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Treinta años

Si hubiera ganado Cafiero

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Esta semana se cumplieron treinta años de la interna Menem-Cafiero. Aquella que habilitó la primera y única elección del candidato del peronismo por el voto de los afiliados. Era una final anticipada. Todos sabían que la fórmula ganadora de esa interna contaría con amplias chances de vencer en las elecciones generales de 1989 en medio de un país en crisis económica, política y social.
Muchas veces escuché la “pregunta del millón” sobre esa interna: ¿qué habría sido de la Argentina si el resultado hubiera sido otro? Suelen recordarse los discursos de Cafiero contra el FMI y con su visión del mundo. El pensamiento económico y político de Antonio distaba mucho del de Menem. Su concepción de la problemática social y del rol de la mujer en la política también. Antonio, además, era una persona de profundas convicciones. En cualquier caso, la respuesta sobre cuál hubiera sido el devenir de nuestra Argentina es historia contrafáctica.
Mi abuelo, Antonio Cafiero, tiempo después, solía hacer chistes con la derrota: “Con todos los que en estos años se me acercaron a decirme que me votaron en la interna, no entiendo cómo perdí con el Turco”. Puedo dar fe; lugar adonde voy en la actualidad y se hable de esa interna, todos dicen que votaron a Cafiero, y con la excepción de peronistas riojanos o catamarqueños, no encuentro a nadie que me diga “jugué con Menem”.
Lo cierto es que, después de la derrota, que es especialmente cruel en el peronismo, mi abuelo cumplió con la máxima de que el que gana conduce y el que pierde acompaña. Creía en las instituciones y, por lo tanto, en el respeto a las reglas de juego. Con ese espíritu puso a disposición del triunfador las propuestas y los planes de gobierno en los que había trabajado. Cuando los entregó, Menem le dijo: “Ya veremos qué hacer cuando llegue el momento”. Por supuesto, Cafiero ordenó la estructura que lo acompañaba para que apoyara al ganador y así priorizar la unidad del movimiento.
Siempre dudó de Menem, pero nunca dudó del peronismo.
En su trabajo por la renovación del partido democratizó la vida interna y lo abrió para que aumentara la participación; formó a una generación de cuadros jóvenes; propuso discutir y actualizar la filosofía y la doctrina justicialista, y armó programas de gobierno acordes a las realidades que cambian permanentemente.
Escribió mucho. Además de político, Antonio era un pensador que abrazó el legado de Perón de “la lucha por la idea”. Publicó varios libros que siguen siendo de lectura y referencia porque estaba convencido de la necesidad de jerarquizar el debate político y la formación de cuadros. De hecho, una de sus últimas iniciativas fue la creación, dentro del Consejo Nacional del Partido Justicialista, del Instituto de Altos Estudios Juan Perón.
Ahora, por una propuesta impulsada por 17 universidades de todo el país y la Fundación para la Democracia y la Participación (Fudepa), se creó el Instituto Cafiero “para la formación, planificación y evaluación de políticas públicas”.
Este espacio tiene el enorme desafío de articular saberes con la práctica de la política, sobre todo para proponer soluciones que atiendan los problemas que hoy atraviesa la Argentina. No hay mejor homenaje para mantener vivo el legado de Antonio Cafiero que este.
Su figura ya no es solo patrimonio del peronismo: es patrimonio de la democracia argentina. Por su grandeza política y humana, por su coherencia y su conducta, por su ejemplo militante y sus profundas convicciones democráticas.
Antonio siempre decía que “solo muere, o se substituye, aquello que se olvida”. La creación del Instituto Cafiero va a mantener vivo su legado de la lucha por la idea de un país más justo, libre y soberano.
Peronismo y futuro tienen que volver a significar lo mismo.

*Dirigente peronista de la Ciudad de Buenos Aires.