COLUMNISTAS
UN TIEMPO NUEVO

México y la Patria Grande

En América Latina casi todos ignoran lo que ocurre con sus vecinos. Nuestros dirigentes de izquierda sueñan con los países que detestan. Hablan de la "Patria Grande" pero desconocen los nombres de los candidatos de las últimas elecciones peruanas, brasileñas, chilenas, colombianas o mexicanas. Saben más sobre las elecciones norteamericanas o las francesas.

Mural de David Alfaro Siqueiros ‘Castillo de Chapultepec’ (detalle).
Mural de David Alfaro Siqueiros ‘Castillo de Chapultepec’ (detalle). | Cedoc

El grupo de Lima se quedó sin Lima y el Grupo de Puebla sin Puebla. En Perú ganó las elecciones Pedro Castillo, un dirigente de extrema cualquier cosa, que combate los derechos de las mujeres y de las minorías, aceptados por todo Occidente. Puebla es uno de los pocos estados mexicanos en que ganó el PAN a pesar de que la izquierda triunfó en 11 de los 15 estados que estaban en juego. Sus autoridades no darán la bienvenida a estudiantinas de jubilados del siglo pasado, menos si están organizadas por un presidente que dijo que los mexicanos vienen de los indios. 

En México no hubo “indios”. Las culturas mesoamericanas afincadas en su territorio fueron las únicas de América que desarrollaron escrituras sofisticadas como la maya y la azteca. Tenochtitlán se fundó en una isla del lago de Texcoco, en la que los aztecas encontraron una planta de tuna en la que se había posado un águila que devoraba una serpiente. Era el signo de la tierra prometida que sus leyendas habían anunciado. Para 1500 fue una de las ciudades más grandes y hermosas del mundo. 

Cerca estaba el cerro de Tepeyac al que desde el siglo XIV concurrían miles de fieles para venerar a Tonanzin, una diosa morena de la fertilidad. Hernán Cortés llevaba en su estandarte la imagen de la Virgen de Guadalupe, una advocación extremeña poco conocida. Los indígenas protegieron a Tonanzin fundiéndola con la Guadalupana, dando origen al culto católico más difundido de América. 

La tilma (poncho) de Juan Diego era demasiado grande para ser la de un niño indígena, Fray Servando Teresa de Mier dedujo que era la capa de Santo Tomás apóstol, que había venido a Mesoamérica en tiempos de Cristo, personificado en el dios Quetzalcóatl. El mito del viaje de Santo Tomás estuvo muy difundido. 

Los españoles encontraron cientos de culturas sofisticadas, emparentadas entre sí. Algunas de sus creaciones se exhiben en el museo Antropológico de México, que demanda al menos un día para recorrerlo y reflexionar sobre nuestro pasado. Las últimas declaraciones de Alberto Fernández sobre el país y los indios fueron particularmente irritantes para una nación tan orgullosa de su pasado.

La mexicana fue una revolución laica, con un compromiso con los pobres

La revolución mexicana. En los albores del siglo XX dos revoluciones conmovieron al mundo: la de Octubre en Rusia y la mexicana. Fueron contemporáneas, pero no tuvieron ninguna conexión. La primera instaló en Rusia la Unión Soviética, inaugurando el siglo corto de la historia de Occidente.

La mexicana se inició en 1910, cuando el partido anti reeleccionista derribó a Porfirio Díaz y se consolidó a lo largo de un largo proceso que culminó con el asesinato de sus líderes, como Emiliano Zapata en 1919, Francisco Villa en 1923, y Álvaro Obregón en 1928. 
Se instaló así la segunda democracia presidencialista más antigua del mundo.  En más de un siglo los mexicanos han elegido al nuevo presidente el día en que estuvo señalado por la constitución, un mandatario que siempre cumplió su período y entregó el poder a un sucesor elegido por el pueblo. 

Ningún presidente pretendió entregar el poder a su cónyuge o a un pariente. Tampoco hubo un golpe militar o un “pronunciamiento” uniformado que se impusiera sobre el poder civil. Los últimos religiosos que quisieron que Cristo Rey gobierne el país fueron debidamente atendidos en la guerra cristera. Los eclesiásticos no hacen política, se dedican a lo suyo, el poder es estrictamente civil. 

La mexicana ha sido una revolución laica, comprometida con los pobres y con causas progresistas, y nunca fue colonia de la Unión Soviética, China, Corea o los socialismos macumberos de los últimos años. 

La izquierda mexicana. En septiembre de 1985 la Asociación Internacional de Historiadores del Movimiento Obrero lanzó el libro “El primer primero de mayo en el Mundo”. Cerró la reunión el ministro de Trabajo del Gobierno de Miguel de la Madrid, con un discurso revolucionario en el que menciono con frecuencia a Marx. Asistimos al evento autores de varios países, que al culminar el acto entonamos la Internacional Comunista, misma melodía cantada en setenta idiomas. Estuve entre un japonés y una vietnamita, que la cantaron en sus lenguas. El discurso del ministro, los nombres épicos de las avenidas de la ciudad, Insurgentes, Revolución, y otros semejantes, nos hacían sentir que estábamos en el epicentro de la revolución mundial.

A pocas horas del emocionante acto se produjo el mayor terremoto ocurrido en la ciudad. En medio de la agitación, descubrimos que Miguel de la Madrid no era líder de la revolución proletaria internacional, sino un presidente de la línea más capitalista del PRI. Felizmente estábamos en México y no en el Gran Salto Adelante. 

México tuvo una posición independiente frente a Cuba y otros problemas mundiales. No obedeció a los Estados Unidos en nada, tampoco en el bloqueo, pero tampoco fue una colonia cubana como la Venezuela de Maduro. 

México es México. Su presidente no suele participar de estudiantinas que provoquen problemas a los mexicanos. AMLO nunca se haría acólito del falangismo sudamericano remozado, ni invitará a la celebración del Grito de Dolores a Cristina, para que José y unas monjitas de claustro revoleen bolsos llenos de dólares.  

En América Latina casi todos ignoran lo que ocurre con sus vecinos. Nuestros dirigentes de izquierda sueñan con los países que detestan. Hablan de la “Patria grande” pero desconocen los nombres de los candidatos de las últimas elecciones peruanas, brasileñas, chilenas, colombianas o mexicanas. Saben más sobre las elecciones norteamericanas o las francesas. No comprenden la política más allá de unos pocos membretes anacrónicos. Tampoco mandan a sus hijos a estudiar en las importantes universidades de Caracas, Managua o la Habana, sino en mediocres universidades norteamericanas.

Las elecciones mexicanas. El resultado de las últimas elecciones dice que el gobierno de AMLO se consolidó en la mitad de su mandato en un mundo que se hizo ingobernable.  Su partido ganó 11 gobernaciones de las 15 que estaban en juego y 185 de las 300 diputaciones.

Para la Cámara de Diputados sus resultados fueron buenos. AMLO y sus aliados mantendrán la mayoría absoluta, aunque no consiguieron los dos tercios que les habrían permitido reformar la constitución. Algunos opositores dicen que les fue mal, porque “solo tienen mayoría”, pero normalmente a eso aspiran todos los políticos del mundo.

En las elecciones post internet no podía faltar una sorpresa. La oposición captó algunas alcaldías de la capital que estuvieron en manos de la izquierda desde 2003. Habrá que estudiar si la gente se cansó de su prolongado dominio o simplemente hizo un llamado de atención pidiendo una renovación, como ha ocurrido en otros países.

AMLO ha tenido éxito una comunicación extremadamente cercana con la gente, sencilla. Da una conferencia de prensa todos los días, a las siete de la mañana que dura mucho, sin solemnidad ni prepotencia.  

México fue un gran imperio, y conservó ritos que alejaron a sus mandatarios de la gente, como se pudo ver con los que practicó Enrique Peña Nieto, encerrado siempre en Los Pinos, el símbolo del poder.  AMLO desde el primer día abrió Los Pinos a la gente, rara vez protagoniza ceremonias grandiosas, con ropas estrafalarias. Decimos siempre que la política se ve y a él se le ve como un tabasqueño más, un mexicano que quiere servir a los demás. 

Desde hace años advertimos en esta columna sobre la debilidad de los gobiernos en la tercera revolución industrial y sobre todo después de la pandemia. En países con instituciones débiles como Argentina, Perú, Ecuador, Venezuela, Bolivia, la inestabilidad política es extrema, puede pasar cualquier cosa, en cualquier momento. Pero también en países con alta institucionalidad como Chile, Colombia, Brasil, Uruguay, Paraguay se han producido hechos que ponen en riesgo la democracia representativa. 

En los últimos años hablamos sobre esto con mandatarios que en los primeros meses de gobierno lograron una excelente evaluación y después se desplomaron por un tobogán del que no pudieron volver. 

Algunos renunciaron, otros quedaron como patos rengos que chapotean contando los días en que termina su período.

La patria grande y las vacunas. Algunos legisladores argentinos se sintieron marineros del Acorazado Potemkim. Pusieron una cláusula que impedía que se venda la vacuna Pfizer en Argentina. Daban un golpe letal al capitalismo. No importaba que para eso mueran unos miles de argentinos. Total, también hubo muertos en el Palacio de Invierno. 

Aunque parecía difícil, asomó un país más revolucionario. Haití es una de las naciones más pobres y también la única del hemisferio que no ha vacunado a ninguno de sus habitantes. Vive una emergencia sanitaria final. 

El problema no fue la falta de dinero, sino los principios incorruptibles de sus gobernantes. Les hicieron varias ofertas de donación de vacunas, especialmente por parte del Covax, pero las rechazaron porque según el gobierno el 80% y el 90% del pueblo no quería vacunarse con la vacuna que les donaban, que era AstraZeneca. 

Este sí es un gobierno soberano: si no le regalan la vacuna que les gusta a sus políticos, es mejor que la gente muera defendiendo una bandera. Puede explicarse por una actitud ideológica heroica o simplemente por un grado enorme de tontería e ignorancia de sus dirigentes.

El bloque internacional aliado de Argentina, principal adversario de los Estados Unidos, integrado por Venezuela, Nicaragua, Cuba y Haití, no reporta la situación del COVID. Médicos independientes dicen que se oculta un genocidio. 
Pero Haití puede estar tranquilo. 

En la medida en que se identifique más con la tontería, puede aspirar a que Rosario Murillo le envíe amatistas, Maduro pajaritos de plástico como les que usó en su la campaña electoral. Tal vez Alberto puede enviar unas imágenes de San Gauchito. ¿Para qué las tonterías científicas si la magia funciona en el país de Duvalier?


*Profesor de la GWU. Miembro del Club Político Argentino.

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