En 1967 el cineasta, filósofo, y sociólogo Guy Debord escribía, La sociedad del espectáculo, un texto donde planteaba un cambio fundamental en la humanidad inscripto en la comunicación de masas. Allí el autor planteaba que “el espectáculo no es un conjunto de imágenes, sino una relación social entre personas mediatizada por imágenes”. Todavía no se había inventado el término posverdad, cuando el escritor percibía que “en el mundo realmente invertido, lo verdadero es un momento de lo falso”.
La figura de Debord actualmente es recuperada por el filósofo Giorgio Agamben en Medios sin fin. Notas sobre la política, libro que le dedica y donde el italiano incorpora una categoría trabajada por Walter Benjamin, que según su mirada impregna al mundo social: el valor de exhibición. Las cosas valen, ni por lo objetivo, ni por lo subjetivo, sino por su capacidad de ser exhibidas.
Debord no podía ni imaginar que en 2022 las noticias, el mundo y la realidad en general, se transmitirían a través de una pantalla pequeña: el smartphone (objeto que, como se puede imaginar, Agamben detesta).
La política progresivamente se iría adaptando para conversar con la sociedad usando el lenguaje del espectáculo.
Primero las campañas electorales en Estados Unidos a partir de los años 60 se prestaron a lo que se llamaría “la profesionalización de la política”.
Algunos autores plantean que la elección presidencial entre John F. Kennedy y Richard Nixon en 1960 fue el primer episodio de una lógica que se reproduciría en todo el planeta. Los spots de campaña pasarían a ser preparados con la misma lógica que las películas, con argumento, musicalización, actuaciones meditadas, colores ajustados, etc.
También los actos políticos sumarían el merchandising, la espectacularidad, y la reproducción masiva, mientras que los estudios de opinión pública sumaban inputs para los eslóganes y los discursos políticos. Todo a lo que un poco nos hemos acostumbrado.
No comments. Sin embargo, la espectacularización de la política parece superar a la capacidad de control de sus protagonistas. Sin ir muy lejos, esta semana ocurrieron dos hechos desiguales que pueden inscribirse en esta lógica.
Por una parte, la directora del PAMI Luana Volnovich, es “descubierta” en un viaje con Martín Rodríguez, subdirector Ejecutivo de la obra social de los jubilados en un bar del Caribe Mexicano. Coincidió con “alguien” en ese espacio físico y que obviamente conocía a la no tan conocida Volnovich y con un simple celular la filmó en el lugar y difundió el video hasta que la noticia “estalló”.
Hay un mito de gobierno donde los políticos son semejantes a los votantes
La lectura de la secuencia no es menor, porque este tipo de tareas o capacidades solo era adjudicada a los espías con alta tecnología a disposición al estilo James Bond, pero ahora sería accesible para cualquier turista con igual capacidad económica que la funcionaria.
Por supuesto, tras las imágenes ampliamente difundidas se comenzó a debatir si es ético o no que los funcionarios veraneen afuera del país.
Las críticas dividieron al propio espacio del Frente de Todos y generaron un nuevo problema, inesperado para la incierta imagen presidencial.
No pocos vieron una mano conspirativa frente a la conducción de uno de los organismos estatales de mayor presupuesto de Argentina. Luego la vocera del gobierno nacional respondió con un “sin comentarios” a la pregunta de una periodista sobre si le iban a pedir la renuncia a Volnovich. La misma escena que hemos visto cientos de veces en las películas.
Aromas de la pospolítica. El otro evento que impactó en la semana fue preparado con mayor cuidado y tuvo como protagonista al hipermediatizado diputado Javier Milei. Entendiendo que su incorporación a la Cámara de Diputados podía hacerle perder protagonismo no tuvo mejor idea que organizar un sorteo con su primer sueldo como congresista (palabra no muy empleada por aquí).
Para eso su equipo preparó una medianamente sofisticada página de internet donde la gente se podía inscribir dejando unos cuantos datos personales, para realizar el sorteo desde Mar del Plata.
También se comenzó a discutir si era ético, legal o simplemente correcto sortear una dieta, un sueldo otorgado por el Estado, pero lo cierto es que se anotaron más de un millón de personas ya sea por necesidad o por curiosidad.
Así como también es verdad que hizo famoso con vocación warholniana (por aquello de los cinco minutos de fama) al feliz ganador del premio. Pero, Milei no pudo evitar que este muchacho con suerte fuera kirchnerista (“Amo a Cristina” dijo). Es difícil encontrar lo político de ese evento en uno de los espacios más ideologizados del espectro político nacional.
Lo curioso (y gracioso) fueron los análisis sobre las cuentas que el ganador tendría que pagar al fisco por su trofeo.
Todo mezclau. Así es un poco la política en estos días, conspiraciones, casualidades o malos entendidos se producen todo el tiempo, en un marco donde los papers académicos claman por la calidad de la democracia o se lamentan (desde hace tiempo) por la crisis de representación, este mito de gobierno donde los políticos son semejantes a los votantes.
Pero no puede dejar de notarse que se le reclaman soluciones a la política, al mismo tiempo que se descree de los políticos, en la era de los influencers, inspiradores, bitcoiners y expertos en esquemas Ponzi.
*Sociólogo (@cfdeangelis)