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Defensor de los Lectores

Matar al mensajero no es el camino hacia la verdad

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Plutarco. Relató cómo un monarca mandó a decapitar a quien le llevó malas noticias. | cedoc

Tigranes II El Grande, o Tigran II, fue rey de Armenia entre los años 95 y 45 antes de Cristo, período en el que se consideró su territorio como el mayor del este romano. Su majestad era enorme y su vocación expansionista un peligro para Roma, que envió a uno de sus comandantes más exitosos, Lucio Lúculo, a imponer el poder de la República en ese confín del imperio. Buen estratega, Lúculo enfrentó a Mitrídates, rey del Ponto, lo venció y amenazó con su poderío a Tigranes, un tipo al que podría caberle con perfección el calificativo de soberbio. Lúculo y sus tropas amenazaban ya el palacio del rey y un emisario llegó allí con la mala nueva. Tigranes ordenó decapitarlo tras recibir la mala noticia (a la que, por otra parte, no dio crédito, como lo relata Plutarco en Vidas Paralelas).

Nació entonces una frase que nos llega hoy y se afirma en estos tiempos tumultuosos de puja preelectoral: matar al mensajero equivale a denostar a periodistas por el solo hecho de inquirir información, reclamar explicaciones, repreguntar, transmitir a la sociedad lo que sus dirigentes hacen, dejan de hacer u ocultan. Para quienes ejercen el poder o intentan obtenerlo (recuperarlo, en casos) es siempre mejor, más fácil y saludable atacar a quien transmite el mensaje que asumir su contenido y actuar en consecuencia. En casos extremos –como sucedió durante la dictadura 76-83– centenares de mensajeros-periodistas fueron blancos a torturar, matar,  desaparecer u obligar al exilio.

Hoy, mal que pese a la opinión de la señora Fernández de Kirchner, no estamos en dictadura y la prensa, mayoritariamente, hace su trabajo a conciencia: buceando en aguas oscuras en busca de la verdad.

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Por ello es que las diatribas que vienen de uno y otro extremo de la grieta contra los periodistas independientes son como disparos sin plomo pero de inquietante peligro. Como lo expusiera en la edición de ayer Jorge Fontevecchia, el riesgo de la censura y de la autocensura planean sobre este territorio en el que tenemos candidatos que se van de boca, que en el fondo desprecian a quienes ejercemos este oficio, que consideran “el mal” a todo aquello que esté fuera de su control, pensamiento, ideología o creencia. Por cierto, debo dejar fuera del espacio del buen periodismo aquel que ostensiblemente ha optado por una postura militante a favor de una u otra candidatura, limitando la voz de quienes opinen diferente. En tal sentido, creo necesario aclararles a algunos lectores que critican contenidos de columnistas de opinión –habituales o no–, que una de las características positivas de PERFIL es dar cobijo a la pluralidad de voces, aun aquellas que –por estilo, por mera convicción– pueden no coincidir con quienes leen este medio.

En un artículo que publicó en el diario El Universal de México, en marzo de 2017, la politóloga Alejandra Sota (master en la Universidad de Harvard) señalaba que “los medios han sido y siguen siendo una plataforma de debate que permite a los candidatos y a todos los ciudadanos discutir temas de la agenda pública”. Y agregaba: “El que uno o varios de los candidatos ataquen a los medios no hace más que debilitar esta plataforma de debate, y por ende cierra el espacio para discutir los temas de interés común (…) algo contraproducente para quienes buscan hablar a los millones de ciudadanos que emitirán su voto”. Decía la articulista que los mensajeros seguiremos estando como lo estaban antes que nosotros, y allí estarán cuando nos marchemos. Cortarnos la cabeza no sirve.

Horrores. En la edición de ayer, la ilustración en la doble página central que continúa la saga infográfica sobre la misión Apolo XI que llevó al hombre a la Luna es un asombroso muestrario de errores de información y de ortografía. Por carencia de espacio no los enumeraré hoy, pero prometo hacerlo el domingo próximo. Y propongo a los editores que no vuelva a suceder.