonado en la actual situación de indigencia ciudadana. Repite lo que contestan los vecinos por la calle cuando les pregunto sobre las instituciones: “Los políticos están allí para llenarse y ocupar puestitos”. No salvan a nadie de la condena, porque son jóvenes escépticos, o mayores desencantados, que han vivido largo y por eso creen saber mucho, como si la permanencia fuera una garantía.
La Argentina ha pasado por todas. Ahora Milei habilitó las malas palabras para usar en su oratoria escatológica. Todas las innovaciones deben ser bien recibidas, porque ¿quién dice que Alberto no sonaría más próximo y convincente si empezara a decir “estos grandes soretes que evaden impuestos”?