Occidente, que suele extender su perspectiva geopolítica para incluir también algunas naciones de Europa Oriental, respira una atmósfera bélica. Hemos vivido situaciones tensas, incluso en América Latina, como lo fue el posible envío de tropas estadounidenses en apoyo de disidentes armados para frenar la revolución cubana, pero es difícil recordar una coyuntura donde la amenaza de guerra atravesara tantas fronteras y complicara a países tan diferentes.
Por supuesto, recordamos la invasión de Rusia y naciones aliadas (mejor sería decir sometidas por el Pacto de Varsovia) a Checoslovaquia, en 1968, cuando un gobierno local se propuso avanzar con reformas democráticas desaprobadas en Moscú, porque serian un antecedente de otras pretensiones de independencia. Pero no eran muchos quienes temieron que se desencadenara una guerra más allá del país invadido. Se quiso prevenir el contagio, aunque no parecía inminente la extensión territorial de nuevos reclamos. Era un mal ejemplo que había que cortar de raíz y Rusia tenía el poder de hacerlo, porque dominaba con mano firme a sus vecinos.
Hoy, en cambio, las fronteras son borrosas y se extienden sobre territorios a uno y otro lado de las líneas que establecen límites. Rusia ataca ciudades y caseríos en Ucrania como táctica de intimidación. Hay muertos, heridos, gente intentando un éxodo hacia occidente, madres que lloran a sus hijos e hijos que buscan sus familias perdidas. Putin no reconoce estos hechos, como si no formaran parte de un caos migratorio que lo tiene como causa. Ejerce la presión con fuerzas infinitamente superiores a cualquiera de los países afectados, y lo declara con tono amenazante.
Alberto F hace ademanes como si pudieran salvarlo de la mediocridad que debilita su gobierno
Y por casa…Todavía recordamos el día en que Alberto Fernández le ofreció a Putin la Argentina como puerta de Rusia para América Latina, en agradecimiento por las vacunas que había enviado cuando escasearon durante la primera etapa del Covid. Fue el disparate de una influencia continental que la diplomacia argentina difícilmente hubiera podido demostrar, ya que su ascendente sobre la política exterior de Brasil, México o Colombia es débil o más bien nulo. La desproporcionada e inverosímil oferta de Fernández, no se ajustaba a ningún pacto preexistente, ni siquiera a conversaciones previas, ni estaba avalada por el casi invisible prestigio de las decisiones argentinas en este rubro.
Fue un gesto innecesario y con poco peso en la actitud de quien era el supuesto beneficiario. Rusia no necesita de un país secundario en la ONU y poco prestigiado en sus relaciones con las grandes capitales europeas. Rusia puede invadir o negociar. Invade a los chicos que tiene cerca y negocia con los grandes. Por suerte, la Argentina no está cerca de Rusia, ni es importante en términos geopolíticos, ni pertenece a los primeros rangos por su avance tecnológico o por su economía. Rusia no necesita de la soja argentina para darle de comer a sus chanchos y si la necesitara encontraría, pese a la geopolítica, un mercado criollo con vendedores dispuestos a intercambiarla por el dólar soja ruso, categoría que nos gustaría agregar a la de las imaginativas denominaciones que hoy se refieren a esa divisa.
Gestos. Alberto Fernández hace ademanes como si pudieran salvarlo de la mediocridad que debilita su gobierno, pese a los esfuerzos de su vocera. Es imposible ocultar que, desde el lunes pasado, todo giró alrededor de los cambios de gabinete, sin que nadie demostrara que las entradas y salidas podían mejorar la administración. Fue apenas un minué de cambios ministeriales, que requirieron la aprobación o la corrección de Cristina Kirchner, quien pasará a la historia porque ha llenado el gabinete de mujeres, amigas o neutrales. Somos un ejemplo para el mundo. Poco importa que Cristina no sea Merkel. No obtiene sus resultados porque tampoco obtuvo un poder como el de Merkel ni fue inteligente para construirlo. Así son las cosas.
En la Argentina se compite por cargos públicos de la mayor visibilidad posible, aunque la posibilidad de decidir sea limitada. Sin mucha capacidad para decidir, por lo menos se consiguen minutos en los medios. Sería difícil decir que se compite por llevar a cabo transformaciones programadas, porque cuesta encontrar programas, salvo en las declaraciones mediáticas y en los dichos de quienes, lejos del gobierno, pueden hablar más claro, aunque esto no implique, en todos los casos, mayor racionalidad, conocimiento o factibilidad.
Por su parte, los empresarios reclaman reglas claras. Deben estar confundidos por la amplia variedad de dólares que cotizan en el mercado. El nombre más simpático es el de dólar turista: se puede perder todo lo que se dice que se pierde, menos sacrificar una semanita en Miami. También hay otros reclamos. Máximo Kirchner ha declarado que, para los nuevos nombramientos, no se consultó lo suficiente al CCK, sigla que designa al Comité Central Kirchnerista.
Quienes tienen mayor experiencia, como Juan Zabaleta, renuncian a su lugar entre los ministros para volver al territorio. Saben que un ministerio es mucho más frágil que el poder territorial. Quienes no tienen mucho poder territorial permanecen en el campo de batalla por puestos ministeriales o secretarías. Pero si este gobierno se desintegrara, como los votos están en el territorio, sería posible, en el futuro, regresar fortalecido.
Vergüenza. Mientras tanto, el gobierno argentino toma medidas que no le traen ni aliados ni prestigio. En la ONU, se abstuvo de apoyar con su voto la investigación por los derechos humanos en Venezuela, que acaba de perder su asiento, pese a los fraternales deseos de Alberto Fernández.
Quienes conserven memoria de los años 70, podrán imaginar lo que habríamos sentido los argentinos si la misión internacional de la ONU se hubiera abstenido de llegar a Buenos Aires durante la dictadura para escuchar las acusaciones de familiares de desaparecidos. La larga fila de denunciantes fue posible porque, en 1979, una Comisión Interamericana de Derechos Humanos de la OEA llegó y pudo escuchar a los que formaron largas filas para presentar datos y fechas sobre desapariciones, muertes y vejaciones.
Por lo menos Estela de Carlotto debería recordarlo. Quienes no vivieron ese momento, pueden encontrar en internet los documentos de organizaciones que afirmaron entonces que la llegada de la Comisión de la OEA significó “un alivio y una protección”. De no haber sucedido esa histórica visita, nos hubiéramos sentido abandonados y habríamos maldecido a quienes nos abandonaban. Las filas de denunciantes fueron hostilizadas, incluso por estudiantes del secundario, porque todavía los crímenes de la dictadura parecían una invención a aquellos a los que no les importó la caída del gobierno justicialista. El antiperonismo histórico y la derecha no menos histórica se unieron en este punto.
En el oficialismo, para quienes tienen experiencia, un ministerio es más frágil que el territorio
Sorpresas te da la vida. Doy un ejemplo de cambios de posición impredecibles hace unos años. Lula dijo, en un tono blandito y patéticamente autobiográfico, que habla más de sus matrimonios que de la cuestión en juego: ¨No solo estoy en contra del aborto, sino que todas las mujeres con las que me he casado están en contra del aborto´´.
No parece seria la intervención del dirigente paleo progresista, que, con un gesto a la moda, ahora elige apoyarse en la autoridad moral de sus mujeres. ¡Pra frenchi el feminismo! Las palabras de Lula, además de la influencia de su adorable y flamante esposa, responden a una razón electoral: no quiere perder el voto de inspiración religiosa. Quiere morder allí donde muerden los pentecostales, de quienes es posible tener distintas opiniones, pero resulta difícil definirlos como progresistas. Por esos votos pentecostales, Lula adopta la posición sobre el aborto que atribuye a ‘’sus mujeres’’. El gran Lula acaba de fundar el frente único matrimonial antiaborto. ¿Qué otras opiniones tendrán sus mujeres, para cambiar los destinos de Brasil? Lula será reconocido como el primer presidente radicalmente no machista de América Latina.
Si la derecha gana, sigamos el camino que nos mostró la derecha para ganar. Hace algún tiempo, a esto se le llamaba oportunismo: sacrificar los principios en nombre de los votos. Se argumenta que el sacrificio de los principios ayuda a conservarlos. Lula está imitando las tácticas de Alberto Fernández. Por otra parte, sabemos que Cristina, nuestra gran líder, no es una defensora extrema de los derechos que, en las calles, las argentinas defendieron durante los últimos años. Ella, como Lula, sabe que el aborto puede ganar votos en el Congreso, pero desconfía que los gane en un plebiscito. Juzga el estado de conciencia moral de sus ciudadanos, que pasan por alto alguna evasión impositiva, les perdonan los deslices pecuniarios a sus dirigentes, y siguen tan reaccionarios como es deseable.