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Liderazgo y riesgos

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Ellos. Referentes como Putín o Turmp ejercen diferentes prácticas. | AFP

Los líderes lo son por sus rasgos pero sobre todo por los contextos que los habilitan para aparecer. De allí en más, son sus capacidades –y sus seguidores– los que harán el resto. A lo largo de décadas tras la II Guerra Mundial, y superado el trauma del nazismo y su vínculo especial con “el fenómeno Hitler”, el estudio de dichas condiciones para el liderazgo fue ocupando creciente espacio y tiempo en los ámbitos académicos, especialmente en el management, tanto privado como público.

Sin embargo, hay un aspecto tal vez analizado de modo insuficiente, que es el vínculo entre el líder y la asunción del riesgo en la toma de decisiones. Desde finales de los noventa, la nuestra es una “sociedad del riesgo” (Luhmann, Bauman, Beck), sobre todo por la excesiva carga de incertidumbre e inestabilidad que ha invadido la vida pública –y privada– de las personas a todo nivel.

El proceso decisorio fue investigado por teóricos primero, como March y Simon, y luego, Graham Allison –crisis de los misiles en Cuba, en 1962–. Si bien trataban de demostrar la racionalidad acotada aun ante riesgos extremos como un holocausto nuclear, los enfoques más racionalistas siguieron predominando, sobre todo por el peso de la Economía, en desmedro de variables más atendibles por la ciencia política y la sociología.

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El riesgo es un peligro calculable pero frente a él, cualquier líder, como Trump, Bukele, Putin –sobre quien publicaré un libro próximamente “deconstruyéndolo”– o nuestro presidente Milei, puede ejercer diferentes prácticas. Rodearse de asesores de extrema confianza, más allá de los tecnócratas habituales, arbitrando de modo más grupal, para limitar el peso de las internas (propias): aliarse a sectores afines, aunque sin hacer demasiadas concesiones para no dejarles crecer a expensas de uno y hasta, aunque suene absolutamente ilógico, “escalar” los peligros, como si no importaran, a modo de neutralizarlos vía omisión –o construcción de “realidad paralela”–.

Esa última acción, similar a la paranoia desatada tras las cumbres nucleares entre EE.UU. y la URSS antes del final de la Guerra Fría, es una opción que tal vez haya elegido Milei. Obsesionado por romper el “teorema de Baglini”, a la manera de un “cruzado”, chocar el tren –en el que vamos todos– tal vez paralice a sus adversarios, que además de quedar estupefactos por la novedad –y el miedo– tienen mucho más para perder que el primer mandatario en situación “normal”. Pareciera que esa forma de conducir, cuasi temeraria, tal vez aún hoy, le depare cierto crédito que muchos encuestadores no pueden explicar, de parte de una sociedad que ha hecho de vivir de zozobra en zozobra su “normalidad” a lo largo de décadas. Pasa a ser una incógnita, la intensidad (y/o volumen) de esa tolerancia colectiva.

*Doctor en Relaciones Internacionales (UNR), profesor universitario y miembro del Comité de Asuntos Euroasiáticos del CARI.