En lo que suele llamarse nuevo cine argentino hay directores con un talento evidente (Mariano Llinás, Adrián Caetano, Pablo Trapero, Santiago Loza) y otros que, además, pudieron crear atmósferas y universos propios y reconocibles, como Lisandro Alonso y Lucrecia Martel. Dentro de este segundo grupo podría ubicarse ya a Ezequiel Acuña (Buenos Aires, 1976), el director de películas como Nadar solo (2003), Como un avión estrellado (2005) y la recientemente estrenada Excursiones (2009). Las dos primeras películas de Acuña eran demoledoras: retrataban la soledad adolescente, los vaivenes del desamor y las dificultades de crecer de una manera tan singular como agobiante. Eran películas tristes, un poco demasiado serias, sin resquicio para el humor. Excursiones (que se estrenó y se sigue exhibiendo los viernes y sábados de febrero en el Malba) viene, en este sentido, a repartir el juego otra vez. Aquí están algunos de los rasgos de estilo de sus obras anteriores (la magnífica musicalización, las escenas de playa, la obsesión narrativa en torno a la amistad) pero esta vez Acuña decidió filmar, básicamente, una comedia. Y no una más, sino de las más sutiles e inteligentes que el cine argentino haya dado en mucho tiempo.
La trama, que es lo que menos importa, es sencilla: dos amigos de treinta y pocos años se reencuentran luego de una década de no verse. Habían sido compañeros inseparables en el colegio secundario, pero una desgracia los alejó hasta que uno de ellos (Marcos) decide retomar el contacto para que el otro (Martín, devenido en guionista de televisión) lo ayude a retocar una obra de teatro que debe estrenar en pocas semanas. A partir de allí los recuerdos en común, el rencor acumulado y los celos mutuos harán avanzar la película a través de magníficas escenas sostenidas por silencios incómodos y diálogos rápidos e inteligentes, como si hubieran sido escritos a cuatro manos por Woody Allen y Richard Linklater. Acuña, como en ocasiones anteriores, separa las escenas con breves videoclips (quizá el único recurso que se vuelve algo repetitivo) y utiliza como banda de sonido las canciones de un grupo de rock independiente, tan adecuadas que se vuelven parte fundamental del relato (en las películas anteriores Jaime sin tierra y Mi pequeña muerte; en esta, las del grupo uruguayo La Foca). Hay locaciones que obligan a preguntarse cómo a nadie se le ocurrió utilizarlas antes (una larga escena dentro de una cancha de paddle abandonada) y momentos hilarantes, como en la que los protagonistas se turnan para manejar un avión a control remoto.
Acuña demuestra que puede manejar el registro humorístico como pocos, y que es muy consciente de que los personajes secundarios son fundamentales. Es por eso que en Excursiones hay varios de ellos, todos inolvidables: la hermana pequeña de Marcos, patinadora compulsiva; un coreógrafo minimalista amigo de Martín; su hermano, un afectado músico adolescente; y un director de teatro paranoico que vive alejado del mundo en algún lugar de la Costa Atlántica. No es tarea fácil abordar como tema, con sensibilidad y humor, la amistad entre hombres: ese vínculo cargado de deseo sublimado, bromas pesadas y complicidades. Acuña lo hizo y el resultado es esta pequeña (y a la vez) gran película.