Implacable, Donald Trump cerca a Venezuela. Por mar primero, por aire después, avanza hacia un bloqueo absoluto. A situaciones imprevisibles, aunque guiado por Sun Tzu: “El arte supremo de la guerra es someter al enemigo sin luchar”. Si debe subir la temperatura bélica, se ampara en una excusa más o menos inédita –suprimir el narcotráfico, el Cártel de los Soles– que endosa al gobierno de Nicolás Maduro y al cuadrilátero de hierro que lo rodea, encabezado por Diosdado Cabello. Dicen que hubo negociaciones frustradas. Mientras tanto, desde el Palacio de Miraflores movilizaron civiles y tropas para resistir y, en el colmo de la ficción, hace 48 horas Maduro se subió a un escenario para cantar y bailar invitando a su pueblo a hacer lo mismo. Afirma que está por comenzar la fiesta. Tal vez al ritmo de “Viva la muerte”. Confía en que Trump cambia tanto de parecer –como ocurrió con el nuevo alcalde de Nueva York, con Lula o con Zelenski– que quizás le toque a él una modificación de lo que se presume inevitable: el derrocamiento de su administración, el destino de un traje naranja para su propia persona, un final semejante al panameño Manuel Noriega. Depende del Trump que mueve las piezas todas las semanas, prometiendo la inminencia de un operativo desconocido, hostil, una tenaza para ponerse cara a cara, entre un gigante y un pigmeo, con un resultado obvio. Maduro, claro, no se parece a David.
Desde la Argentina, sólo Javier Milei habla para seguir a pie juntillas lo que determine su colega norteamericano, sin objeciones siquiera a una versión mixturada de la doctrina Monroe (en este caso, Europa vendría a ser los cárteles de la droga). Para el resto del arco político local, hay un salteo evidente sobre los acontecimientos venideros. Nadie habla ni comunica; ni protesta el kirchnerismo, que hizo mutuas transfusiones de sangre con el gobierno caribeño que heredó al comandante Chávez: ejercicios contables nunca del todo develados. Claro, era “liberación o muerte”, con el boquense arrepentido de las coimas en la obra pública, Claudio Uberti, o el valijero Antonini Wilson como corresponsal de Pvdsa. Había más participantes en el elenco, de mayor notoriedad.
Raro el silencio, una omisión que compromete al PJ, cuya jefa política es Cristina Fernández de Kirchner, presa por condena y en camino directo al estado de pobreza –según ella– por el multimillonario decomiso y ejecución de bienes que se le avecina: desde el departamento en Recoleta en el que vivió antes de ser mandataria hasta el actual en San José 1111, que pertenece a su hija. Pasarle bienes a los hijos no es “pelito para la vieja”: se sabe que la reparación civil es una pena accesoria al castigo de cárcel, que acompaña a la liquidación de bienes involucrados en el delito y también al producto del delito, quizá incluido el inmueble en el que mora y que funciona como calabozo de cinco ambientes para la viuda de Kirchner. La fiscal del caso, Fabiana León, con alto sentido del humor, se amparó en la pluma garantista del exmiembro de la Corte Suprema, Eugenio Zaffaroni, para proveer de mayor justicia a las reparaciones integrales. Sería esa incautación, para la doctora, como ser mordida por el perro propio.
Pero Trump varía en ocasiones y quizá demore su costoso asalto a la cúpula venezolana: debe garantizarse el éxito de la misión porque tendrá que explicar en el Congreso –tarde o temprano– los gastos que implica, unos 200 millones de dólares por día. No hay póliza. Del mismo modo, complicó el apoyo económico a la Argentina por la escasa transparencia o improvisación de esa ayuda: dos medios reputados, The Washington Post y Bloomberg, publicaron que no llegarían los 20 mil millones de dólares anunciados para sostener la estabilidad cambiaria del país. En segundos, la noticia movió al mercado y, otra vez, como tantas veces en la historia, el Gobierno salió a desmentir la versión, calificándola como una “operación”, según el ministro Luis Caputo. Si Milei se empacha imputándole a Clarín & Cía. intrigas para perjudicarlo, en este caso fue Toto quien agregó a los medios norteamericanos en esa conspiración. Demasiado.
Como se recordará, se hablaba de una cifra de 20 mil millones que se agregaría por parte de los bancos a los 20 mil millones y la compra de pesos argentinos por parte del Tesoro norteamericano. Así se había anunciado el repo en la Argentina y, también, lo había confirmado el poderoso Scott Bessent. Ahora ambos niegan haber anticipado ese número. Falso, claro: se equivocaron, nada más. De los 20, el aporte se reduce a cinco mil millones en el futuro próximo. Uno se sorprende por estas improvisaciones y el sobrante de temeridad: si, en el momento de crisis antes de las elecciones locales, los gobiernos de la Argentina y EE.UU. hubieran señalado como firmes el préstamo de 20 mil millones y el repo de 5 mil, los mercados se habrían comportado con la misma suficiencia favorable que si fueran 20 más 20. Mala lectura.
La paz lograda en los mercados tras los comicios, absurdamente –por desprolijidades de ambos gobiernos– empezó a resquebrajarse: el último viernes se observaron bofetadas a las acciones, ligera baja de títulos y una suba inesperada de 50 puntos en el riesgo país. Falta ver lo que ocurrirá mañana en Wall Street y, pasado mañana, cuando vuelva a funcionar la plaza local. Nadie cree en situaciones críticas, pero sí en la sensibilidad de un nervio que azota la vida de los argentinos: esa costumbre de pensar que una semana se termina todo y a la siguiente el país es una potencia. Justo cuando el Gobierno logró, en dos años, mantener el superávit fiscal y apuntar hacia una normalidad económica. Y cuando parecía que nada iba a pasar por un tiempo, de pronto vuelve a pasar.
Por culpa de funcionarios que juegan al gallo ciego con la información, que han convertido en sospechoso el secreto de sus negociaciones y que se apresuran a lanzar números y asistencias que aún no estaban cerrados.
Vuelta breve entonces al insomnio financiero provocado por las urgencias de Caputo y sus amigos de Washington. Se ve en el plano oficial, mientras en el peronismo se viven disgregación y temor por no asumir identidad ni cambio mínimo frente a una mujer privada de sus derechos políticos, furiosa por una condición de presidiaria de la cual no se siente responsable. Tampoco queda lugar para los de-satinos del mismo rubro de Mauricio Macri, quien repite lo mismo que el gobernador Axel Kicillof sobre China, con las mismas palabras, sobre el destino económico de la Argentina y la complementariedad con la potencia asiática. Creen ambos que sólo existe la economía en el mundo, nada de geopolítica. A Kicillof le sobra ideología para no ver otros fenómenos; al exmandatario, en cambio, lo abruma el resentimiento con Milei: dispone de un solo ojo para censurarlo. Puede tener razón: al castillo Macri el Presidente le quita uno o más ladrillos todos los días.