Suele olvidarse: Marcos Peña fue declarado sucesor de Macri por el propio Macri. Lo ubicó oligárquicamente delante de María Eugenia Vidal y ni consideró la aspiración recurrente de Horacio Rodríguez Larreta. Menos una interna. Una declaración atrevida, innecesaria, hija de la fatuidad. Era cuando el Presidente gozaba de una supremacía eterna –según las encuestas–, se le garantizaba la reelección en el 2019 ante cualquier escenario y el dedazo futuro para designar a su heredero en las décadas siguientes. Como Onganía (“nos vamos a quedar diez años”), Alfonsín (encabezando el movimiento que incluía a todos), Menem (con reelecciones sine die) o los Kirchner en su dinastía constitucional. Ese destino manifiesto se decoloró gradualmente en el Gobierno, ayer mismo abundaban versiones sobre la renuncia del jefe de Gabinete: le cargan responsabilidades inciertas, se ha vuelto el pararrayos de todas las descargas eléctricas. Hasta despierta una piadosa contemplación ese rol de candorosa víctima.
Tal vez sea exagerado el rumoreo sobre la pérdida del cargo, pero la certeza colectiva indica que Peña no es el sucesor que imaginó el mandatario: nadie lo sospecha arrastrando multitudes. Si es que alguna vez se vislumbró esa posibilidad. Por el contrario, se devaluó como el peso en su propio ejercicio.
Para ser justos, sin embargo, lo de Peña no es una accidente personal: en la fotografía actual, ya ni Macri dispone de su propia suerte, cada noche se acuesta malhumorado en Olivos, con la cabeza revuelta por contingencias que no figuraban en su contrato de trabajo. Al menos, él nunca quiso leer esa letra chica del convenio.
Efectos. Si la pegadiza cercanía al Presidente le otorgaba a Peña beneficios y envidias, ahora ese privilegio se volvió tóxico. Sigue el litigio con el dúo Vidal-Rodríguez Larreta, con los nuevos monjes de la economía (léase Dujovne y Toto Caputo), ni hablar de la confrontación con Frigerio y Monzó o las diferencias con el hermano del alma de Macri, Nicky Caputo. El fluido de los que apartó de la gestión también lo horada: Prat-Gay, Melconian, Aranguren, lo mantienen en sus oraciones. Siguen los nombres, en el caso de que se divulgara una solicitada para defenestrar a quien se considera máximo culpable por los desaciertos de Macri. Desde la negativa para bloquear un acuerdo con la oposición a la pertinaz hostilidad al peronismo, in totum, sin distinguir entre cristinistas o simpatizantes menos extremos, con la sospecha inclusive de que éstos serían más peligrosos.
O por influir con su aparato sobre medios y periodistas. O impulsar el debate sobre la legalización del aborto que le generó al Gobierno un brutal e inédito daño: lo castigan si sale a favor, lo castigan si sale en contra. Bingo. Aunque la atribución más dolosa al jefe de Gabinete proviene de la economía, del famoso 28D del año pasado, en que bajo su tutela se enterró la fingida autonomía del Banco Central sin saber lo que ocurría en ese trimestre –ligera mejora del PBI, positiva reacción en sectores diversos– y sin calcular el descenso a los infiernos al que se lanzó al país. Nunca desmintió Peña su autoría intelectual, ésa que multiplicó al doble la tasa de interés, hizo trepar el dólar en 50%, igual que a la inflación, desmoronando la actividad económica y disparando el riesgo-país. Menudo aporte.
Entró Peña a la caverna de los funcionarios maldecidos, lejos de la banda y el bastón que sugirió Macri, aunque el jefe de Gabinete podría invocar: solo traduzco el pensamiento del Presidente, su ambigüedad e hibridez, soy la mimesis. Para agregar, en el formato publicitario de sus mensajes, que la economía está bien y, como buen pastor, anuncia la llegada del triunfo electoral el año próximo. Igual que otros políticos, cree sin haber visto.
Al revés de su caída en la escala, sus rivales parecen subir con el silencio: la hermandad de secta cierra la boca de Cristina, Lavagna padre, De la Sota y Massa. Ni una palabra, como si guardaran una estocada. Tampoco habla mucho Urtubey, Uñac se reduce a anticipar comicios en su provincia y ver el resultado en marzo, y solo Pichetto se presenta como el cantor de las cosas nuestras del peronismo. Reúne el atractivo de unificar desde el Senado, sin mandato escrito, al peronismo del interior, a gobernadores que en su mayoría navegan entre sus necesidades presupuestarias, cotidianas, y una futura reivindicación nacional, partidaria, que difícilmente sea distinta a la actual.
En ese juego, Pichetto participa como embajador clave, suma el propósito de organizar el PJ intervenido por Luis Barrionuevo como un centro de convocatoria. Dilema jurídico: queda o no el dirigente gastronómico al frente –lo podrían apartar por estar en el expediente–, la Cámara Electoral de dos siempre amaga una resolución con sospechosa demora. Interesante la discusión entre los dirigentes: Barrionuevo sostiene que el PJ, con él, le concede un rol al sindicalismo que hasta ahora nunca tuvo con la viuda de Kirchner. Menos con Néstor. “O solo estamos para huelga, para poner el cuerpo”, arguye. Su argumento no convence a los dos jueces que se expedirían en su contra.
CFK y los opositores mudos. La ex mandataria, recostada en la vieja administración y fogoneando a los políticamente correctos del peronismo, se mueve silenciosa en la campaña: aspira a ser Lula, pero sin detenerse en el calabozo (tema controversial, ya que algunos magistrados suponen que bailará más de un minué en Comodoro Py antes de fin de año). No contempla pasar por internas, destino de Cleopatra. Igual que Lavagna, quien comienza a reclutar la mirada o visita empresaria por la inestabilidad económica, aunque del Gobierno no lo consultan ni por error. Más flexible en la democracia interna se revela Massa, hoy consagrado a visitar gobernadores, intendentes y caudillos menores. Sin hablar en público, poco en privado. Su catarsis o acting se repite: llega en hora –al revés de lo que fueran sus costumbres–, pide disculpas por cierta arrogancia del pasado, se golpea el pecho en el arrepentimiento, pide ayuda. Aunque no le crean, capitaliza el dato de que Macri lo considera su oponente más odiado (al menos, en lo personal), hasta por curiosidad lo atienden para saber la razón que explique tamaña inquina. Le reconocen, además, un bastión legislativo en la Provincia que supo conservar a pesar de la travesía por el desierto de estos últimos dos años y medio. Vale esa cuota de poder: puede ayudar o perjudicar a la gobernadora, transacción clave para los intendentes (dispuestos al objetivo de realizar comicios separados del día de la reele-cción de Vidal). Está Massa en el fondo, pero empezó a ver las estrellas, diría Oscar Wilde. No es el único.