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Réquiem para la responsabilidad

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Massa-Milei. En la campaña se advierte la ausencia de cualquier tipo de responsabilidad. | AFP

La responsabilidad es un valor que, como todos los valores, rige cuando es vivido y no cuando se habla de él, o se lo convierte en motivo de discursos inflamados. Actuar responsablemente consiste en responder (de ahí deriva el término), ante las consecuencias de las propias acciones, actitudes y palabras (o inacciones y silencios). La responsabilidad es algo abismal, dice Viktor Frankl, padre de la logoterapia y profundo pensador existencial, además de gran médico y psicoterapeuta, en Psicoanálisis y existencialismo. En cuanto profundizamos en su esencia, agrega, nos da escalofríos. “Hay algo terrible en ella, pero al mismo tiempo, hay algo maravilloso. Es terrible saber que en cada momento soy responsable del siguiente momento, que cada decisión, la menor igual que la mayor, es una decisión para toda la eternidad”. Esto es así porque, como suele decirse, lo hecho está hecho y no hay máquina que permita retroceder en el tiempo y en las consecuencias. Además, se es siempre responsable ante otro, ante otros, porque no existe la responsabilidad en abstracto ni en solitario. Cuando se comprende esta dimensión de la responsabilidad es cuando muchos tratan de huir de ella, como advierte Frankl. Y quien lo hace pierde su verdadera libertad, aunque no lo crea, porque no se trata solo de ser “libre de”, sino que lo esencial, lo que consagra a la libertad, es ser “libre para”, según la magistral definición de Frankl. Libertad, en sus palabras, para alcanzar el sentido de una vida humana, la propia. Solo se vive una vez, recuerda Frankl, y la finitud y el carácter irreversible de la vida hacen que la responsabilidad de una persona se conecte con la huella que esa vida deja en otros y en el mundo. Vivir para alguien, vivir para algo, eso es el sentido de una existencia, decía este maestro.

Lobos al acecho

Una vez entendido el carácter y la dimensión de la responsabilidad se advierte la dolorosa ausencia de cualquier atisbo de ella en esta tóxica campaña electoral, y especialmente en dos de los candidatos: Sergio Massa y Javier Milei. Tras demostrar una colosal impericia como improvisado y oportunista ministro de Economía, el candidato oficialista soltó la rienda a su ambición presidencial lanzándose a una desbocada producción de medidas obscenamente populistas y demagógicas, desentendiéndose irresponsablemente, en el más absoluto sentido del término, de las consecuencias que estas dejarán en la economía del país y en las vidas de los ciudadanos a los que, con su inveterada capacidad para la mentira, dice beneficiar. Para Massa (y esto no es algo nuevo), el fin, su fin, justifica siempre los medios, sean estos los que fueren y dañen a quienes dañen.

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Por su parte, en otro grave, permanente e intemperante ejercicio de irresponsabilidad, el candidato de La Libertad Avanza se viste de jinete del Apocalipsis y amenaza con rayos destructores de instituciones y mecanismos esenciales para la vida democrática, con devastadoras sesiones de motosierra, con patadas y trompadas a quienes no piensen como él o no sean de su gusto. Con confusas lecturas de libros ajenos a su religión y con sesgadas y parciales citas de economistas en los que dice abrevar, malversa el corazón del auténtico liberalismo y suprime toda mirada a las consecuencias que sus propuestas desaforadas podrían provocar en otros (los que para sobrevivir deberían vender hijos o riñones, los que no tendrían acceso a la educación, los que podrían ser matados por las balas de quienes porten armas “libremente”, los que tendrían que sobrevivir, sin pesos y también sin dólares, por muy dolarizada que esté la economía). La libertad de Milei es la que se llama libertad primaria, la del bebé que aprende a caminar y se resiste al no o al obstáculo. Tan lejana de la libertad última (de la que habla Frankl), que es la de quien reconoce que no se puede todo, que los otros existen y que se es verdaderamente libre cuando se elige (ya que todo no es posible) y se asumen las consecuencias de esa elección, sin cargarla como culpa a otros.

Echada de este convite la responsabilidad de los candidatos, la sociedad debe asumir la propia. Saltar al abismo o alejarse de él.

* Escritor y periodista.