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Vuelta a clases

Rutina

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Orden. Tener una distribución del tiempo y tareas permite moldear conductas. | cedoc perfil

Cuadernos, lápices y mochilas. La escena se repite año a año, preparándonos para el ansiado regreso a clases. En pocos días, nuestros hijos reanudarán sus rutinas formativas dentro del sistema educativo y –para tranquilidad de todos– tendrán nuevamente su agenda completa.

Padres y madres solemos experimentar sensaciones contradictorias en este período en el que, relajados de las prácticas habituales, retomar la ocupación principal de los chicos se torna una empresa que compromete seriamente nuestra energía y nos exige ordenarnos. Por una parte, advertimos que reiniciar la actividad pautada nos limita, nos pone en caja también a nosotros. Aunque somos plenamente conscientes de que, vencida la inercia inicial, la vida se organiza y vuelve a su cauce ordinario.

Es claro que la palabra rutina posee un sesgo negativo en las sociedades actuales. Hoy por hoy, rutinario es un adjetivo que estigmatiza el nombre que modifica. Y salir de la rutina, un tópico que con frecuencia compone una oferta atractiva de evasión, tanto del estresante ritmo cotidiano como del cansino devenir.

Los tiempos han cambiado. Nuestros abuelos solían decir que primero estaba la obligación y después la diversión, y el plan se nos mostraba como una sentencia que contenía un orden intrínseco, como una secuencia repetitiva. En nuestros días, cuando la dispersión y la discontinuidad de la experiencia son realidades omnipresentes y la linealidad sufre rupturas, observamos las rutinas con cierta desconfianza. Con la extrañeza de quien no solo desconoce su valor, sino básicamente su dinámica.

Pues bien, padres y madres, presten atención: las rutinas son el gran ordenador de la vida personal y comunitaria. Tienen múltiples efectos beneficiosos, no solo en los niños, sino en cada uno de los miembros del núcleo familiar. Permiten anticipar, brindan seguridad, modelan conductas. Estabilizan emocionalmente. Proporcionan certezas, consolidan presencias y proveen serenidad interior. Pacifican. Fijan un marco para el desarrollo vital temporal y, por tanto, modulan ansiedades.

En la vivencia de la fragmentación que hoy nos atraviesa, del multitasking, la atención distribuida, el bombardeo de estímulos y el solapamiento de actividades on y offline, se impone rescatar el sentido de la rutina. Que va más allá de la corporeidad, que es lo percibido a simple vista. Las rutinas moldean nuestra voluntad y estructuran nuestra interioridad. Nos fortalecen anímicamente y nos entrenan para enfrentar y sortear adversidades.

En este orden de ideas, conviene mencionar que, si bien las rutinas demandan organización y una distribución elemental de tiempo y tareas, esto no implica el destierro de la espontaneidad. Por el contario, poseer cierta flexibilidad es en todos los casos deseable, cual germen del opuesto que evita que vayamos por el mundo en automático. Se trata de montar un andamiaje firme y dejar que la vida fluya por sus intersticios.

Finalmente, rutina no es sinónimo de rigidez ni aburrimiento. Sino creación de un ambiente previsible, base de la confianza intrafamiliar y elemento indispensable para el desarrollo de una autoestima sana y realista en los niños. Para que este ideal sea posible, hay que distinguir lo importante de lo urgente, estableciendo prioridades y criterios unívocos. Poniendo cada cosa en su lugar y asignando a cada actividad su momento.

Que el regreso a las aulas de nuestros hijos sea una invitación a centrarnos y abrazar nuevas rutinas. Siendo coherentes en nuestro ejercicio parental y consistentes y claros en la fijación de pautas. Tendiendo puentes entre el orden externo y el interno. El secreto estará, en todos los casos, en la actitud y hábitos de vida que encarnemos frente a ellos, los chicos, que camino a la escuela nos siguen mirando.

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*Directora de la Licenciatura en Orientación Familiar del Instituto de Ciencias para la Familia de la Universidad Austral.