En Italia, durante la década del 90 fueron indagadas 4 mil personas, entre empresarios y políticos. El jefe de gobierno y líder del Partido Socialista debió fugarse del país y murió años después en el exilio en Túnez. Se asesinó a jueces y otros implicados se suicidaron. La república organizada después de la Segunda Guerra Mundial, que terminó con el régimen fascista, se derrumbó después del proceso abierto a la clase política y a los grupos empresariales que se le asociaron en una corrupción sistémica. Una vez hecha la limpieza, asume Silvio Berlusconi, cuyo protagonismo político recién ahora parece apagarse luego de veinte años de liderazgo.
Un ciclo que va desde la crisis de los valores del liberalismo republicano, luego de la Primera Guerra Mundial, a veinte años de fascismo, prosigue con el fin de la Segunda Guerra, para dar lugar a la conformación de la república con alternancia entre democracia cristiana y socialismo; culmina con una nueva crisis del sistema de los partidos políticos mediante el mani pulite y la coronación de Il Cavaliere.
De acuerdo con peritos en unidades contables clandestinas, se supone que la Camorra, la Cosa Nostra, la Sacra Corona Unita, la N’drangheta, mafias del sur de Italia, facturan unos 100 mil millones de euros al año.
Pero si las mafias italianas ya son de película, no lo son tanto la rusa, la china y todos los grupos asociados a los carteles de la droga.
Si uno ve el mundo desde esta perspectiva, sin duda que nos da toda la sensación de que está todo por hacerse para que las relaciones humanas en nuestro planeta sean más honestas, armoniosas y justas. Es esto lo que se deduce de un escenario de violencia extrema y asesina, y de tantos megapoderes en acción.
Sin embargo, este cuadro de situación bien puede producir el efecto diametralmente opuesto, es decir, pensar que nada es posible hacer o cambiar. La dimensión del problema produce una sensación tal de catastrofismo, que ante semejante Leviatán, frente al mundo organizado como una configuración de un entramado económico-político global a cargo de complejos financieros militarizados, cualquier obstáculo que se le interponga es eliminado sin que lo resguarde protección alguna.
Michel Foucault, en un curso de 1980, decía que hay, entre otros, dos modos tradicionales de articular las formas de la verdad y los dispositivos de poder.
A uno lo llamaba el modelo de Rosa Luxemburgo, quien afirmaba que si todos supiéramos cómo procede efectivamente el sistema, el modo de producción capitalista no podría sostenerse en pie más que pocas horas. Para ella, la militancia revolucionaria consistía en la toma de conciencia de los mecanismos ocultos de la realidad.
El otro modelo que ilustra esta conexión era el que Foucault atribuía al escritor del Gulag, Aleksandr Solzhenitsyn. Se trata del efecto terror, que sostiene que es precisamente porque sabemos aquello que sucede, que nos sentimos impotentes y quedamos paralizados.
Es interesante el artículo de Slavoj Zizek en The Guardian, reproducido por Ñ, en el que describe cómo el desmantelamiento del socialismo
de Estado dejó desorientada a la población, acostumbrada a un sistema de sobornos, coimas, vínculos políticos y nepotismo, que guiaba la conducta del ciudadano común si quería conseguir algún bien escaso, que los había en cantidad, de alimentos a pasaportes.
Por eso el filósofo esloveno dice que, luego del proceso democrático en tiempos de Gorbachov, la nueva oligarquía y el sistema mafioso ruso, cuya efigie es Putin, permiten que las cosas vuelvan a la normalidad con la reimplementación del antiguo sistema de favores.
Zizek no se satisface con la aceptación de esta situación y, para no caer en una de las formas del cinismo, sugiere que hasta que no se establezca un gobierno mundial democrático, las mafias globales y la violencia social seguirán su curso.
La salvación universal, entonces. Cuando se habla de mafias, de carteles de la droga, de grupos terroristas, de redes parapoliciales, de servicios secretos, hablamos de Apocalipsis. Y sabemos que hace dos milenios, en tiempos apocalípticos, aquellos que esperaban el fin del mal se refugiaban en las cavernas de Siria y Antioquía, purificándose en la total soledad, a la espera del nuevo mundo.
Pero fue el pragmatismo de Constantino, luego del vandalismo de los alaricos, el que derrumbó un imperio decadente que dejó todo preparado para que la Ciudad de Dios se convirtiera en una Iglesia que se hizo a imagen y semejanza de su enemiga ancestral, aquella Babilonia pagana.
Volvamos a casa. Caso AMIA, conexión local: nada. Embajada de Israel, conexión local: nada. Río Tercero, responsables: nada.
Aquello que llaman complejo delictivo armado por el kirchnerismo es un espacio complejo, con perdón de la redundancia. Va más allá de Báez, Jaime y Boudou. Comienza con los bonos santacruceños y la más que sospecha, una cuasi certeza, que se tuvo respecto de su uso y abuso, no impidió que Néstor Kirchner consiguiera aliados gracias a la transversalidad, vicepresidente radical incluido.
Tampoco nada impidió que Perón fuera un héroe y máximo líder popular durante todo el tiempo de la proscripción hasta su reasunción presidencial, a pesar de años de denuncias proferidas contra el tirano prófugo que se había llevado toda la plata.
Hay un sentido común que no se grita pero que perdura, que cree que no hay poder sin dinero, y que los que están arriba es porque lo tienen, y si no lo tienen en cantidades suficientes, lo consiguen después, a modo personal, o asociándose con sus poseedores.
Néstor Kirchner no mantenía secreto alguno sobre el modo en que pensaba la política y su relación con el dinero.
Acusar de robar para la Corona es una denuncia que se destina a bandos sucesivos de acuerdo a la monarquía reinante. Los testimonios que sostenían en la década del 90 que, cuando se vive una revolución productiva y se consigue un prestigio internacional como los logrados por Carlos Menem, era ridículo ocuparse del destino de las joyas de madame Pompadour, hoy son intransigentes con el kirchnerismo.
Los kirchneristas, que se sirvieron a sí mismos un manjar con las denuncias al neoliberalismo cipayo y corrupto de Menem, hoy ocupan todos los puestos posibles del poder en nombre del pensamiento nacional, de los derechos humanos y de la Asignación Universal por Hijo, situándose del lado del Bien, y están dispuestos a pagar el precio del poder. Próceres, mártires y niños pobres están de su lado y no permitirán que nadie ponga en duda sus patrióticas intenciones ni que se manche la excelsa figura de su máximo jefe.
Una sociedad preñada de ilegalismos necesita un espectáculo jurídico con sus héroes y malditos para purificarse y reproducirse.
Pobre Lijo, al menos el Papa lo bendijo.
*Filósofo. www.tomasabraham.com.ar.