COLUMNISTAS
Opinión

¿Qué hacemos con Menem?

Menem Temes
Javier Milei reivindicó la figura de Carlos Menem esta semana. | Pablo Temes

Carlos Menem sigue vivo. Al menos, el legado del hombre que transformó a la Argentina, para bien y para mal, no murió. La herencia política de Menem es la que más influencia viene ejerciendo en la coyuntura argentina desde el regreso de la democracia. No es Raúl Alfonsín el líder más rememorado, a pesar de que sentó las bases del sistema republicano y puso fin a la perniciosa repetición de golpes de Estado. Ya sea para alabarlo o para denostarlo, es Menem el significante perfecto de todo lo bueno y todo lo malo.

Es Menem, por lo tanto, el que encarna un curioso espejo que refleja y, a la vez, distorsiona la imagen que cada nuevo presidente quiere proyectar para sí mismo y para su propio destino en la Argentina. Y es, sin ninguna duda, Javier Milei el ejemplo más acabado de semejante fenómeno de recurrente menemización de la política local.

La aparición de Menem fue sorpresiva. Un personaje ultracarismático pero caricaturesco. Un hombre sin temor al bochorno pero provisto de una convicción personal a prueba de cualquier desafío. Un candidato por el que nadie apostaba que pudiera triunfar en una elección nacional pero que pateó el tablero con un inesperado batacazo. El presidente impensado, que asumió en medio de un mar de dudas sobre la deriva de su gobierno, pero que inició su mandato imponiendo un ritmo vertiginoso hasta dejar atónitos a propios y extraños.

Esto no les gusta a los autoritarios
El ejercicio del periodismo profesional y crítico es un pilar fundamental de la democracia. Por eso molesta a quienes creen ser los dueños de la verdad.
Hoy más que nunca Suscribite

Son muchas, hay que decirlo, las similitudes entre aquella aparición rutilante de Menem en los noventa y la que ahora está protagonizando Milei. Porque Menem y Milei no solo están unidos por su adicción a las patillas.

¿Qué hacemos con Menem? es un gran trabajo publicado hace ya algunos años, que fue compilado por el analista político Martín Rodríguez y el politólogo Pablo Touzon, para reflexionar sobre la complejidad que presenta este paradigma que ya lleva tres décadas, pero que sigue presentando un interrogante poderoso y repetido. Es que la empresa de dilucidar a Menem, es decir, entender qué fue y qué hizo el menemismo en la Argentina, constituye un debate que aún no ha sido saldado.

Porque el lugar que debe ocupar Menem en la historia representa también una polémica, hay que decirlo, que mantiene una constante atención, ya sea por suscitar similares dosis de amor y de espanto. Es, precisamente, por esa misma razón que la estela de Menem permanece siempre presente en la opinión pública a pesar del paso del tiempo.

“Sarmiento no escribió sobre Rosas, escribió sobre Quiroga. La elección del objeto no es adhesión al objeto. El riesgo de romantizar a Menem es el exacto complemento de romantizar los noventa como años de resistencia, de dirección única, de engaño y simulación exclusivamente”, advierten Rodríguez y Touzon en la introducción de este muy interesante ensayo, que reúne una serie de artículos muy diversos, en algunos casos contrapuestos, pero unidos bajo una aguda mirada que pretende esclarecer las causas y las consecuencias del menemato.

El texto es también un llamado a reparar en las lecciones históricas que dejó esta etapa tan importante y, en cierto punto, fundacional de la argentina reciente. La respuesta a la pregunta que dispara el título del libro, no obstante, no es lineal, sino compleja, y a la vez, unívoca: Menem fue muchas cosas a la vez.

¿Qué hacemos con Menem? es también la incógnita que ahora vuelve a reiterarse en la política argentina luego de que esta semana Milei le rindiera un emotivo homenaje al ex presidente justicialista. “Les duela o no, Menem ha sido el mejor de la historia. Y hoy vengo con el honor y el orgullo de estar reestrenando este busto”, dijo Milei el martes pasado cuando reinauguró la estatua de Menem en la Casa Rosada, a 35 años del primer triunfo del riojano en una campaña presidencial. ”Estamos haciendo un acto de justicia, trayendo su imagen a la casa en la que gobernó la Argentina por más de diez años. De esta manera, estamos reconociendo su liderazgo, su trayectoria política y sus gobiernos”, completó Milei.

Milei sostuvo que Menem fue el mejor presidente de los últimos años.

Milei gusta compararse con Menem en una selección antojadiza de antecedentes. Para el libertario, Menem recibió una catástrofe económica, pero implementó una magistral apertura comercial que reinstaló a Argentina en el mundo y entregó a sus sucesores un país ordenado, estable y con un PBI per cápita que alcanzó el récord en décadas. El líder de La Libertad Avanza sostiene, además, que el presidente peronista modernizó las instituciones, a través de la reforma constitucional más consensuada de la historia, y lideró al país con audacia, intuición y pragmatismo.

Es un legado, está claro, que Milei aspira a recuperar y en el que busca proyectarse. “Menem nos inspiró a quienes creemos en la libertad para seguir su ejemplo. Por eso hoy estamos haciendo este homenaje al mejor presidente de los últimos cuarenta años”, sostuvo Milei.

Es que Milei se expresa a través de Menem. Si Menem fue el presidente que asumió tras la caída del Muro de Berlín y en el contexto del choque de civilizaciones que patentó Samuel Huntington, Milei se autopercibe como el que dirigente que llega tras el fracaso de los gobiernos progresistas (o comunistas como él los denomina) y en el marco de la batalla cultural que impulsan, entre otros, Agustín Laje.

Si Menem fue el mandatario que heredó una hiperinflación y pudo domar la crisis, Milei se presenta entonces como el que evitó otra híper y el que está ahora controlando la brutal escalada de los precios. Milei se autopostula de esa forma como el heredero político de las hazañas de Menem y, en cierto sentido, su continuador.

Milei se presenta como el heredero político y el continuador de Menem.

Pero lo que no dice Milei es que Menem fue también el presidente del desempleo monumental, que trepó a más de veinte puntos, algo nunca antes visto en la Argentina. Ni rememora el libertario que el menemismo generó un festival de importaciones que terminó arrasando con las pequeñas y medianas empresas y erosionó a la industria nacional. Los noventa fueron, sin ningún tipo de dudas, los años en los que terminó de fracturarse el sistema de protección a la producción nacional para garantizar el pleno empleo, un modelo de estado benefactor, propio del trabajo dignifica como mantra peronista. Menem, junto a Domingo Cavallo, completaron así la tarea que habían iniciado Rafael Vidella junto a Martínez de Hoz durante la dictadura.

Milei tampoco recuerda que los noventa fueron años de ultrajo para el sistema jubilatorio. Los jubilados vieron retroceder su poder de compra de una forma bestial y terminaron en el umbral más bajo de la historia. Y no hace mención Milei a que sostener un dólar artificialmente reprimido durante una década, para permitir que la clase media pudiera vacacionar en Miami y renovar sus electrodomésticos, hizo que Argentina iniciara un feroz proceso de endeudamiento externo que desencadenó en la debacle política y social de 2001.

Desempleo, saqueo jubilatorio, atraso cambiario, endeudamiento y desindustrialización. Son muchas las luces de alarma que se encienden por resabio menemista y que hoy amenazan con regresar de una forma aún más virulenta. Es la historia que se repite, diría Marx (perdón Milei). Pero, en este caso, una historia que vuelve más como tragedia que como farsa. De todo eso, no obstante, Milei no dijo nada esta semana.

“La historia se narra en primera persona, ¡yo y Platero!, por izquierda y por derecha, pero más allá de esas imágenes se trata del intento de explicar que el menemismo no es algo ajeno. Es algo entramado en un tiempo histórico. Es algo que nos salpica, y que en buena medida nos constituye. Revisar a Menem es revisarse”, concluyen Rodríguez y Touzon. Quizá, lo que hizo Milei esta semana fue precisamente eso: revisarse frente a Menem para salpicarse y, a la vez, constituirse.