Por más que lo niegue, la guerra en Ucrania ya no es solo “la guerra de Biden”. También es la de Trump.
Durante meses, Donald Trump prometió que pondría fin al conflicto “en 100 días” si regresaba a la Casa Blanca. Pero mientras tanto, las decisiones que avala desde Washington —paquetes de armas, declaraciones contradictorias, distanciamiento de los aliados europeos— lo involucran de forma directa. El presidente que cultivó una retórica amistosa hacia Vladímir Putin ahora autoriza el envío de sistemas Patriot, y millones de dólares en apoyo logístico.
Las cifras lo confirman: en mayo de 2024, Estados Unidos aprobó un acuerdo de 300 millones de dólares para entrenar y equipar F-16 ucranianos, sumando además 50 millones más en armamento diverso, según The New York Times y Ukrainska Pravda. Todo esto, bajo supervisión directa de la Casa Blanca.
Trump contra Trump
A la par de las transferencias militares, Trump declaró a NBC News que “quizás no sea posible alcanzar un acuerdo de paz”. Y aunque insiste en que él es el único capaz de terminar la guerra, sus actos desmienten su retórica pacifista. Incluso llegó a sugerirle a Volodímir Zelenski que podía avanzar “hasta Moscú”, si contaba con armamento suficiente.
Para Michael McFaul, ex embajador en Rusia y analista de Politico, Trump “parece finalmente comprender la verdadera naturaleza de Putin”, aunque sus posturas muten de una semana a otra.
Trump ensayó también una estrategia diplomática alternativa: excluir a Ucrania y Europa de las negociaciones, apostando a un entendimiento directo con Moscú. Según Thomas Fazi (UnHerd), su enfoque inicial reconocía que el conflicto era una guerra indirecta entre superpotencias. Pero no duró. EE.UU. intentó luego presentarse como mediador neutral, sin abandonar el suministro de armas a Kiev. El resultado fue una incoherencia estratégica difícil de sostener.
Netanyahu como espejo de una hegemonía desdibujada
La fragilidad del liderazgo estadounidense se proyecta también sobre sus socios. Un caso extremo es el del primer ministro israelí, Benjamin Netanyahu, quien lanzó un ataque aéreo masivo contra Irán — denominado “León Ascendente”— justo antes de una nueva ronda de negociaciones nucleares promovidas por la propia Casa Blanca.
Según Haaretz y The Guardian, el bombardeo alcanzó instalaciones balísticas y residenciales. Murió el
jefe del Cuerpo de la Guardia Revolucionaria. Trump había advertido en privado a Netanyahu que evitara
esa intervención. Fue ignorado.

Aún más: el ataque generó represalias iraníes que pusieron en riesgo a los 40.000 soldados estadounidenses desplegados en el Golfo Pérsico. Washington tuvo que evacuar personal diplomático de sus bases en Irak.
El mensaje fue claro: ni siquiera sus aliados más estrechos obedecen las líneas rojas trazadas por Washington. En palabras de The Atlantic, la lógica de relaciones “cliente-patrón” ya no funciona. Hoy, Israel y otros actores regionales siguen su propio juego.
Un orden multipolar ya en marcha
El mundo de 2025 no es el de 1991. El ascenso de China, la reconfiguración del G20, la expansión de los BRICS y la erosión del dólar como moneda de reserva global son señales de una multipolaridad irreversible.
Como escribió Fareed Zakaria en Foreign Affairs, “la era de la hegemonía estadounidense ha terminado”. Henry Kissinger advirtió algo similar: si EE.UU. no se adapta al nuevo equilibrio de poder, perderá capacidad de influencia. Zbigniew Brzezinski, en The Grand Chessboard, fue aún más gráfico: sin control sobre Eurasia, EE.UU. perderá su rol como potencia global predominante.
El comercio en yuanes entre China y Rusia superó al del dólar en 2023, reportó Financial Times. Arabia Saudita negocia petróleo en monedas distintas al dólar. India y Turquía construyen autonomías estratégicas. Y la OTAN vive tensiones internas provocadas por la desconfianza europea hacia la imprevisibilidad de Washington.
Sachs: la guerra como error de diseño
En este marco, resultan especialmente relevantes las afirmaciones del economista Jeffrey Sachs durante una conferencia en la Universidad de Columbia el 22 de octubre de 2024. Sachs sostuvo que el conflicto en Ucrania no puede entenderse sin considerar las promesas incumplidas de Occidente al finalizar la Guerra Fría, particularmente la expansión de la OTAN hacia el Este, una línea roja para Moscú.
“La invasión rusa no ocurrió en el vacío, sino en el contexto de décadas de provocación estratégica”, afirmó Sachs en la charla retransmitida por YouTube.
Asimismo, propuso un modelo alternativo para Ucrania basado en la neutralidad estratégica, similar a la “finlandización”, que durante décadas permitió a Finlandia mantener su soberanía sin alineamientos militares. Destacó que Finlandia, incluso antes de ingresar a la OTAN, ocupaba el primer lugar en el Índice de Felicidad Mundial, lo que demuestra que la neutralidad puede ser inteligente y funcional.
Sachs criticó además la narrativa dominante sobre la guerra, afirmando que simplificarla como una dicotomía entre “democracia y autoritarismo” impide entender sus causas reales. Llamó a replantear el enfoque diplomático de Occidente y a reconocer que la era del unipolarismo se ha cerrado.
El protagonismo como necesidad
En este tablero inestable, Trump busca diferenciarse no por estrategia, sino por espectáculo. Cada decisión parece diseñada para garantizar atención mediática: sus amenazas de sanciones del 100%, los desplantes a Zelenski, las reverencias a Putin, los anuncios de ayuda militar.
Pero la lógica que lo guía no es geopolítica. Es electoral.
Como sostuvo John Mearsheimer en The Economist, “la guerra en Ucrania es producto de años de errores estratégicos de Occidente, pero hoy ninguno de los actores tiene incentivos reales para detenerla”.
Una guerra también suya
La guerra en Ucrania dejó de ser solo una “guerra por delegación”. Hoy involucra a Washington de lleno. Trump ya no puede posicionarse como outsider ni prometer una paz mágica. Sus decisiones han tenido consecuencias directas. El conflicto, en definitiva, ya es también su guerra.
Y su legado dependerá no solo de lo que diga, sino de cómo enfrente —o alimente— una guerra que, en este mundo multipolar, ningún líder puede controlar por sí solo.