La política exterior del Brasil nunca ha sido de importancia secundaria en la vida pública del país. No tuvo jamás un sentido meramente ornamental, sino que ha tenido, en general, un carácter funcional y utilitario. Después de ocho años de relativa intrascendencia, la política exterior brasileña busca recuperar su protagonismo con Jair Bolsonaro. Para ello incorpora un elemento crucial de la doctrina del fundador de la diplomacia brasileña, el barón de Río Branco: el alineamiento con los EE.UU., aunque agregando elementos ideológicos que pueden ser contraproducentes para el Brasil.
Asumiendo como canciller en 1902, José Paranhos, el barón de Río Branco, estableció las bases de la política externa del Brasil, que se mantuvieron prácticamente hasta los años 60. Preocupado por las tendencias imperialistas con respecto a la Amazonia, formuló e implementó una estrategia de estrecha alianza informal con los EE.UU. Este país absorbía el 50% de las exportaciones brasileñas, adquiriendo caucho, cacao y café. A su vez, esta potencia industrial había adquirido gran prestigio internacional al triunfar en la guerra con España en 1898. El barón aspiraba a que el Brasil ejerciera un rol estabilizador y hegemónico en América del Sur, similar al que ejercían los EE.UU. en el Norte. La diferencia es que lo haría en forma pacífica, es decir, sin intervenciones militares. Para ello, era importante mantener una profunda amistad con los EE.UU.
La doctrina de alineamiento con los EE.UU. de Río Branco adquirió casi un estatus de dogma, de carácter intocable, válida para todos los tiempos y situaciones. Una interpretación de esta idea sería la de Osvaldo Aranha, canciller de Getulio Vargas durante los años 1938-1944. El afirmaba que esa doctrina consistía en el constante apoyo del Brasil a los EE.UU. en las cuestiones mundiales, que en contrapartida, resultaría en el respaldo de los EE.UU. al desarrollo de la economía y de los intereses brasileños en América del Sur. Así, el Brasil actuó como un crucial aliado de los EE.UU., movilizando y coordinando el apoyo latinoamericano a Washington durante la Segunda Guerra Mundial, declarando la guerra a las potencias del Eje, y siendo el único país latinoamericano que participó en este conflicto, enviando a Italia una “fuerza expedicionaria”. A su vez, cedió las bases en el país, para apoyar las invasiones de Africa del Norte y el Mediterráneo. En contrapartida, los EE.UU. financiarían la construcción de la usina de acero de Volta Redonda, la primera del país y base de su industria pesada. También colaborarían para mantener estable el precio del café durante la guerra, aspecto crítico entonces para la economía del Brasil.
Pero el Brasil que hoy encuentra Bolsonaro es más bien el producto de la política exterior implementada por otros eximios diplomáticos brasileños: Alfonso Arinhos y San Tiago Dantas –creadores de la “política exterior independiente” (1961-1964)–, y Antonio Azeredo da Silveira –autor del “pragmatismo responsable” (1974-1979)–. La “política exterior independiente”, estaría por definición, opuesta al “alineamiento automático” con los EE.UU., y procuraría diversificar las relaciones diplomáticas con la intención de ampliar los espacios de autonomía. Para ello, se trabajó en aproximarse a los países africanos y asiáticos, en pleno proceso de descolonización, y se restablecieron las relaciones diplomáticas con la Unión Soviética.
Por su parte, Azeredo da Silveira, implementaría también una política externa más universal y la no limitación a “asociaciones estratégicas selectivas”, como había sido el caso de la relación con los EE.UU. Así, no se temía confrontar con este país cuando los intereses nacionales del Brasil estuvieran en juego. En consecuencia, se adoptó una posición más balanceada frente al conflicto Este-Oeste, y se buscó un mayor acercamiento a Asia, Africa y América Latina. Así, se profundizó el vínculo con Japón y se reconoció a la República Popular China en 1974. Asimismo, se reconoció a la Organización de Liberación de Palestina (OLP), y se adoptó una posición más equilibrada con respecto a Israel y Palestina.
El enfoque adoptado por Azeredo da Silveira, quien afirmaba que “la Cancillería debe poner a su país delante de su tiempo”, consolidaría una política externa de tipo autonomista. Con el aval del empresariado, y el apoyo de los militares de la época, impactaría profundamente, con el tiempo, la estructura del comercio internacional del Brasil. Así, sus relaciones económicas y políticas pasarían a depender sustancialmente menos de los EE.UU., y se convertirían en un diversificado y equilibrado entramado de conecciones con todas las geografías e ideologías del globo.
Si en la nueva interpretación del alineamiento con los EE.UU. se notan claros elementos ideológicos, hay que analizar si esto es compatible con el interés del Brasil actual. Por un lado, su posición frente a Venezuela, es compartida con los EE.UU. y casi toda América del Sur, defendiendo valores democráticos. A su vez, su postura antiinmigratoria, no puede disociarse de la amenaza real de ciudadanos venezolanos cruzando sus fronteras. Pero en lo global, un alineamiento con Trump al mover la Embajada en Israel a Jerusalén, le puede causar problemas con sus socios comerciales de Medio Oriente. También su agresiva postura contra China, –su principal socio comercial, con un superávit de 20 mil millones de dólares–, puede ser contraproducente, ya que parece difícil que los EE.UU. jueguen el rol que China juega en Brasil. A su vez, al oponerse al acuerdo clímático global, Brasil arriesga perder el liderazgo ejercido desde la Conferencia de la ONU sobre el Medio Ambiente en Río de Janeiro en 1992, con el que evitó cualquier proyecto de internacionalización de la Amazonia, bajo el argumento de que Brasil deforestaba el principal pulmón global. Así, el compatibilizar lo ideológico con los intereses del Brasil, será el gran desafío para Itamaraty.
*Autor de Política exterior al fin del mundo: Argentina, Brasil y Chile en el tiempo democrático (1983-2010).