Con este título, Prosa de vacaciones, Pessoa se toma unos días de Lisboa, la ciudad que vira a cada hora sus colores, afectando los humores, que cambia a las personas de ventana para que la vista se las ingenie con variaciones.
Al poeta le cuesta salir de su madriguera urbana, donde es “grande y diversa la mañana para tantas y diversas realidades”. Esta paleta humana que Pessoa encuentra en las ciudades le permite sentirse a gusto, aunque no se sienta bien. “Una aurora en el campo me sienta bien; una aurora en la ciudad me sienta bien y mal, y por eso me sienta más que bien”.
Como para él la prosa es la manera en que se vive, dándole forma a lo que nos rodea –sobre todo a lo que internamente modulamos para comprender aquello que nos rodea–, las verdaderas vacaciones son las de la prosa misma; dejar de ponerle letra a cada uno de nuestros días, de ser autores de nuestra vida.
Así lo escribe: “La playa pequeña, excluida del mundo por dos promontorios en miniatura, era, en aquellas vacaciones de tres días, mi retiro de mí mismo. Se bajaba a la playa por una escalera tosca, que empezaba por la parte de arriba como escalera de madera, y a la mitad se convertía en una serie de escalones recortados en la roca con un pasamanos de hierro oxidado. Cada vez que bajaba la vieja escalera, y sobre todo desde los escalones de piedra, salía de mi propia existencia, encontrándome”.
Además de quedarse en la ciudad, siempre está el recurso (que ojalá estas páginas propicien) de viajar leyendo.
Y en compañía: “Leer es soñar de la mano del otro”.
