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uniones

No tan sencillo

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No nos está saliendo del todo bien a los argentinos esto de unirnos y tirar todos para el mismo lado. La consigna era clara, rotunda, contundente, preciosa; y ya había sido puesta a consideración general en otras ocasiones (en 1853, en 1862, en 1880, en 1910, etc.). Juntarnos todos, como argentinos que somos, y cinchar al mismo tiempo en una misma dirección. ¿Puede ser, acaso, tan complicado? De decir, evidentemente, no. De hacer, daría la impresión de que sí.

Ahí tenemos, por ejemplo, a los tres que hace unos días se fugaron de la cárcel: Lanatta, Lanatta y Schillaci. Con esos apellidos tan pero tan italianos, que son el sello inconfundible de la argentinidad. ¿Alguien quiere acaso unirse a ellos, tirar para el mismo lado, etc.? Todo indicaría que no. Ni siquiera aquellos que, de una manera o de otra, ya habían estado vinculados a ellos (las acusaciones al respecto se entrecruzan; yo, personalmente, las creo todas).

Pero lo cierto es que tampoco nos unimos todos los argentinos para perseguir a estos malhechores, para atraparlos y llevarlos de nuevo a la prisión. No nos unimos, al contrario: brotó al instante la fatal división. Que la culpa es del Gobierno, dicen unos; que la culpa es del gobierno (pero del otro gobierno), dicen otros. Que el que está en la cosa es A., que el que está en la cosa es R. Que el servicio penitenciario juega para éstos, que el servicio penitenciario juega para aquéllos. ¡Divididos, de nuevo divididos! ¡Y acababan de decirnos que íbamos a unirnos todos!

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En Esa mujer, de Rodolfo Walsh, hay un momento en que el coronel y el periodista intercambian frases de esa índole: “Yo también soy argentino”, “somos todos argentinos”, etc. ¿Lo hacen porque se proponen unirse? En absoluto. Lo hacen para evidenciar que esas frases, como tales, son completamente huecas. Que decirlas no es sino una forma simple de no estar diciendo nada.