En los últimos meses, algunos economistas criticaron la política económica por no generar las condiciones apropiadas para atraer capitales extranjeros, limitando –según ellos– la capacidad para ampliar los niveles de inversión de nuestra economía.
Veamos qué ha ocurrido en los últimos años en la región. Resultaría esperable que los ingresos de inversión extranjera contribuyeran a incrementar la capacidad productiva de la economía, ampliando el acervo de capital existente. En otras palabras, que la tasa de inversión de la economía, es decir la relación entre ésta y el PIB, se incremente.
Sin embargo, al observar los datos de los últimos años los resultados son ambiguos. Es cierto que la Argentina ha perdido peso en materia de atracción de inversión extranjera directa. También es real que países como Brasil y Chile fueron más dinámicos y que Colombia y Perú mostraron mayor capacidad de atracción. Pero lo notable es que la tasa de inversión de la Argentina es hoy superior tanto a la de Brasil como a la de Chile y Perú. O sea que los inversores extranjeros vienen menos a la Argentina, pero en nuestro país se invierte más. A algunos podrá resultarles paradójico este resultado, pero los datos del cuadro son contundentes.
Más aún, a pesar de que en la actualidad los flujos de inversión extranjera directa que recibe nuestro país son aproximadamente la mitad de los que ingresaban en la década del 90, la tasa de inversión es ahora seis puntos porcentuales más elevada que en aquel período.
No es posible identificar patrones claros. Colombia, México, Perú y Uruguay son casos que muestran incrementos de sus tasas de inversión en forma concomitante a mayores ingresos de inversión extranjera directa. La situación de Chile es inversa a la de Argentina: crecen los ingresos de inversión externa pero su tasa se redujo. Y Venezuela contradice la lógica que se pretende instalar como verdad revelada, pues los ingresos por inversiones externas se desplomaron pero la tasa de inversión agregada no sólo creció: fue la más alta de la región.
En realidad, esta ambigüedad en los resultados no es novedosa. Los economistas Agosín y Mayer realizaron un estudio analizando los efectos de la inversión extranjera sobre 32 países en desarrollo. Los resultados sorprendieron a ciertos sectores académicos: en los países asiáticos, a mayores ingresos de inversión extranjera se producía un incremento de la tasa de inversión, al tiempo que en América latina esos mayores ingresos desplazaban a los inversores locales y no incidían positivamente en el incremento del stock de capital de la economía. La recomendación de los autores fue clara: el efecto positivo sobre la inversión doméstica no está asegurado y la idea de que la inversión extranjera siempre es positiva para el desarrollo del país –y que entonces una política liberal es suficiente para lograr resultados positivos– no se ve en absoluto sustentada por los datos.
En síntesis, la evidencia empírica muestra que Argentina ha logrado la mayor tasa de inversión de su economía en varias décadas, aún en un contexto en el que no se ubicó entre los países más atractivos de la región para el capital externo. La explicación de este resultado hay que buscarla en la forma en que gestionó sus políticas macroeconómicas, en los incentivos orientados al desarrollo productivo y la creación de empleos, en la eficaz gestión de las finanzas públicas y el adecuado proceso de desendeudamiento externo. Es este el camino que habrá que profundizar si se pretende aumentar más los niveles de inversión. El otro ya lo vivimos y produjo los resultados contrarios.
* Economista. Director de BNA y presidente de AEDA.