COLUMNISTAS
una multitud en el repudio al atentado

Cristina en Buenos Aires

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Gentío. El contraste entre la arquitectura de Avenida de Mayo y los marchantes agrega una de lección visual sobre nuestras desigualdades. | Télam

Viernes a la tarde. Ensordecida por los tambores, bombos y redoblantes, doblo por Libertad y me alejo de la manifestación en apoyo a Cristina. Ha sido de las más grandes a las que asistí en estos años. Las columnas que se identificaban con las organizaciones de la ‘economía popular’ predominaban en la 9 de Julio y Avenida de Mayo. El Movimiento Evita ocupaba, a ojo de buen cubero, más de un centenar de metros. Pérsico y el Chino Navarro celebrarán la disciplina de sus militantes. El partido Nuevo Encuentro, dirigido por Martín Sabatella, también había movilizado a su gente que, a diferencia de otras columnas, sabían con precisión las razones que los habían llevado allí. Desde lejos, el perfil de Eva Perón, sobre el contrafrente del edificio de Obras Públicas y sede de los ministerios de Salud y de Desarrollo Social, era el telón de fondo más apropiado para el festejo. 

Esto prueba, una vez más, que Buenos Aires es una ciudad accesible, que ofrece espacios decorativos donde la militancia presenta sus reclamos, hace oír sus preferencias, da testimonio de fidelidad a sus dirigentes y compite entre quienes llevaron más gente a la cita, dato que se convierte rápidamente en capital político, cargos y planes sociales para repartir entre los seguidores que aprecian estos incentivos materiales en el mundo de necesidad donde viven. 

Las manifestaciones se cotizan según los escenarios que se ocupen

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El valor de un escenario. Las manifestaciones se cotizan según los escenarios que ocupen. En algunas circunstancias, el lugar tiene más peso que el número de sus ocupantes. Los escenarios se diferencian: Plaza de Mayo y la avenida que la une con el edificio del Congreso tienen una visibilidad máxima, porque sus perspectivas permiten, además, las mejores fotos y videos. El contraste entre la arquitectura y los manifestantes pobres agrega una especie de lección visual sobre las históricas desigualdades argentinas. Avenida de Mayo es un escenario digno de la arquitecta egipcia a quien se apoyó, se celebró y se defendió en la marcha del viernes 2.

Desde sus comienzos, el peronismo supo esto como si hubiera tomado clases de sociología urbana. La vieja fotografía de manifestantes descansando sentados en el brocal de una fuente en Plaza de Mayo se ha cargado de simbología, tanta que su mera descripción “las patas en la fuente” se convirtió en insulto o en consigna autoafirmativa en las décadas siguientes. Llegar a la Plaza de Mayo y estacionarse frente a la Casa de Gobierno tiene un poder simbólico fortalecido a lo largo de casi ochenta años. 

En esas décadas, otros escenarios se llenaron de política. La casa que ocupó Perón en la calle Gaspar Campos, cuando regresó a la Argentina en 1973, estuvo siempre rodeada de simpatizantes, que incomodaban a los vecinos de Vicente López tanto como hoy incomodan a los vecinos de Recoleta los cristinistas que interrumpen la distinguida tranquilidad de esas cuadras. 

Los K avanzan sobre los símbolos con la desenvoltura de una mujer convencida de su grandeza

La semana pasada estuve varias veces allí, impulsada por la curiosidad que siento frente a las movilizaciones. Por la misma razón estuve en Ezeiza cuando regresó Perón de España, después de los dieciocho años que habían transcurrido entre el golpe militar que lo derrocó y la victoria, en 1973, de un frente que hoy se denominaría panperonista. En aquella época no se lo llamó con ese adjetivo porque ni los analistas políticos ni los dirigentes buscaban neologismos, como si su trabajo fuera redactar un clip publicitario. 

Hoy, el Barrio Norte-Recoleta, en sus manzanas más aristocráticas, es territorio de los cristinistas. ¿Quién se lo hubiera dicho a los vecinos? Para las capas medias de Buenos Aires, Uruguay y Juncal son calles por donde transitan colectivos, o sea que las conocemos de paso. Ahora transita el entusiasmo cristinista, que ocupa ese escenario porque a la vicepresidenta también le gustan esos barrios, como le gusta la ropa de marca. Ha entendido mejor que nadie que así continúa una tradición: la de los Dior, Fath o Balenciaga que Eva Perón vistió en las recepciones, alternándolos con los perfectos trajes sastre para recibir a sindicalistas y organizadores sociales en su despacho, que hoy puede visitarse en el Centro Cultural Kirchner. 

A los argentinos no les caería bien una líder como Merkel, siempre vestida como una oficinista de segundo rango. Nunca tendremos una Merkel, que ganó el respeto planetario pese a esos trajecitos mal cortados y de colores vulgares. 

Beatriz Sarlo: "La causa Vialidad podría ser la bala de plata de Cristina Kirchner"

Somos nosotros. Los vulgares somos nosotros, con una líder de uñas tan largas como las de una joven que no aprendió todavía que las personas elegantes no las llevan ni tan largas ni tan afiladas. El gusto se constituye muy temprano y se paga con lo que se tiene. 

A Cristina no le falta con qué pagarlo, pero le faltó tiempo para adquirirlo. El gusto tiene marcas de clase social, de enseñanzas tempranas, de hábitos sostenidos por la herencia material y cultural. Cristina viene de capas medias bajas y ascendió por su inteligencia y su garra, no por su origen ni por esos aprendizajes familiares en los que se instruyen las niñas de capas medias altas. Es vulgar pero bien despierta y convirtió ese rasgo en cualidad. Su hija eligió vivir en una buena casa francesa del barrio de Constitución, elección que en porteño se calificaría digna de una “piola con plata”. 

Cristina, en cambio, eligió Recoleta. Pero no modificó su fonética. Habla como el sector social de donde proviene y así produce un doble efecto: buena oratoria y proximidad con quienes la siguen. Todo la diferencia de Macri, que tampoco pudo modificar su fonética de clase alta con la que trasmite un discurso insípido desde el punto de vista oratorio. Un ex alumno del Newman me avisa: “No te creas que era un buen colegio; esos monjes irlandeses eran bastante toscos”. Macri lo prueba.

Triunvirato entre pampa y la vía

En Recoleta, Cristina siempre será una invitada. Pero los invitados saben tomarse venganza. El martes pasado, un juez de la ciudad le advirtió a Rodríguez Larreta que debía retirar la Policía de la Ciudad con la que se trenzaron los manifestantes kirchneristas frente a la casa de CFK en Uruguay y Juncal, porque la seguridad de la vicepresidenta debe estar a cargo de fuerzas federales. Cristina recurrió a la Constitución y a la policía porteña como una “policía política”. 

Recemos para que no se abran enfrentamientos como los del siglo XIX, antes de la capitalización de Buenos Aires. El kirchnerismo es capaz de cualquier milagro. Avanza sobre los símbolos políticos con la desenvoltura de una mujer convencida de su grandeza. Esta semana, por ejemplo, se colgó una gigantesca imagen de nuestra líder en el edificio de Obras Públicas, justo donde está el perfil de Eva Perón, que ya comentamos. 

Vamos por todo y quien dude de la esencia verdaderamente peronista de nuestra líder solo tiene que recordar que el justicialismo siempre fue muy creativo para proponer imágenes. Recuerden, por favor, el aterrizaje de Menem, todo vestido de blanco, en un estadio repleto de entusiastas seguidores. 

Se discute a Cristina entre peronistas tradicionales, no peronistas empedernidos y los viejos nostálgicos de un pasado que han olvidado, o pasan por alto que el “movimiento nacional” buscó siempre la teatralidad de la política. Cristina puede convertirse en latinoamericanista, porque eso no es tan difícil. Pero no ha dejado de ser culturalmente peronista, desde que adoptó esa opción como instrumento para llegar y mantenerse en el puesto de mando.