El problema argentino es macro y no Macri. La falta de un relato de Cambiemos que indique un “hacia dónde” se cambia no es un déficit sólo del pospopulismo argentino. Lo mismo sucede en Brasil, ya con Dilma afuera, y por eso compartimos la grieta que divide a cada sociedad. El numeroso acto de ayer de gremios contra el veto de Macri a una ley que prohíba despidos por seis meses y las marchas del Partido de los Trabajadores, que esta semana volvieron a cortar rutas en Brasil en contra de un ajuste fiscal cuando asuma el gobierno del vicepresidente Temer, tienen la misma matriz de resistencia al cambio.
En Argentina va a ser muy difícil bajar la inflación futura con paritarias que aumenten por la inflación pasada. Y en Brasil, como el déficit fiscal se financió con deuda en lugar de emisión, lo difícil será bajar la deuda. Pero en ambos países el problema de fondo es el mismo: bajar el déficit.
La persistencia de la grieta indica que aún no se inició una nueva era. Sin una idea compartida por la mayoría de la sociedad que la unifique –manteniendo sus diferencias– en un proyecto común, no habrá cambio de ciclo.
En los años 80, esa idea aglutinante fue la democracia, el fin de las dictaduras que azotaron a la mayoría de Sudamérica. En los años 90, la cohesión social se forjó pensando que el fin de la hiperinflación y las privatizaciones nos llevarían al progreso. Y a comienzos del siglo XXI, la nueva fuente de consenso fue que la redistribución del aumento de los precios de las materias primas elevaría a los pobres a la clase media. En cada etapa, casi toda la sociedad compartió una esperanza creyendo que mejoraría la vida de todos.
El agotamiento de cada ciclo (con la democracia no se comía, el Primer Mundo quedaba más lejos y el ascenso de las clases bajas se esfumó al bajar el precio de las materias primas) crea las condiciones necesarias para que germine una nueva esperanza compartida. Pero no es condición suficiente; hace falta algo macro, que trasciende a un país, incluso a una región, y que al darse simultáneamente en varios países revela que son eventos más universales. En los 80 fue el cambio de doctrina de Estados Unidos sobre los derechos humanos en Latinoamérica, también como herramienta de combate moral contra la ex Unión Soviética. En los 90 fue la caída del Muro de Berlín y el fin del comunismo. Y en la década pasada fueron las consecuencias de la llegada del capitalismo a China como potenciador del consumo mundial.
Hoy hay algunos cambios globales: el surgimiento de las redes sociales y la mayor cantidad de triunfos en elecciones de outsiders de la política, que van desde Macri hasta Marina Silva en Brasil, la líder ecologista que hoy sería electa presidenta si se adelantaran las elecciones a pesar de su casi nula capacidad de gobierno. El riesgo de que ningún partido tradicional pudiera ganarle hoy a una outsider de la política es el mayor freno a la autorización del Congreso de Brasil para que las elecciones municipales de octubre próximo sirvan también para elegir nuevo presidente.
Que cada vez más outsiders de la política ganen elecciones, desde un cómico hasta Trump en Estados Unidos, es un voto de protesta contra los políticos y una muestra de insatisfacción ante la falta de rumbo de los partidos. Pero los outsiders de la política son otro síntoma de la falta y no de la solución del problema.
Bicentenario. Macri proyecta terminar la tarea de reordenar la economía para cuando se celebren los 200 años de la Independencia, el próximo 9 de julio. Probablemente en el tercer trimestre comiencen también a aparecer los primeros signos de reactivación. Incluso en el devastado Brasil se habla de que se estaría llegando al fin del pozo, y los más optimistas esperan que después de las Olimpíadas se haya superado lo peor. Pero Argentina y Brasil demandan algo más que venga a llenar el vacío metafísico que genera el pospopulismo.
El puente al futuro que quiere construir Macri precisará más materiales que el cemento y el acero del plan de obra pública con el que comenzará a reactivar la economía.