Buena parte del encanto de La invención de los libros raros. Interés privado y memoria pública (1600-1840), de David McKitterick (Ampersand, Buenos Aires, 2023, traducción de Márgara Averbach), es que en las 680 páginas del libro, en el generoso formato de 22 x 15,5 cm, nunca termina de quedar claro qué es un libro raro. Esto no debe leerse como un déficit sino, al contrario, como un logro de McKitterick. Su erudición, que es inmensa, parte de no dar nunca nada por supuesto, en especial los propios asuntos de los que trata el libro, que son siempre puestos en cuestión. Entonces, en la página 90, leemos que “la rareza puede ser un concepto sorprendentemente subjetivo y muchas veces poco confiable, es decir, una expresión que denota más una esperanza que una medida probada”. No obstante, a través de un rastreo que abarca las bibliotecas oficiales y los anticuarios privados, los cambios culturales y tecnológicos, las colecciones íntimas y los catálogos nacientes, La invención… no se da nunca por vencido y busca caracterizar el momento del surgimiento e invención del libro raro, de la rareza editorial, por cierto, la razón de ser de muchos de nosotros. Primero, pues, interviene la historia. En la página 576 afirma: “Cada generación decide qué designar como raro o curioso”. Luego, el dato, en la página 256: “El primer uso de la palabra ‘raro’ o alguno de los muchos derivados lingüísticos en una subasta de libros del que yo tenga noticia sucedió en el año 1609”. Luego, lo encantador, en la página 262: “La palabra cambió gradualmente de significado y muchas veces siguió siendo ambigua, lo cual era muy útil”. Finalmente, el capitalismo en su modo entre snob y apasionado, de bibliómano, en la página 355: “La categorización de la rareza se había convertido en un pasatiempo levemente buscado, y uno que los vendedores de libros y coleccionistas enfrentaban con profunda seriedad”.
Más allá de esa “ambigüedad útil”, McKitterick piensa en términos de “rareza medible”, en la página 551: “Gradualmente la rareza se convirtió no solo en un asunto de opinión, interés o gusto, sino en algo ‘medible’. Los libros que valoraban como ‘raros’ localmente se convirtieron en objeto de mediciones internacionales”. Los índices que dan cuenta de la rareza varían entre la tirada de un libro, los ejemplares sobrevivientes con el tiempo, el valor de venta, el aspecto físico del ejemplar, el tema… Leemos en la página 577: “La rareza estuvo definida y medida por las ventas, por las guías bibliográficas, y no en menor medida por la aceptación social (…) la invención de los libros raros fue parte de un proceso de selección deliberada y llena de propósito, y al mismo tiempo también resultado de un gran número de accidentes”.
La invención de los libros raros está repleta de ejemplos de todo tipo que vuelven, como ya fue dicho al principio, encantador al libro. Pero con un reparo: durante años bibliotecario del Trinity College y profesor honorario en Cambridge (según leemos en la primera solapa), McKitterick no se mueve demasiado de ese eje. Los libros raros son estudiados solo en el mundo británico, con ramificaciones en París, y un poco menos en Amsterdam y Frankfurt. Una pena la falta de Italia, España, los mundos americano y árabe. Aunque, al fin y al cabo, tal vez sea así: la bibliomanía es un asunto inglés o de anglófilos.