En el gigantesco escenario montado en la Plaza de Mayo, que ocultaba a la Casa Rosada, Cristina Fernández de Kirchner lleva al mismo tiempo sus dos manos al corazón. Luego alza un muñeco de Néstor. Saluda. Sonríe. La empapada multitud vuelve a entonar con fervor su imploración sin destino: “Cristina presideeeentaaaa”.
Pasaron 20 años y un sector intenso del peronismo y del progresismo no puede soltar a su líder, gran responsable del estado actual de la política y la economía del país.
CFK no contribuye demasiado a que la dejen ir. El jueves, por caso, volvió a un clásico de la centralidad, a que se hable de ella. Que a quién invita y a quién no. A quién tiene a sus espaldas. Con quién se hace una foto. Qué dijo, qué no dijo.
Al respecto, ya poco y nada que sorprenda a esta altura. Todo el tiempo le surge reescribir el relato del pasado, mezclando realidad y ficción. Según su dialéctica, el kirchnerismo salvó a la Patria y la hizo grande, el macrismo la hundió y la actual gestión no hizo lo que había que hacer, como si ella fuera ajena a este experimento de muy pobres resultados.
Cerca de Kicillof ingresaron a una resignación expectante si CFK le pide ir por Nación
Explicó para (auto) justificarse que pese a sus diferencias con este gobierno, no tenía dudas de que fue mejor que si hubiera sido reelecto Mauricio Macri. Entre esas especulaciones contrafácticas, el redibujo de la historia y la bajísima performance de la administración FdT, resulta difícil pensar qué propuesta tentadora hacia el futuro puede presentar Cristina.
Acaso ello explique mejor su renunciamiento a cualquier candidatura que la forzada denuncia de proscripción. Cargar contra la Corte Suprema, los medios, la oposición y el FMI respalda más la narrativa K que la ausencia de respuestas y planes concretos ante la crisis.
O tal vez ya no piense en esos desafíos prácticos y complejos sino en el simbólico ritual del encuentro y la pertenencia, como explica de manera luminosa el sociólogo Luis Costa en esta edición de PERFIL.
Se trataría así de abroquelarse y profundizar la identidad kirchnerista. El objetivo: sostener la unidad de las filas propias con vistas a la campaña electoral y a la posibilidad concreta (según marcan las encuestas en el Instituto Patria) de una derrota electoral nacional abultada, con riesgo de paliza. La idea de resistir desde bancas legislativas, gobernaciones e intendencias el frío de la pérdida de poder.
A esa lógica posible de apostar más a cerrar el espacio que a abrirlo se le suma la preocupación K por el sostenimiento de Javier Milei en los sondeos, lo que agita los peores fantasmas de Cristina en relación a los comicios: que el candidato más votado del FdT en las PASO quede cuarto y que en octubre no clasifique a la segunda vuelta presidencial.
Debe haber otras razones, pero es muy probable que estos sean los marcos de referencia para entender en este tiempo qué presidenciable prefiere CFK, quien dice querer soltar, que la suelten y no suelta ella. Ni lo hará.
En lo alto de su libretita de postulantes, la Vicepresidenta entronizó a dos de sus debilidades: Axel Kicillof y Eduardo ‘Wado’ de Pedro. Emergentes de la irrupción K que cumplió dos décadas, con matices diferenciados ambos concitan el mayor porcentaje del voto fiel a Cristina, de acuerdo a estudios que circulan en el oficialismo.
Como se sabe y lo ha dicho, el gobernador bonaerense prefiere ir por la reelección. Sin embargo, funcionarios de su estrecha confianza (como su jefe de asesores Carlos Bianco, pero hay más) han comenzado a admitir la posibilidad de un salto nacional si CFK lo pide. Entraron en una suerte de resignación expectante.
Wado es el más entusiasta, por lejos. Desde hace meses, y ahora aceleró, el ministro del Interior levantó su perfil público, recorre el país, se junta con dirigentes K y no K, se sube a infinidad de actos y es muy activo en redes sociales. Empezó incluso por estos días a armar un equipo de asesoramiento en temas económicos.
Por necesidad, interés o convencimiento, sus colegas de La Cámpora intentan dejar de ver a Wado solo como una opción testimonialmente simpática, para convertirlo en un candidato con más volumen. Quizás eso explique por qué archivaron –por el momento– su foto de hace unos meses con el alto ejecutivo de Clarín que ofició de anfitrión en Lago Escondido de jueces y fiscales. O la más reciente con el cacique sindical Luis Barrionuevo.
A veces no se puede soltar todo. Y al mismo tiempo.