La doble condición de periodista y empresario me llevó dos veces a Olivos: hace algunas semanas, para el reportaje a Macri por sus primeros cien días, y el lunes pasado, cuando convocó a un grupo de empresarios en el contexto de la salida oficial del default.
Hace poco menos de un mes su popularidad aún no había bajado, porque los últimos aumentos de tarifas que potenciaron la caída del consumo no se habían anunciado, Cristina Kirchner seguía confinada en Santa Cruz y los Panamá Papers no se conocían. El humor social era otro y la economía es siempre la causa irreductible de todo lo demás, porque cuando hay bienestar hasta la corrupción se hace tolerable para la mayoría.
Viendo el lunes pasado al Presidente hablar ante los empresarios, escoltado por todos sus ministros, percibí en sus ojos emocionalidad. En parte la atribuí a que estaba hablándoles a quienes fueron sus pares en el pasado, quienes además lo habían subestimado tanto como el kirchnerismo y a los que aún hoy –por haberlo conocido como uno más entre ellos– les sigue costando ver a Macri como presidente. A ellos parecía decirles con los ojos: “Ustedes, que no creyeron en mí, miren todo lo que yo hice: eliminé el cepo, liberé el mercado de cambios, resolví el atraso tarifario y saqué al país del default; ahora la responsabilidad de que la economía crezca es de ustedes”. Parte de esa emoción estaba cargada de orgullo. Pero también esos ojos húmedos transmitían preocupación, como si pensara “¿Van a invertir estos tipos? Y si invirtieran, ¿alcanzarán las inversiones para que la reactivación de la economía genere bienestar en la población?”.
En las antípodas de los sermones de los kirchneristas que reprendían, Macri tuvo el tono de entrenador deportivo que buscaba entusiasmar a sus conducidos. En un país donde los nombres de los programas de televisión exitosos “de política” son Animales sueltos o Intratables, el evento que Macri conducía sería adecuado para un programa que se llamase Tratables. Probablemente llevará un tiempo que los empresarios de más edad dejen de referirse al Gobierno como “estos pibes”, con un tono de superioridad que indica que no van a invertir en serio hasta que una verdadera competencia los obligue.
La clase media le cree a Macri más que la clase alta. Y hay un cambio en la subjetividad de Macri, quien está más preocupado por que le crea la clase baja. Cuentan quienes participaron en su campaña electoral que las visitas a diferentes casas al azar le hicieron ver la vida de otra manera. Dos casos paradigmáticos fueron, primero, el de una jubilada a quien unos ladrones del barrio le habían robado el televisor, y Macri fue a interpelarlos hasta que terminó dándoles trabajo para que dejaran el delito. Y otro, en la provincia de Santa Fe, donde el dueño de casa robaba autos, tenía un minidesarmadero en el fondo y Macri pudo comprender cómo una combinación de factores, entre ellas su origen humilde, fue la causa de que su vida se orientara al robo.
Se le habría ido haciendo visible la estructura de la problemática social, y hoy Macri se angustia por el daño que causa a los sectores de menores ingresos y le preocupa que su plan económico de cambiar demanda agregada en consumo por inversión llegue a mejorarle la vida a la mayoría. “¿Y si no funciona?”, “¿o si funcionara pero comenzara a generar beneficios para la mayoría recién dentro de un año?”. Esas preguntas emergerían del inconsciente de Macri frente a un hipotético psicoanalista presidencial. Otra señal de emocionalidad a flor de piel es que sigue haciendo reuniones en la casa del padre.
En el discurso a los empresarios puso casi más énfasis en pedirles que no despidieran gente que en reclamar inversiones, apelando a que estamos en el peor momento pero en algunos meses vendrá la reactivación. Estos meses serán eternos, no sólo para él.