Los argentinos no son bienvenidos en las Malvinas. Desde que estalló la guerra en 1982, los kelpers rechazan cualquier imagen celeste y blanca que recuerde a esa nación que pretende, con justa razón, reclamar la soberanía de las islas. La bandera argentina está prohibida en las Malvinas, en un claro ejemplo de autoritarismo que solo se observa en esta parte del mundo.
Hasta las dos Coreas han podido empezar a reparar sus heridas dejando atrás un legado trágico de enfrentamientos que ya lleva varias décadas, muchas más que el conflicto austral. Pero mientras se comienza a desandar la disputa coreana, la mayor herencia de la Guerra Fría,
el odio en las Malvinas se mantiene caliente.
Como reveló Perfil recientemente, la bandera argentina no pudo flamear ni siquiera en medio de la histórica acción humanitaria coordinada por la Cruz Roja Internacional con el aval de Argentina y Gran Bretaña, que le permitió a los familiares de los argentinos caídos en la guerra viajar en marzo pasado a las islas para identificar a los soldados enterrados sin nombre en el cementerio de Darwin. De los 237 combatientes argentinos que murieron en Malvinas, el Equipo Argentino de Antropología Forense ya pudo identificar a 99 soldados. Pero no puede aparecer ningún símbolo patrio en las tumbas de esos héroes que murieron por su país.
Hay, está dicho, mucho rencor en las Malvinas. Quizá, para reparar tanto rechazo, habría que poner foco en una obra de teatro interpretada por actores que ya pisaron esas islas pero en un contexto muy diferente al que ahora reflejan sobre el escenario.
¿Es posible establecer algún punto de contacto entre dos enemigos de guerra? ¿Hay reconciliación entre dos personas que pudieron haberse matado? Sí. Y la magistral obra Campo Minado, de Lola Arias, que se presenta en el Teatro San Martín, es la mejor prueba de que ninguna grieta es eterna si la razón le gana a la locura.
Campo Minado es una monumental expresión humana y artística de actores que se representan a sí mismos. Son seis ex combatientes que se suben al escenario: tres argentinos y tres británicos. Se trata, en definitiva, de un provocador y muy inteligente proyecto que reúne a veteranos de la Guerra de Malvinas para que exploren frente al público lo que les pasó en las islas en 1982, pero sobre todo, lo que les sucedió luego en sus cabezas. Es un set de filmación convertido en máquina del tiempo, los que combatieron se transportan al pasado para reconstruir sus recuerdos de la guerra y de la vida de posguerra.
Allí aparece Lou Armour, que todos los argentinos recordarán porque estuvo retratado en la famosa tapa de la revista Gente de 1982: allí se puede ver al inglés que se rindió ante los argentinos en la breve recuperación de las islas. Aquél Royal Navy, que apareció en todos los diarios del mundo cuando los argentinos lo tomaron prisionero el 2 de abril de 1982, hoy es profesor de niños con problemas de aprendizaje.
Luego se sube a escena Rubén Otero, que sobrevivió al hundimiento del buque General Belgrano milagrosamente: le tocaba hacer guardia en la cubierta del crucero en el preciso momento que iba a producirse el mortal bombardeo británico, pero un segundo antes del ataque decidió volver a su camaorote para afeitarse. Un detalle estético que le salvó la vida. Aunque muchos veteranos de Malvinas odiaron por el resto de su vida el idioma inglés, Otero luego de la guerra se especializó en esa lengua escuchando a los Beatles y con su banda tributo a los genios de Liverpool llegó a ser premiado, nada menos, que en la capital del imperio británico.
Y aparece en la obra Gabriel Sagastume, que fue el soldado argentino que nunca quiso disparar su arma en la guerra y hoy es abogado penalista. O Sukrim Rai, que nació en Hong Kong y llegó al archipiélago sur como un gurkha, los mercenarios de la guerra que se convirtieron en los más temidos para los argentinos. Sukrim es muy divertido en la obra y cuenta que a pesar de la terrible fama que los gurkhas tuvieron en Malvinvas, en la guerra prefería tomar prisioneros en lugar de matar a los argentinos.
También se lo ve a Marcelo Vallejo, que evitó el sorteo de la "colimba" pero fue voluntariamente a Malvinas y se despempeñó como apuntador de mortero. Vallejo es la mejor prueba de superación: a pesar de haber estado a punto de suicidarse tras la guerra, ahora es un gran campeón de triatlón. Finalmente, se sube al escenario David Jackson, que pasó sus días en las islas escuchando y transcribiendo códigos por radio. Quizá de tanto oír a sus colegas en medio del trauma de una guerra, decidió que lo suyo era eso, escuchar a los demás y se convirtió en un psicólogo que hoy se especializa en veteranos de guerra británicos.
Lo único que tienen en común todos ellos es que son veteranos de una guerra y vieron de cerca a la muerte. Campo Minado indaga en esas marcas que deja la guerra, la relación entre experiencia y ficción, las mil formas de representación de la memoria. La magistral obra de Arias es una gran enseñanza de vida. Porque allí está Armour recordando cuando un soldado argentino se murió en sus brazos y le dijo en inglés: “No sé para qué estoy en esta guerra”. Palabras que nunca se le borraron de la cabeza y hasta el día de hoy lo conmueven. Y también está Vallejos confesando lo sanador que le resultó este proyecto para cerrar viejas heridas.
Hay también tensión, hay que decirlo. Especialmente, cuando los argentinos recuerdan que la soberanía de las Malvinas está en disputa y que hay que retomar una negociación diplomática sobre el tema, como lo dispone la resolución 2065 de las Naciones Unidas. A lo que los británicos aclaran que la guerra iniciada por los militares argentinos en 1982 no fue, precisamente, el llamado a una mesa de diálogo.
Y está siempre presente el recuerdo del horror de la Junta Militar argentina, con torturas y violaciones a los derechos humanos que llegaron hasta Malvinas, gracias al genocida Leopoldo Galtieri. Ese dictador embriagado de poder que ordenó el ataque y usó a miles de jóvenes sin experiencia militar para dejarlos luego a la deriva, sin alimentos ni abrigo ni protección.
A lo que los británicos responden que lo suyo no fue un himno a la alegría. Ya que tras el triunfo militar de Margareth Thatcher, Gran Bretaña entró en una noche oscura, porque la victoria le permitió a la Dama de Hierro perpetuarse en el poder para desmantelar el estado benefactor laborista y maniatar a los sindicatos a través de un feroz proceso de privatizaciones neoliberales.
Campo Minado ya se presentó en Londres y en Buenos Aires con un mismo final: emoción contenida entre los espectadores que aplaudieron de pie. Quizá ya es hora de que Campo Minado llegue a Malvinas para que los kelpers también puedan aplaudir, emocionarse y dejar atrás su odio.