Busco en Google una frase de Oscar Wilde, que en mi memoria decía: “Nada más difícil que resistir a una tentación”. A cambio me encuentro con otra que no está nada mal: “Y Dios es fiel; no permitirá que la tentación sea mayor de lo que puedan soportar. Cuando sean tentados, él les mostrará una salida, para que puedan resistir”. Desde luego, no puedo atribuirle al inglés (más bien irlandés, como toda la buena literatura insular) la intención de parafrasear a su gusto la cita de Corintios 10:13, pero sí percibo el encanto de la suya y la esperanza de alivio luego de un amplio período de tormentos que promete la bíblica. Notable paradoja que el frívolo artista de la liviandad haya atravesado las puertas del infierno por entregarse a sus tentaciones y elecciones personales, otrora objeto de execración, mientras que la pesada serie de amenazas, exigencias y reclamos del celoso Jehová sea tenido por un Dios de consolación y amor.
Notable paradoja que el artista de la liviandad haya atravesado las puertas del infierno
Pero, ¿por qué pensaba en esto? Hace unos años, por azar, tuve en mis manos un librito de Lovecraft, autor que nunca había leído. La trama me pareció confusa, la anécdota olvidable, los personajes inexistentes, y rechacé por completo lo que parecía el objeto central del relato, una especie de cosa o masa medio verdosa que iba de no sé dónde a no sé dónde. Di por hecho que Borges ya lo había resumido y mejorado en su cuento There are More Things, dedicado precisamente a Lovecraft, al referirse a un ente que avanzó hacia su narrador. Copio la frase que me interesa: “Mis pies tocaban el penúltimo tramo de la escalera cuando sentí que algo ascendía por la rampa, opresivo y lento y plural”. Hay que ver cómo esas tres atribuciones de rasgos nos acercan al horror, la opresión, rasgo de la pesadilla, la lentitud, que enmarca lo siniestro, y la condición a la vez monstruosa e inabarcable de lo plural.
Quería decir que años más tarde, hace una semana nomás, un día pensé en una escena, en la construcción de una cosa horrible, y algo en mí chilló: “¡Lovecraft!”. Entonces corrí hacia la feria de libros de Plaza Italia y compré En las montañas de la locura y… se terminó el espacio, hoy.