COLUMNISTAS
UN TIEMPO NUEVO

No existe revolución local

La revolución mundial que conquistaría el mundo en el siglo XX corto, fue la que daba sentido a muchas actividades políticas locales. Con el desmoronamiento del socialismo real en 1990, no solo se acabó el proyecto global, sino que los restos que quedaron en algunos lados, perdieron todo sentido.

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Los militantes revolucionarios cuando pensaban en el modelo de sociedad que pretendían imponer, sabían en lo que creían. Admiraban a la Unión Soviética, China, Cuba, pretendían implantar dictaduras del proletariado y economías centralmente planificadas. Si se organizaban los grupos guerrilleros o algunas organizaciones agitaban en un país, eso tenía un sentido, cierto financiamiento internacional y una justificación ética.

El dinero que obtenían con acciones armadas, rompiendo la legalidad de los países democráticos, tenía una justificación idealista: se expropiaban los recursos de los opresores para financiar un proyecto romántico. No querían que los dirigentes se enriquezcan, sino financiar una epopeya.

Perdido el horizonte internacional, los dirigentes de ese tipo de movimientos, si son interrogados por el periodismo, no saben mencionar un país que se ajuste a sus propuestas. Son un vagón de ferrocarril que se perdió de la locomotora. Las expropiaciones revolucionarias del pasado, desconectadas de un proyecto global que les proporcione sentido, aparecen como simples delitos comunes.

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Actualmente, el socialismo, Pol Pot, Ho Chi Min, Kim Il Jong y Fidel Castro no forman parte de los sueños de los electores jóvenes, y a muchos intelectuales de la tercera edad les cuesta ser críticos con sus antiguos íconos. Para los “creyentes”, es difícil convencerse de que los héroes que iluminaron los sueños de su adolescencia, fueron simplemente seres humanos. Tal vez las facultades, casi sobrenaturales que les atribuían no existieron nunca, o se han desvanecido con el paso del tiempo, como lo hicieron los fantasmas que habitaban en nuestras zonas rurales, cuando llegó la electricidad.

A pesar de todas las evidencias, algunos intelectuales se resisten a aceptar que en Cuba no existe un sistema democrático, y que perseguir a disidentes y encarcelarlos porque critican al régimen, es una violación a los derechos humanos que debe ser condenada, aunque cometa el atropello un “gobierno revolucionario” que flota solitario en el Caribe sin orientación, ni puerto de salida ni de llegada.  

Un mundo que murió

Hasta fines del siglo XX los eventos políticos se ordenaban dentro de la lógica de la Guerra Fría. Los líderes y los electores, entendían el mundo a partir de una contradicción clara: derecha e izquierda. Esos conceptos se identificaron con el “socialismo” y el “capitalismo” y explicaban todo lo que sucedía en el mundo. Desde la caída del Muro de Berlín, la mitología socialista se archivó, y secciones enteras de nuestras bibliotecas, en las que figuraban decenas de tomos de las obras completas de Lenin, Mao y Marx, terminaron transformados en cartón o unidos a los textos de Duns Escoto, Francisco Suárez y Santo Tomás, en la sección de “consultados por excepción”.

Actualmente, no existe solamente una brecha generacional entre los jóvenes y los mayores, sino un abismo. Algunos intelectuales que lucharon para que “se amplíe la democracia”, suponiendo que, al educarse, la mayoría de la población pensaría como ellos, están desconcertados. Pensaron que si se masificaban los aparatos de sonido, todas se dedicarían a escuchar música barroca y no pueden dormir por el ruido que producen sus vecinos con la tecnocumbia y la música electrónica. Cuando se amplió la democracia, la gente ni desarrolló la “conciencia de clase”, ni cultivó la ética protestante para construir países serios y ordenados, sino que las masas impusieron sus gustos y preferencias, tomaron el poder.

Con la democracia interconectada renacen ideas autoritarias, con las que algunas élites tratan de controlar a masas que “no se comportan como deberían”. Este autoritarismo, está impulsado en Europa por el enfrentamiento de civilizaciones, que sustituyó al ideológico, que suscita una reacción en el viejo continente, contra la irrupción del islam en su territorio, que intenta imponer su cultura sobre la Occidental.

Algunas vanguardias chocan con nuevos electores, que critican a la democracia representativa, no quieren ser representados, pero tampoco discriminados. Por lo general, quieren elegir como les venga en gana, votar o dejar votar cuando les parezca, y no van a renunciar a ese derecho.

Existe un antiimperialismo renovado. La caída del Muro de Berlín marcó el fracaso del socialismo real, pero no llevó a que la mayoría de latinoamericanos se vuelvan pronorteamericanos. En nuestros países, ser pronorteamericano fue siempre de mal gusto en los círculos intelectuales. Históricamente la derecha y la izquierda han sido afrancesadas. Durante mucho tiempo, se veía bien, entre nuestras élites, hablar algo de francés, conocer París, Roma, Madrid. Tanto los terratenientes como los intelectuales latinoamericanos iban a Europa a bañarse en cultura, pero no a los Estados Unidos. César Vallejo podía decir: “Me moriré en París con aguacero, un día del cual tengo el recuerdo…”; pero a ningún poeta connotado se le habría ocurrido decir: “Me moriré en Miami en medio de una tormenta tropical”.

¿Qué viene después?

A esta altura de la historia, lo curioso es que los jóvenes son antinorteamericanos, pero sueñan con la “american way of life”. Tienen mentalidad capitalista, quisieran ser millonarios, les gusta ir a los Estados Unidos, les fascina todo lo que tiene ese país, pero no su política. Nunca irían de vacaciones a La Habana o enviarían a sus hijos a estudiar en la isla socialista, pero enarbolan banderas palestinas.

El desarrollo de las ciencias se ha acelerado exponencialmente y cada día entendemos mejor cómo somos los seres humanos, cómo se formó nuestro cerebro, cómo nos vinculamos con la realidad, cómo conocemos, cómo nos relacionamos con nuestros semejantes, cómo surgen nuestros gustos y preferencias.

Tanto los electores como los líderes somos solo seres humanos, que vivimos unos pocos años, acumulamos conocimientos, y necesitamos estudiar y actualizarnos todo el tiempo en una realidad que cambia incesantemente. En la efímera sociedad de las pantallas, es un disparate creer en la existencia de líderes eternos, teorías definitivas.

La realidad cambió físicamente. A inicios del siglo pasado el mundo era más chico. Los dirigentes empezaban la campaña, caminando por pequeñas ciudades y recorriendo lo que podían de sus países. En cada ocasión los candidatos llegaban alguna vez a localidades del interior, se comunicaban con los electores a través de un aparato de punteros y de la radio.

Actualmente las ciudades medianas son mucho más grandes de lo que eran Buenos Aires, Sao Paulo, o México en 1950. Nadie puede recorrerlas en su totalidad. Pasamos de una política que se hacía con individuos que se conocían personalmente, a la política mediática en la que hay candidatos que solo se comunican por la red, como Javier Milei y Franco Parisi. Muchos electores se relacionan con los dirigentes por medios electrónicos. No les oyen. Los ven.

Los últimos estudios revelan que quienes revisan las redes, dejan de ver un mensaje si no se interesan por él los tres primeros segundos. En definitiva, si aparezco diciendo; “Buenos tardes, soy Jaime…”, he perdido la atención del ciudadano. Nada de eso es interesante.

Marchas de la era de internet

El desarrollo de la técnica también transformó la posibilidad de analizar la realidad, de estudiarnos a nosotros mismos y de comunicarnos. Antiguamente algunos creían saber lo que opina la gente usando la magia: lo que decía el taxista, o lo que “todo el mundo” conversaba sobre algo. Ese “mundo” era normalmente su familia, sus amigos, el club, o los dirigentes del partido.

Hoy hasta los políticos menos sofisticados saben que necesitan estudios cuantitativos y cualitativos para entender a electores que son cada vez más independientes y que no se dejan manipular. El análisis político arcaico tiene límites impuestos por las creencias de los líderes mesiánicos. Se necesita tener la modestia necesaria para aprender, ubicarnos en la Gran Historia, ser críticos de lo que hacemos, y entender que nuestra actitudes políticas están sometidas a temas más amplios que tiene que ver con la gnoseología y el desarrollo de la tecnología.

El cambio que busca la gente no solo tiene que ver con la pobreza que impacta al mundo desde la Revolución Industrial, sino con los complejos problemas de la sociedad contemporánea. Su referente no son las máquinas de vapor, sino los teléfonos inteligentes.

Muchos políticos no asumen que vivimos ese cambio. Su tiempo histórico y el espacio en el que habitan es muy reducido. Sienten que la humanidad empezó cuando se fundó su partido, que la realidad se reduce a su aldea o su país, a los que perciben como algo único, más allá de los estudios. Suponen también que la gente sigue siendo tan obediente y manipulable como era  hace veinte años.

Se produjeron revoluciones de todo tipo que conmovieron la unicidad de la verdad en todos los campos: el movimiento hippie, el rock, Woodstock, el boom de la literatura, el Mayo Francés, la revolución cultural china, los socialismos nacionales, la feminización de la cultura occidental, y muchas otras.

Desde 1960 Cuba había jugado un papel importante en la política internacional soviética. Algunos latinoamericanos estuvieron orgullosos del desarrollo militar castrista cuando intervino en Angola, Argelia, Siria, el Congo, Eritrea y Etiopía. En casi toda América Latina Cuba estimuló la aparición de focos guerrilleros que intentaban hacer realidad la consigna del Che Guevara de convertir la cordillera de los Andes en una gran Sierra Maestra.

Todo esto no estuvo sustentado por su desarrollo económico, sino pagado por la Unión Soviética, eso desapareció cuando colapsó la economía rusa y todos los países importantes se hicieron capitalistas. Las organizaciones que defienden las tesis que caducaron, se ven obligadas a usar fondos del Estado de manera ilegal.

*Profesor de la GWU. Miembro del Club Político Argentino.