El cierre de la cumbre del G20 ayer volvió a mostrar que el reunionismo internacional es a Mauricio Macri lo que el Conurbano alguna vez fue al peronismo. Cuando asoma una agenda de meetings y charlas de living de asientos blancos, está en su salsa. Si le ponen un mensaje de integración comercial, the future of work y climate change es el Pity Martínez en La Bombonera. Cuando lo ponen en lobbies de hoteles o auditorios tipo el resignificado CCK, Costa Salguero o hasta Parque Norte, es Bono en una gira. El protocolo, las cenas, andar con Juliana Awada en el Teatro Colón codeándose con líderes de potencias del primer mundo, aunque puedan aburrirlo, lo aflojan. No siente riesgos. Por eso le asoman los chistes de fútbol. Es él en carne viva, diciendo lo que cree. "Hacemos las reformas que son necesarias, ¿no ven que nos felicita Trudeau?", resume su pensamiento simple. Y, si encima están todos acá palmeándole el hombro, y si además le aplauden de pie tal vez el mayor éxito de su gestión como fue el tremendo show Argentum, más vale que va a llorar. Y de verdad. Son lágrimas de un tipo que en esos ámbitos encuentra su lugar en el mundo.
El garrón lo va a tener mañana. Depresión poscumbre. Desafío: comparen la cara del primer mandatario en la próxima foto que difunda Presidencia de una reunión de coordinación del gabinete con cualquiera de todas las que se publicaron en estos días. O cotejen la mueca cuando un ministro le recuerde que va casi un mes de paro docente en la provincia de Buenos Aires. Un ejemplo concreto de cómo vive el adentro y el afuera: La Bancaria se opone a las "corresponsalías bancarias" en comercios. "¿Cómo puede ser si lo apoya la ONU y hasta la reina Máxima lo pone de ejemplo de inclusión financiera?", dirá su mente.
En la declaración de este fin de semana las precauciones sobre el sector financiero se reducen solo a un párrafo, el punto 24, con menciones también para el crecimiento del endeudamiento en países emergentes
El drama es que el baño de popularidad CNN que se ha repetido durante los tres años de Cambiemos nunca hasta ahora coincide con el éxito de su gestión en la economía doméstica. Y eso que tuvo varios hitos de mirá-cómo-estamos-volviendo-al-mundo. Su presencia en el Foro Económico de Davos embelesando al CEO de Coca-Cola ni bien asumió coincidía con la primera disparada de la inflación a comienzos de 2016 por la salida del cepo y el blanqueo de una de que el dólar no valía $ 9; sino $ 15 de la mano de las recomendaciones de su entonces ministro Alfonso de Prat-Gay. El “mini Davos” (¿se acuerdan?) de septiembre de ese mismo año, una especie de Copa Mundial de promesas de inversiones que se autogeneró la Casa Rosada se superponía que con las crisis y los cacerolazos por los aumentos de tarifas que la Corte Suprema obligaba a retrotraer. Y así hubo más: foro de la revista The Economist coincidente con los primeros paros y movilizaciones sociales; más tarde cumbres de la Organización Mundial de Comercio con los primeros signos de recesión. Y ahora la mayor reunión de presidentes que hubo jamás en la Argentina coincide con el nuevo peor momento de la economía de Macri: fondo de olla en actividad económica e inflación rumbo al 45 o 50% anual. ¿Hay que vender en ese contexto que otra vez el mundo nos respalda, que el Presidente tuvo muñeca para que haya documento (?) y que la cumbre fue un éxito porque el que tuvo que explicar quilombos fue Macron y no Patricia Bullrich, eh?
Espejos. Más allá de todo, la verdad es que la cumbre del G20 que le hubiera servido a este Macri era la de 2008, la original.
El Grupo de los Veinte había nacido como un foro de ministros en 1999 para tratar de encaminar políticas después de la crisis asiática de 1997. Y tras el estallido de la burbuja financiera de 2008 incorporó a los presidentes de las principales veinte economías del mundo, desarrolladas y emergentes, para tratar de contener los efectos de una megacrisis causada por el capital financiero descontrolado.
Aquella declaración contenía medidas urgentes, acorde con la magnitud del desastre generado por el crecimiento desmedido del mercado de las hipotecas que los bancos colocaban para generar carteras de deudores sobre las cuales emitir títulos sin fin, cada vez más alejados de la economía real. "Las autoridades, reguladores y supervisores de algunos países desarrollados no apreciaron ni advirtieron adecuadamente de los riesgos que se creaban en los mercados financieros", se escribía en una de las diez páginas del 16 de noviembre de 2008.
Aunque la Argentina está a años luz de esa exposición y riesgo, no es menos cierto que hay una paradoja: a diez años del nacimiento de una plataforma parida por la emergencia financiera, la sede es un país como el nuestro que este año demostró en carne propia otra vez el costo de atarse sin límites a los flujos de capitales de corto plazo y dejarlos hacer lo que quieran porque se necesitaba su crédito para sobrevivir. Y que lo sigue haciendo para disfrutar de cierta paz temporaria al menos. En la declaración de este fin de semana las precauciones sobre el sector financiero se reducen solo a un párrafo, el punto 24, con menciones también para el crecimiento del endeudamiento en países emergentes.
Apuesta final: ¿quién se va a acordar del G20 el viernes que viene, cuando la Universidad Católica Argentina difunda la medición de pobreza correspondiente al tercer trimestre del peor año desde 2002?