Un desafío grande para el periodismo contemporáneo –en Argentina y en todo el mundo- es identificar con claridad los límites que se van corriendo en contra del ejercicio de la intimidad y las libertades individuales. Por cierto, en situaciones como la presente, cuando el interés común –limitar los avances de la enfermedad, minimizar los riesgos de morbilidad y mortalidad- obliga a adoptar medidas excepcionales (la cuarentena, por caso), los medios y quienes ejercemos este oficio redoblamos recursos para poner freno a los excesos del poder, para reclamar transparencia en los procederes y defender a quienes han sufrido o pueden sufrir las consecuencias de esos excesos.
Seguramente es por ello que provocó indudable escozor en el periodismo (y, claro, en el conjunto de la ciudadanía) la revelación de que se están realizado “patrullajes” cibernéticos auspiciados por el ministerio de Seguridad. Fue muy interesante, en este sentido, la aclaración que hiciera la titular de la cartera, Sabina Frederic: “No es ciberespionaje. Lo que hacemos es navegar en el espacio público cibernético –sólo en el público- haciendo búsquedas (…) Pero en ningún momento hacemos auscultación o un análisis invasivo de personas; sólo utilizamos categorías”.
Creo que es un aporte necesario para los lectores de PERFIL, el que reciban información actualizada sobre la pandemia, sus consecuencias y también los pasos que se dan en relación con esta dramática actualidad. Es de tal magnitud el problema, que lo empareja –y aún supera- con otros acontecimientos similares que se han dado en la historia de la humanidad. Por ejemplificar, la peste negra que se llevó la vida de la mitad de los europeos en el siglo XIV, la fiebre amarilla que arrasó con la salud de los porteños cien años atrás o la epidemia de poliomielitis de mediados del siglo XX. En todos los casos, las libertades individuales quedaron en parte subordinadas a decisiones que muchas veces originaron desbordes del poder público. Frank Snowden, profesor emérito de Historia e Historia de la Medicina en la Universidad de Yale, autor de Epidemias y Sociedad: de la peste negra al presente, señaló en una entrevista reciente para BBC Mundo: “La libertad ha sido a menudo una de las víctimas de las pandemias”.
Es tarea del buen periodismo mantener en alerta a la sociedad para que esos límites a la libertad no se transformen en autoritarismo institucional.
Ejemplos. Una de las responsabilidades del poder público es dar ejemplo a la ciudadanía para fortalecer las medidas de lucha contra el virus. El viernes, la conferencia de prensa del Presidente fue una muestra de lo que no debe hacerse si se pretende que la sociedad entienda el mensaje sanitario: la reunión fue presencial y multitudinaria, con periodistas pegados unos a otros, sin distancia preventiva ni uso de barbijos o tapabocas. El docente argentino Mario Dehter, residente en Sevilla, España, escribió a mi amiga Adriana Borovinsky, gestora cultural correntina, un interesante texto que analiza los protocolos que se aplican en otras latitudes, invitando a que se los replique en el nuestro. Señala que en casi todos los países europeos, el funcionario expone desde su propio despacho o sala de prensa y las rondas de preguntas se hacen por teleconferencia (los periodistas no están presentes) o se envían mensajes por whatsapp. Dehter califica como “desastre” que los periodistas compartan el micrófono (“un vector de contagio de primera magnitud”) e invita a modificar la mecánica para las comunicaciones de funcionarios y expertos.
Errata. En la edición del sábado 4 se consignó por error que la columna titulada “Algo se está gestando” había sido escrita por Máximo Romano, cuando su autor en realidad era Máximo Paz, decano de la Universidad del Salvador. Pedimos las correspondientes disculpas.