La profundidad de la crisis política de nuestra Patria es el fundamento principal y determinante de la grave crisis económica que atravesamos desde mediados de 2018 y también lo fue de la anterior, que provoco estancamiento y luego recesión desde 2014 a 2016.
La crisis política es el sinónimo y la consecuencia de la grieta y el comportamiento hacia ella, tanto el de ambos bandos como el del resto de la sociedad, sin excluir a los que buscan construir su lugar como contrapartida y negación de los extremos de la grieta. En este último caso la negación afirma y da aun mayor protagonismo a la confrontación principal.
La combinación entre dispersión política, internismo exacerbado, recesión, inflación, ahogo financiero e incertidumbre electoral permite suponer, con la esperanza de equivocarnos, que la gobernabilidad estará en serio peligro, ya desde el inicio del 2020 y cualquiera sea el resultado de las elecciones presidenciales.
Hay política después de la grieta
El imperativo del momento es construir sobre la grieta, edificando un nuevo proyecto de país basado en el disenso, en la concesión y en el reconocimiento del otro.
Recordando con temor uno de los momentos más dramáticos de nuestra historia, debemos despertar antes que vuelvan a fusilar a Dorrego, o sea antes que perdamos la enorme oportunidad que la esperanza puede rescatar de la profundidad de la crisis.
Debemos evitar que vuelvan a ser oportunas las tristes palabras del General San Martin en su carta a Tomas Guido el 6 de abril de 1829, pocos días antes de emprender su partida definitiva hacia Europa: “Partiendo del principio que es absolutamente necesario el que desaparezca uno de los partidos contendientes, por ser incompatible la presencia de ambos con la tranquilidad pública. ¿Será posible sea yo el escogido para ser el verdugo de mis conciudadanos, y cual otro Sila, cubra mi patria de proscripciones? No, jamás, jamás, mil veces preferiría correr y envolverme en los males que amenazan a la patria que ser yo instrumento de tamaños horrores”.
Trascender la grieta implica dejar de criticar el otro lado o el lado que me cae peor y con más razón si la crítica es a ambos lados. Esto la profundiza y la hace omnipresente. Se trata de construir un debate sobre el futuro, que enfatice los puntos en común y parta de lo que reconozco o elogio en el otro, dejando a un lado lo que atacamos de esos otros.
A modo de ejemplo vale recordar la negociación con el Club de Paris realizada por el Gobierno de Cristina Kirchner y la llevada a cabo por el Gobierno de Mauricio Macri con los Holdouts. Ambas fueron a mi entender negociaciones razonables y ambas eran requisito para salir del default soberano, con lo cual es difícil negar que eran necesarias. Revisando lo que dijeron frente a ambos procesos los militantes y los “independientes” del otro lado podremos darnos cuenta de la conducta a evitar.
El Gobierno iniciado en 2015 resolvió problemas de gravedad como el cepo cambiario y las estadísticas públicas, recupero vinculaciones razonables con la región y el mundo, redujo el déficit fiscal primario y mantiene hasta hoy niveles aceptables de paz social a pesar del deterioro de la situación económica.
El Gobierno que tuvimos desde el 2003 hasta el 2015 mantuvo superávits gemelos (fiscal y externo) por varios años, redujo el endeudamiento del Estado y mantuvo altos niveles de poder adquisitivo y de consumo de la población.
Ambos sufrieron crisis internacionales, alto costo del endeudamiento, falta de inversiones y un pesado lastre de “herencia recibida”. A pesar de ello y más allá de opiniones a mi entender interesadas, ambos garantizaron en lo esencial las libertades individuales.
Se trata de encontrar las intersecciones de ambos y evitar, en la medida de lo posible, sus sombras.
Existe bastante consenso en la convicción que esta grieta ni siquiera es nueva u original. Se trata posiblemente de la versión actual de un enfrentamiento que se inició aun antes de nuestro nacimiento como país independiente.
Me parece oportuno citar al respecto una parte de una nota de Jorge Fernandez Díaz en el diario La Nación de octubre de 2018:
“Tenemos muchas Argentinas, pero básicamente hay dos desde su fundación: un proyecto nacionalista y endogámico, y otro cosmopolita y liberal; uno refractario al mundo (vivir con lo nuestro) y aferrado a su identidad folclórica, y otro abierto al comercio y al intercambio de productos e ideas. Esos dos programas pasaron por diferentes etapas (guerras, revoluciones, dictaduras, democracias y autocracias), encontraron incluso ciertos formatos híbridos, pero sobrevivieron al paso del tiempo porque evidentemente están esculpidos en nuestro genoma. Negarlo es negar lo que fuimos y somos, y acallar de paso un debate legítimo y todavía pendiente. No toda la población, claro está, participa de esta clase de antagonismo ideológico; en ninguna comunidad se registran esas unanimidades: siempre una porción importante permanece neutral o incluso indiferente, pero lo cierto es que nuestras grandes batallas dialécticas se han dado alrededor de esta pura divergencia. En este caso no debe asustarnos su carácter binario, porque cualquier república se corta por el medio y las democracias occidentales acogen esas dos pulsiones, que en cada sitio son diferentes, procesando incluso sus simplificaciones y maniqueísmos. Lo que debe asustarnos aquí es la eterna imposibilidad de dejar atrás un ánimo excluyente del otro y haber fallado en la arquitectura de un terreno civilizado en el que ambas partes abandonan sus extremismos, conviven y se suceden sin derribar todo y empezar de nuevo”.
Y también dos párrafos de la opinión de Rogelio Alanis en el diario Clarín de febrero de 2019:
“No estoy seguro de que las polarizaciones electorales sean lo más beneficioso para una sociedad, como tampoco dispongo de certezas para sostener que la fragmentación del electorado sea lo más conveniente. Y no lo estoy, porque los años me han enseñado que en política los principios generales no suelen ser los mejores consejeros. Más interesante que las abstracciones es el “análisis concreto de las situaciones concretas”, el desafío de estudiar los escenarios políticos tal como se presentan y no como nos gustaría que se presenten. En la Argentina, por ejemplo, las polarizaciones desde los tiempos de Yrigoyen, pasando por el peronismo hasta la actualidad, han sido la constantes, con sus correspondientes excepciones –claro está- como para que se confirme la regla. Desde hace un siglo, el bipartidismo fue un casillero ocupado por diferentes nombres, pero fue el casillero principal”.
Coincido en que desde el inicio vivimos el enfrentamiento de dos proyectos de país, opuestos y sin espíritu de convivencia y que desde el inicio de la democracia real la polarización ha sido la regla. Mi descripción de ambos proyectos, si bien se corresponde con una perspectiva casi opuesta en un caso y distinta en el otro, una vez hecha la diferenciación carece de interés a los efectos de esta exposición.
El riesgo y la oportunidad
Siendo consecuente con la idea que debemos construir un debate sobre el futuro, lo que interesa trascender es “esta” grieta, y para eso nos parece útil el análisis de sus características diferenciales y de su estado actual.
Las expresiones institucionales de ambos proyectos tienen hoy un consenso en la Sociedad de dimensiones similares. Son oficialismo y oposición de manera alternada en la Nación, en las Provincias y en los Municipios. Mayoría legislativa el lado que es opositor al Ejecutivo en la Nación y en muchas Provincias y Municipios. Presencia similar con variantes en la cultura, los ámbitos educativos y los medios. Ambos tienen posibilidades electorales relevantes.
En suma se puede concluir que existe un equilibrio político. Lamentablemente, ese equilibrio se cruza con un ánimo de los protagonistas principales de la dirigencia y las parcialidades caracterizado por enconos y enfrentamientos, con ambas partes invadidas por altísimos y similares niveles de odio e intolerancia.
Esa mezcla de situaciones es explosiva y es lo que en nuestra opinión constituye el fundamento de la crisis política y económica, y pone en serio riesgo la Gobernabilidad de nuestra Patria en el futuro inmediato.
En la historia reciente, situaciones de equilibrio político entre los dos proyectos se dieron a nuestro entender en el Gobierno de Arturo Frondizi (1958/1962) y en el de Carlos Menem (1989/1999). En ambos casos, el equilibrio era una oportunidad y un riesgo.
En el primero se avanzó en un proyecto de país con visos de alternativa superadora, pero fue interrumpido por la intolerancia, lo que nos llevó al intento sin ninguna fortaleza política del Gobierno de Humberto Illia y desemboco en la dictadura de 1966, con la consecuente agudización y agravamiento de todos los enfrentamientos.
En la década del 90 se dieron nuevamente los equilibrios necesarios para construir una alternativa superadora. Si bien se lograron una serie de avances en lo económico y social, con niveles aceptables de convivencia social, nuestra opinión es que la falta de una construcción política y una política industrial que diera sustentabilidad al modelo nos llevó a un callejón sin salida que genero las condiciones iniciales que luego terminaron en la crisis del 2001.
El equilibrio constituye la oportunidad. Pero el odio y la intolerancia alimentan un riesgo de magnitudes temibles. Como dijimos al inicio debemos construir sobre la grieta, edificando un nuevo proyecto de país basado en el disenso, en la concesión y en el reconocimiento del otro.
Se puede suponer que se trata de una propuesta inocente o naif, es claro que es difícil y es un camino nunca recorrido, pero es inevitable. Saldremos de las crisis recurrentes cuando iniciemos un dialogo con ánimo de acuerdo, empezando por nosotros mismos. Cuanto demoremos en ir por ahí nos da la medida de cuanto sufriremos.
Puede entenderse que ambas partes sigan con el enfrentamiento por lo que entienden como necesidades de la estrategia electoral, pero el tiempo que perdamos acentuara la gravedad de la crisis y el riesgo de ingobernabilidad.
Tal vez se considere esta posición como una mera convocatoria a las buenas intenciones. Tal vez lo sea, pero también es un intento de llamar a la reflexión sobre el sufrimiento general e individual que resulta del camino del odio.