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furias

Trámite urgente

<p>Los trámites de fin de año tienen una intensidad y un suspenso dignos de una película de Hitchcock. Tengo que sumarme a las filas interminables que cada año hay que hacer antes de que se acabe el mundo</p>

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Los trámites de fin de año tienen una intensidad y un suspenso dignos de una película de Hitchcock. Tengo que sumarme a las filas interminables que cada año hay que hacer antes de que se acabe el mundo. El 61 me lleva al centro oyendo a un vendedor ambulante que ofrece auriculares y dice acá el que más gana es el que compra. Pero nadie le compra y pregunta ¿alguién más por acá?, saluda al chófer con un si no te veo felices fiestas, se baja y de pasada le echa una relojeada al interior del tacho de basura. Antes de Retiro un pelilargo ultra borracho, en cuero, cruza mal la avenida con su mujer y tres hijos. Se le viene encima el malón de autos y él sin mirarlos les hace un pulgar hacia arriba, como diciendo gracias por frenar. Al fondo un gran cartel negro de Nike muestra varios botines de fútbol con el slogan: “Elegí tu arma”. Es una traducción de una publicidad norteamericana “Choose your weapon”, una expresión que en inglés alude a batirse a duelo (en este caso deportivamente), pero que trasladada a Latinoamérica suena a otra cosa, quizá involuntariamente. Elegí tu arma, elegí tu fierro, salí de caño, meté corchazo. Todo se lee distinto en este hemisferio, se nos derrite la Navidad. El norte es el que ordena decía Benedetti cantado por Serrat. Entonces el sur es el que desordena, por suerte.
Pasan patrulleros, ambulancias. Hay una urgencia forzada en el aire. No va a pasar nada, pero hay que apurarse para no llegar tarde al apuro mismo. El tráfico se atasca por las obras de extensión de la línea E de subte. Me pregunto si estarán encontrando cosas ahí abajo, barcos hundidos, pozos de basura antigua.
Habría que escribir como si estuviéramos en el tricentenario, como si fuera el año 2110. Mirar el presente como una antigüedad. El colectivo, el celular que chequea mi vecina de asiento, el mp3 del tipo que se está bajando, todos objetos arqueológicos. Y la forma en que se viste la gente, las musculosas de colores que redondean y alegran el verano porteño, las camisas, las corbatas, la moda del siglo pasado. Un día nos van a encontrar cuando abran nuevos túneles para el subte.
Me bajo de mis pensamientos negros en Bartolomé Mitre. Hay cola en todos los cajeros. En cada esquina venden a veinte pesos unas Lacoste bastante bien copiadas (habría que hacer unas con el cocodrilo patas para arriba, serían un éxito). Pasa un cadete con muchas bolsas largas con moñito, deben ser botellas, regalos empresariales que tiene que repartir por distintas oficinas. Frena, las deja en el piso, se mira las manos, que le quedaron rojas con rayas blancas por las manijas. Llego al banco, a la eterna fila humana para huir del planeta. Me entrego a otra forma del tiempo, espero, avanzo apenas, envejezco un poco y mientras tanto renuncia otro ministro de Macri, destituyen a la jueza que insultó a dos agentes de tránsito, el Gobierno admite un desequilibrio financiero, Ricardo Fort sale en la tapa de la revista Gente. Por fin llega mi turno de cobrar el cheque, le doy mi documento al cajero y me dice: “No tenés nada”. Una frase que uno quisiera oírle al médico, no al cajero. No tengo nada.
En un cyber de Lavalle y Maipú me refugio de la furia navideña. Me gusta escribir en cybers ruinosos. Son un caldo de cultivo de historias y bacterias. Hace un tiempo uno de esos estudios improbables de alguna universidad norteamericana decía que un teclado de computadora tiene más bacterias que un baño. Un asco. El sábado que viene voy a explicar por qué el cyber es un buen lugar para un narrador.