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Pobre política

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Hay responsabilidad de Telefe en las acusaciones del ‘Alfa’ de Gran Hermano. No es un atenuante que no se haya seleccionado para su transmisión en Telefe la parte donde ‘Alfa’ se refiere a Alberto Fernández y que haya salido solo en la transmisión de las 24 horas en vivo de su plataforma streaming Pluto. Si no fuera un participante de Gran Hermano sus dichos no hubieran sido replicados por la mayoría de los medios de comunicación, que cubren las informaciones sobre farándula ni se habría multiplicado en las redes sociales antes de que la vocera Gabriela Cerruti hubiera reparado en responderle.

Tampoco puede argumentarse inocencia por tratarse de un contenido –el del streaming– de 24 horas en vivo, sin posibilidad de ser editado ni de evitar que los participantes digan lo que se les ocurra. Es evidente que el casting de Gran Hermano buscó incluir la polémica política y la tan redituable grieta que atraviesa los medios con tanto rating al no solo seleccionar a ‘Alfa’ sino a una ex diputada kirchnerista, además de agregar un panel de analistas, entre los que se encuentra un reconocido periodista político como Ceferino Reato. Lograron lo que buscaban.

Pero no es Telefe, Gran Hermano o ‘Alfa’ el sujeto sobre el cual reflexionar sino sobre las condiciones de posibilidad que generan que Telefe, Gran Hermano y ‘Alfa’ actúen de la manera que lo hicieron. Hace veinte años cuando Gran Hermano se emitía por primera vez la agenda controversial con la que conseguían captar la atención de la audiencia era la relación sexual entre los participantes. Que una forma de aproximación a la política genere hoy esa pulsión atávica equivalente en intensidad al sexo, dice algo sobre la parte de la sociedad donde anida esa emocionalidad.

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No hacía falta que ese síntoma se evidenciara también en Gran Hermano, ya una parte no menor de los programas de los canales de noticias fueron progresivamente agregando dosis de pasión. Fenómeno creciente que comenzó contemporáneamente con el colapso social del 2001 en la radio fundada por Daniel Hadad –Radio 10– donde Baby Echecopar y Eduardo Feinmann alcanzaron el estrellato que mantienen desde entonces. Pero como todo fenómeno se retroalimenta, derivando en este tipo de personaje de Gran Hermano que se autoincrimina en un delito porque en su confusión dijo que Alberto Fernández le pagó coimas a él, y no como sería habitual el ciudadano común al político.

La revista Noticias publica una serie de fotos de ‘Alfa’ con Menem, Macri, Reutemann, y hasta Rattazzi que sube a sus redes sociales donde confiesa ser un acérrimo antikirchnerista, algo que quienes hicieron el casting de Gran Hermano obviamente no ignoraban.

En el programa de la mañana de Radio Perfil mencioné los puntos de contacto entre ‘Alfa’ y los integrantes de Revolución Federal recientemente detenidos, entre ellos Jonathan Morel y Sabrina Basile, compartiendo lo que podría calificarse como delirios de grandeza, narcisismo, trastorno histriónico de la personalidad y en el caso específico de los copitos y Revolución Federal lo que Jaques Lacan en el caso Aimée elaboró como relación patológica entre el narcisismo y la paranoia.

Y en esta columna deseo profundizar sobre otro aspecto: la elección de la política como tema donde canalizar esas pasiones que en otros humores de época elegirían otros tópicos donde mimetizarse. Así como ‘Alfa’, los copitos y Revolución Federal tienen como objeto de deseo al kirchnerismo y sus significantes: Cristina Kirchner y Alberto Fernández, ‘Alfa’ arremetió con lo que Javier Milei popularizó como la casta: “Cafiero, los hijos de Cafiero, los nietos de Cafiero, los Rodríguez Saá, se han enquistado en el poder, han hecho fortunas con la política, la gente está un poco cansada de eso” sentenció.

La narrativa antipolítica no la creó Javier Milei, quien muy efectivamente registrando la relación política-dinero, sorteaba su sueldo como diputado. Surge del malestar en crisis que tuvo su epicentro en el colapso de 2001/2002 (“que se vayan todos”), y reemerge en la desazón 2018-2022 con devaluaciones, pandemia y muy alta inflación. Pero la existencia de actores espectaculares que encarnen y expresen ese malestar potencian al paroxismo lo que está latente.

La célebre politóloga alemana y especialista mundial en opinión pública, Elisabeth Noelle-Neumann, fundadora del Institut Demoskopie Allensbach y apodada “la dama de las encuestas” por ser asesora de Konrad Adenauer, Helmut Kohl y Angela Merkel, escribió en canónico tratado titulado: La espiral del silencio. Opinión pública: nuestra piel social conocido como la “espiral del silencio” donde con la evidencia de miles de focus group demostró el efecto que tienen los agitadores en las opiniones de los demás, haciéndolos reprimir sus propias ideas y hasta cambiarlas cuando creen que no son las mayoritarías que expresa el agitador. Refiriéndose a “ambientes ideológicos” y a “modas de opinión” Noelle-Neumann explica que “la adhesión a las grandes corrientes de opinión son un acto reflejo del sentimiento protector que confiere la mayoría y el rechazo al aislamiento, al silencio y a la exclusión.”

En un focus group el agente agitador era una persona que colocaba Noelle-Neumann en sus experimentos sociales para medir los cambios de opinión. En la sociedad en su conjunto ese papel precisa ser cumplido, además de personas, por medios de comunicación que al incluir determinados discursos y personajes en su agenda (agenda setting y framing) habilitan aquello que pasa a ser políticamente correcto y contribuye a la percepción social de un cierto tipo de clima de opinión que luce como mayoritario, y “corresponde” tener para ser aceptado por los otros (la mayoría de los otros). 

El protagonista de Gran Hermano, quizás sin ser consciente, sea ‘Omega’ más que ‘Alfa’, no el primero sino el último célebre seguidor de una corriente de moda que lo masifica. Freud en Psicología de las masas y análisis del yo sostenía que el ser humano en masa entrega su libre albedrio a la masa donde sus integrantes se contagian del comportamiento ajeno. 

Coincido en no tomar en broma esas manifestaciones que nada tienen que ver con la libertad de expresión que siempre debe ser responsable.